Narración en
crudo y en primera persona del descarrilamiento psicológico. Esther
Greenwood, que si nos fiamos de las fuentes consultadas es un alter ego
de Plath, empieza la novela bastante bien. Las señales de que su cabeza
no está para mucho aplauso están ahí, el hastío del mundo aparece en
detalles que nos deja ver en ciertos momentos, pero en esa introducción
en la que disfruta a medias de vivir un mes a gastos pagados en Nueva
York no se llega a pensar que el desastre será tan desastroso. Fue allí
tras ganar un concurso para vivir la experiencia de trabajar en una
revista de moda, pero es consciente de que no está disfrutando del todo
la oportunidad precisamente por esas señales de lo que vendrá.
Cuando
vuelve a su ciudad, todo lo que tenía gestándose dentro se le viene
encima de golpe. Un episodio de frustración literaria que le hace sentir
que nunca tendrá éxito en su pasión y alguna experiencia traumática que
se trajo a cuestas de Nueva York actúan de desencadenantes. Cuenta que
llega a pasarse varias semanas sin dormir, deja de cuidar su higiene
porque la simple idea le resulta inasumible y empieza a notar a su
alrededor una campana de cristal que la rodea y le quita el aire.
La
historia es un retrato tan verídico de lo que ocurre en la cabeza de
una persona que llega a un punto de no retorno en su estado depresivo
que pone los pelos de punta a todo lector no rapado. La naturalidad con
la que decide que el cuerpo le pide tierra y fantasea con diferentes
ideas para quitarse del medio es entre genial y horrible. Genial en lo
que corresponde a lo literario y horrible en lo que corresponde a lo
empático, sobre todo cuando eres consciente de que Plath decidió acabar
con todo muy poco tiempo después de publicar esta novela.
Se hace
incómodo hablar en términos literarios de un libro tan delicado, una
novela que es difícil no plantearse como un grito a la desesperada,
quizás una última llamada de socorro. El atrevimiento definitivo de
exponerse con todo, soñando sin esperanzas reales con una mano que sea
capaz de ofrecer una ayuda que consiga llevarle fuera del pozo pero
dando por hecho que no va a ocurrir. No leemos un libro, visitamos un
infierno.
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