Sylvia Plath - La campana de cristal


Narración en crudo y en primera persona del descarrilamiento psicológico. Esther Greenwood, que si nos fiamos de las fuentes consultadas es un alter ego de Plath, empieza la novela bastante bien. Las señales de que su cabeza no está para mucho aplauso están ahí, el hastío del mundo aparece en detalles que nos deja ver en ciertos momentos, pero en esa introducción en la que disfruta a medias de vivir un mes a gastos pagados en Nueva York no se llega a pensar que el desastre será tan desastroso. Fue allí tras ganar un concurso para vivir la experiencia de trabajar en una revista de moda, pero es consciente de que no está disfrutando del todo la oportunidad precisamente por esas señales de lo que vendrá.

Cuando vuelve a su ciudad, todo lo que tenía gestándose dentro se le viene encima de golpe. Un episodio de frustración literaria que le hace sentir que nunca tendrá éxito en su pasión y alguna experiencia traumática que se trajo a cuestas de Nueva York actúan de desencadenantes. Cuenta que llega a pasarse varias semanas sin dormir, deja de cuidar su higiene porque la simple idea le resulta inasumible y empieza a notar a su alrededor una campana de cristal que la rodea y le quita el aire.

La historia es un retrato tan verídico de lo que ocurre en la cabeza de una persona que llega a un punto de no retorno en su estado depresivo que pone los pelos de punta a todo lector no rapado. La naturalidad con la que decide que el cuerpo le pide tierra y fantasea con diferentes ideas para quitarse del medio es entre genial y horrible. Genial en lo que corresponde a lo literario y horrible en lo que corresponde a lo empático, sobre todo cuando eres consciente de que Plath decidió acabar con todo muy poco tiempo después de publicar esta novela.

Se hace incómodo hablar en términos literarios de un libro tan delicado, una novela que es difícil no plantearse como un grito a la desesperada, quizás una última llamada de socorro. El atrevimiento definitivo de exponerse con todo, soñando sin esperanzas reales con una mano que sea capaz de ofrecer una ayuda que consiga llevarle fuera del pozo pero dando por hecho que no va a ocurrir. No leemos un libro, visitamos un infierno.

 VALORACIÓN:

 

Rubén Pedreira

No hay comentarios:

Publicar un comentario