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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

Escritura · Ciencia · Curiosidades

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Leí El problema de los tres cuerpos dos veces. En ambas me gustó bastante y en ambas me dejó con ganas de seguir viendo cómo evolucionaba la saga. Intenté leer su segunda parte, El bosque oscuro, también dos veces. En ambas me desconecté de la historia y en la anterior ocasión incluso abandoné el libro a medias. En este nuevo intento me propuse terminar la trilogía para ver a dónde llega todo este asunto y lo terminé, pero ni se acercó al interés que me generó el anterior. Se pierde el misterio con el que jugaba la novela inicial, ahora ya sabes desde el principio lo que está pasando: una civilización extraterrestre avanzada quiere conquistar la Tierra. Con todas las cartas sobre la mesa, se va mucho de lo que hacía hipnótica a la anterior entrega.

No sabría explicar exactamente lo que creo que le falla a esto, es una mezcla. Los personajes siguen siendo bastante tópicos como en la primera parte, pero lo que en ese primer libro era una historia original que llevaba a querer conocer más aquí se convierte en algo enrevesado y en muchas ocasiones poco creíble. Por ejemplo, tras una crisis planetaria que empieza alrededor de 2010, en torno a 2020 la humanidad ya es capaz de hibernar gente a granel durante años y años. No se especifica cómo es posible haber conseguido tan rápido tal capacidad, por mucho que en tiempos de crisis suela producirse una explosión evolutiva por necesidad. Si os acordáis, nosotros, en el 2020 y también en crisis, en vez de hibernando a personas estábamos encerrándolas en casa.

Por otro lado, la base del libro es un proyecto que me parece de locos. Como el enemigo tiene la capacidad de espiar todo lo que se hace y dice en la Tierra por medio de su avanzada tecnología, la ONU establece un plan con cuatro tíos que tendrán libertad para hacer lo que les salga de las narices sin dar explicaciones mientras buscan cómo ganar la guerra que se producirá en cientos de años, cuando los aliens consigan llegar al Sistema Solar. Me parece una gilipollez. ¿Qué clase de líder mundial aprobaría tal despropósito?

No sé, Cixin, vamos a leer el siguiente por aquello de terminar lo que se empieza, pero creo que en este se te fue de las manos la cosa.
 
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Byung-Chul Han está muy preocupado. El azar nos soltó en unos tiempos en los que la sociedad no funciona como debería. Esa conclusión, que es justo la misma a la que llegó absolutamente todo individuo que perteneció a una sociedad humana a lo largo de la historia, le tiene inquieto y por ello escribió este libro. En La sociedad del cansancio, el filósofo coreano explica los males psicológicos de la ciudadanía moderna basándose en una idea fundamental: hoy en día todos practicamos el esclavismo, pero en vez de llevarlo a cabo con los demás lo ejercemos sobre nosotros mismos.

Para Han, los grandes males que llevan a la gente a sufrir los trastornos mentales típicos de nuestro tiempo (depresión, síndrome de desgaste ocupacional, hiperactividad…) se resumen desde la perspectiva de que el mundo evolucionó hacia un exceso de positividad. No una positividad como la de quien cree que tampoco es para tanto llegar a verano sin tener cuerpo de modelo y que hay cosas peores, sino como la de quien cree que si llegar a verano con cuerpo de modelo es una opción, es necesario hacerlo. Como quedan tres meses escasos para verano, quien tiene esta mentalidad lo único que conseguirá será acabar quemado ya que por mucho que se esfuerce los plazos no dan para conseguir nada significativo. Al final, este sujeto esclavo del “querer es poder” acaba frustrado, llorando por culpa de su falta de habilidad calibrando los límites y por su negligente ignorancia sobre la biología humana.

Han explora ese estado mental de la aparente libertad contemporánea, en la que los yugos de la religión y las condiciones laborales infrahumanas dejan de ser lo que lleva a las personas a desgastarse en la dictadura de la moral y el trabajo. Ahora los yugos se los genera uno mismo debido a la autoimpuesta sensación de que necesitamos ser la mejor versión de nosotros mismos. Los límites del ocio y el negocio se confunden, la necesidad de formarse y de ser mejor es omnipresente para convertirnos en el mejor objeto de consumo posible y acabamos hasta las narices de tanto poder sin realmente querer. Reflexiones interesantes, aunque un poco más de alegría y un poco menos de “todo mal” no ten vendría mal, Han.

 

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Patti Smith es una artista curiosa, y en esta biografía sobre los primeros años de su carrera no hace otra cosa que confirmarlo. En ese punto entre la rebeldía absoluta y la tímida introspección artística, en este libro habla principalmente de la relación casi simbiótica que desarrollo con Robert Mapplethorpe desde que se conocieron por casualidad con 20 años hasta la muerte del fotógrafo dos décadas más tarde. Lo que empezó como una relación de pareja terminó por dar paso, cuando Robert se dio cuenta de que tenía otras preferencias igual de lícitas, por convertirse en una amistad irrompible. A pesar de las diferencias notables de personalidad entre ellos que se dejan ver durante la obra, la admiración y confianza que demuestra Smith hacia su antiguo amigo en esta narración es total.

Una cosa que me sorprende siempre que leo un libro autobiográfico de una figura artística de relevancia crecida en la América de los años 60 y 70 es la cantidad de encuentros impresionantes que cuentan, incluso en los tiempos en los que apenas habían dado más que sus primeros pasos dentro del mundo del espectáculo. Siempre describen aquella vez en la que se dieron la vuelta y se toparon de frente con Janis Joplin tomando un helado y sonriéndoles, o el día en el que Jimi Hendrix les sostuvo la puerta del bus para que no se les cerrase en la cara. Supongo que es cosa de los tiempos, que eran más simples. Seguramente dentro de 40 años los artistas emergentes de hoy narrarán emocionados aquella vez que se encontraron con Taylor Swift y les firmó una camiseta… previo pago de 3000 dólares para tener acceso al meet & greet.

Es un libro interesante, cargado del ambiente artístico de la Nueva York de aquellos tiempos en los que todo artista alternativo aspiraba a entrar en el entorno de Andy Warhol. Patti y Robert consiguen mezclarse con ese entorno (aunque al propio Warhol no le vean el pelo casi nunca), y a partir de ahí empiezan a conocer a gente que les va llevando por caminos insondables hasta el éxito artístico que ambos acabaron por conseguir, cada uno a su manera.

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Entroido comeza cun capítulo no que o impecable inspector Xallas axexa o misterioso asasino do martelo para atrapalo e acabar a súa xeira de asasinatos que perturba a sempre tranquila cidade da Coruña. Non obstante, o que remata por caer nunha trampa é o policía, que se converte na última vítima do criminal, pois este deixa de matar despois de acabar con Xallas e nunca mais se escoita falar del.

Uns vinte anos despois, a inspectora Lola Xallas é requirida dende Barcelona para participar na investigación do asasinato dun executivo do mundo do espectáculo. Lola, como deixa deducir timidamente o seu apelido, é a filla dese inspector Xallas ó que pegaron un martelazo a traizón na noite coruñesa. Lola non dubida, xa que quen lle pide o favor é o antigo xefe do seu pai, co que garda moi boa relación, e aparece en Barcelona para ver se atrapa o asasino dese executivo ó que en realidade ninguén botará a faltar. O tal Tony Torres movía tódolos fíos no mundo do espectáculo catalán, pero non había quen o aturara.

Nesta novela, dinamicamente escrita con capítulos moi curtos que chaman a ler o seguinte despois de rematar cada un, os sucesos vanse cruzando tanto en tempo coma en espazo, e ademais da historia de Lola coñecemos tamén a de Olvido, unha periodista catalana que traballa en Coruña e que foi parella de Tony Torres meses antes do suceso. A periodista recibe un paquete anónimo cun vídeo subido de ton do executivo cunha famosa actriz e acode de inmediato a Barcelona para ver a Tony e avisalo de que alguén podería querer extorsionalo. A actriz que aparece no vídeo, Soledad, é outra das protagonistas cuxa historia se vai desenvolvendo ó longo da novela, deixándonos ver unha artista de éxito pero moi solitaria, que namora de casualidade cun aburrido funcionario un día que tropezan nunha libraría. As dúas serán sospeitosas principais da morte violenta.

A complexidade da investigación leva á policía a cambiar de sospeitoso coma de calcetíns, pero non é algo que sorprenda a Lola Xallas porque todo protagonista de thriller sabe que iso é o normal. O que a sorprende é atopar no medio de todo unha misteriosa referencia ós tempos nos que investigaba sen éxito ó asasino do pai

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Estar durmindo tranquilamente e ser espertado por unha man negra coma o baleiro colléndote das pernas e intentando tirar de ti cara un abismo escuro no medio do chan ardente da túa habitación non é unha experiencia de bo gusto para ninguén. Ademais de que esas non son maneiras educadas de privar do sono á xente, calquera ó que lle pase tal suceso posiblemente quedará preocupado un bo anaco pensando en que puido tomar o día anterior a altas horas para ver tal cousa.

Ó protagonista do libro, non obstante, nin se lle pasa pola cabeza a posibilidade de que as sustancias de dubidosa legalidade tivesen algún papel no sucedido. Tipo saudable como poucos, ten moi claro que aquilo foi unha experiencia sensorial real e o ente está de verdade a axexalo con malas intencións. A sombra é o signo dun escuro mal que o persegue dende hai tempo, dende a infancia mesma.

Ese suceso leva ó narrador a tecer unha agradable historia chea de realismo máxico, de mitoloxía galega, de aldea e de tradicións familiares, na que a vida tranquila pero tamén mística e profunda das poboacións rurais amósase como a última resistencia da esencia humana. Contra a ansiedade da cidade, a calma e a vida comunitaria das aldeas. Contra a inmediatez do mundo contemporáneo, os remedios tradicionais da sabedoría popular.

Para liberarse da maligna presenza que o atormenta, o protagonista acode a casa familiar para reconectar cos seus devanceiros e atopar as armas naturais das que a súa familia bota man dende hai moitas xeracións para enfrontarse a todo tipo de males e embruxos. Mentres constrúe o amuleto de herbas, plumas e naturezas mortas varias que sabe que lle axudará a escorrentar a maldade que o atormenta, aproveita para ir contando a estreita relación da súa familia coa sabedoría tradicional e mística, a condición de bruxos dalgúns dos seus antepasados ou mesmo as súas propias experiencias pasadas con ese mundo que hai mais alá do que os nosos ollos ven.

Unha novela curta, intensa e emotiva, das que se desfrutan lendo nunha cálida tarde de verán á sombra do carballo mentres o ar abanea as follas e deixa caer algunha landra con présa por abandonar a árbore antes do seu debido tempo.

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Cenizas se compone de una novela corta, cuyo título es el que da nombre al libro, y un puñado de relatos que la complementan y que tienen como nexo de unión el hecho de profundizar en los miedos internos que la humanidad siempre lleva consigo: la vejez, el abandono, la duda sobre si una última cerveza será demasiado o no… En todos los relatos flota una impresión, a veces incierta y a veces no, que nos lleva a pensar que algo no va bien.

La historia de Cenizas empieza cuando Alejandro recibe una carta de su gemelo pidiéndole acudir a Nueva York a recoger sus cenizas y llevarlas a una isla para lanzarlas desde una montaña sagrada. La petición causa un impacto considerable al protagonista, pues no solo se ve teniendo que recorrer medio mundo sin entender muy bien a qué viene todo eso, sino que además se le añade la faena de que el hombre no tenía ni idea de que su gemelo había muerto ni de cómo pasó. Nacer a la vez, con lo que une eso, y ni siquiera tener el detalle de hacer una llamada para avisar de que se le fue la vida de las manos y explicar un poco el tema queda feísimo.

El caso es que el protagonista, que en realidad no se llevaba nada bien con su gemelo y nos explica que era un auténtico impresentable, acude a satisfacer la petición de su hermano sin rechistar. Se planta en Nueva York sin que nadie se atreva a explicarle lo que está pasando y, con la urna entre manos, coge un avión hacia la misteriosa isla, teniendo que aguantar durante el vuelo a un parapsicólogo con ganas de sacar conversación. A partir de ahí, con el aterrizaje en la isla, se nos presenta una historia llena de incógnitas, en las que el autor muestra su habilidad para generar un misterio incierto. El misterio no se basa aquí en descubrir quién hizo qué o cómo ocurrió tal cosa, sino en descubrir por qué está pasando lo que está pasando. Esa incerteza lo contagia todo.

Una vez terminan las 100 páginas de la historia de Cenizas, tenemos unas 80 más en las que se suceden nueve relatos cortos ambientados en diversas partes del mundo y que bajan a las profundidades de las miserias internas, generando el mensaje innegable de que los miedos son un acompañamiento universal a la esencia humana.

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Si en el ficticio pueblo que sirve de escenario a Amanece que no es poco era auténtica devoción lo que había por Faulkner, en el pueblo de las reseñas de Internet existe también auténtica devoción por Zweig. Raro es el día en el que no se publican un mínimo de 563 valoraciones de sus obras, y en ese contexto me erigía como enemigo público número uno de este lugar al no haber leído nunca nada suyo.

A partir de ahora ya no soy enemigo de nadie, con esta Novela de ajedrez conocí unos parámetros mínimos del autor para poder irme de entendido de su obra en las juntanzas. Puedo entender que guste tanto, pues tiene una forma muy propia de contar cosas dando un dinamismo meritorio dentro de una trama cargada de introspección y con un nivel de acción tan escaso.

Esta novela solo necesita para existir un barco y un puñado de partidas de ajedrez. El narrador se entera por casualidad de que el campeón del mundo de ajedrez se encuentra a bordo del crucero en el que acaba de embarcarse y eso le hace obsesionarse con conseguir una conversación con él en algún momento del trayecto. Su objetivo es comprender la personalidad de este hombre, pues es de dominio público que a pesar de ser un genio del tablero es un completo iletrado en todo lo demás y eso le parece inexplicable.

Traza un plan maestro para llamar su atención y se convierte en la versión añeja de esa gente que va todos los días a la ciudad deportiva del Barça a intentar pedir fotos a jugadores. El plan consiste en algo tan simple como ponerse a jugar al ajedrez en público buscando llamar la atención del maestro, pero sus partidas no logran la atención del campeón debido a su pobre nivel. Sí cautivan, eso sí, a un fantoche ricachón al que contagia su obsesión por conocer al ajedrecista. El nuevo adepto a la causa, con una personalidad arrogante que no le permite aceptar un no por respuesta, consigue convencer al campeón para que juegue con ellos a cambio de una buena suma de dinero. Esta primera partida, por supuesto, acaba en humillación. Pero en la revancha surge la ayuda de un misterioso caballero que lo equilibra todo y plantea una incógnita: ¿De dónde salió ese genio desconocido y por qué no quiere enfrentarse a solas con el campeón?
 
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Cargado de reflexiones sobre la vida y sobre el arte, este libro nos pone en la piel de Phillip Carey, un joven de la clase media inglesa de finales del XIX que nació con un pie contrahecho. Esa condición marcará su vida tanto en lo social como en lo psicológico.

La historia sigue el desarrollo de este personaje a partir de su más tierna infancia. Phillip es criado sin demasiado cariño por unos tíos que son su única familia y llega a su vida adulta con una variedad de disfuncionalidades afectivas más propias de un millennial que de una persona de su tiempo. El libro explora lo que supone para el desarrollo personal de un individuo el hecho de crecer sintiendo escasa cercanía por parte del entorno familiar, así como el peso que la soledad que eso provoca puede tener para que detalles como el complejo físico que sufre se magnifiquen más todavía. Phillip desarrolla así una personalidad compleja y abocada al fracaso social. No es que se convierta en un misántropo ni en un inútil para el trato con los demás, pero durante toda la novela se pueden ver perfectamente rasgos que dejan claro que el hombre no está bien de lo suyo.

Es un libro interesante por lo mucho que profundiza en la esencia humana, pero también se hace incómodo de leer porque el protagonista llega a caer mal a ratos aun entendiendo sus condicionantes. Son más de 600 páginas de libro que lees alternando entre pensamientos como: “¿puede dejar de quejarse de todo?”, “¿pero qué hace el pagafantas supremo este?”, “¿será capaz de hacer esa gilipollez que solo puede traerle incontables sufrimientos?” y todas las variantes de los mismos. Se sufre bastante, porque es un impulso lógico el de incomodarse cuando se ve a gente haciéndolo todo mal y este pobre hombre no levanta cabeza. Da tumbos al decidir su futuro, se junta con quien no debe y además tiene una inquietante tendencia a ver el lado malo de todo y todos.

De todas formas, es una lectura muy recomendable por lo bien que explora los temas que trata, con un enfoque accesible, y por la evolución tan natural del personaje. Por supuesto, llega un momento en el que se hace menos repelente y menos tendente al despropósito en sus decisiones, pero sin alardes.
 
 
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Creo que transmitir una buena cultura musical a tus hijos no tiene nada que ver con hacer que rajen del reguetón, como si fuera delictivo, ni con conseguir que escuchen rock progresivo con ochenta y cuatro instrumentos sobre el escenario y canciones eternas sobre la fugacidad de la vida. Pienso que la cosa va más bien de estimularlos a que quieran experimentar con todos los sonidos al alcance de su mano y quedarse con los que les generen lo que necesitan.

La música tiene una componente social y otra individual. Fortalecer la componente individual sin que por ello nadie se crea que es un sacrilegio que se le mueva sola la cadera cuando sale el nuevo tema de Bad Bunny es la clave para una dieta musical sana, porque la música comercial también es necesaria para disfrutarla en su ámbito. Puede verse como un kebab, nunca puede ser la base de tu alimentación pero de vez en cuando aporta mucha felicidad a la vida engullir uno a las cinco de la mañana, con los amigos y engrasándote la camisa, tras una noche de alta exigencia física en los pubs más selectos de la ciudad.

Lo que sí veo como una negligencia es renunciar a buscar otro tipo de sonidos para los momentos que nos pertenecen solo a nosotros. Y esa búsqueda tiene un componente casi exclusivo de experimentación propia, de no quedarte con lo que sale de la radio ni con lo que sale de la boca de tu entorno lleno de individuos que, por muy buena gente que sean, no son tú.

La vida tiene muchos momentos, y en cada uno vas a necesitar cosas muy particulares y muy tuyas, por lo que tener una compañía musical acorde a ellas va a depender de lo que se trabaje esa individualidad. La clave para la independencia musical está en encontrar el equilibrio entre esa música que escucha tu entorno y la música que es solo tuya. Pensar que tus hijos escuchan buena música porque escuchan lo que te gusta a ti tiene tanta lógica como pensar que son guapos porque se parecen a ti. Si tuvieran libertad para deshacer el estropicio que heredaron de tus genes seguro que elegirían parecerse más a Henry Cavill o Margot Robbie, así que dales al menos la capacidad para ser libres en lo que tiene remedio.

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El problema de los tres cuerpos es una de esas novelas que se suelen describir como ‘ciencia ficción dura’. El autor se recrea bastante en cosas técnicas y llega a haber momentos, sobre todo al final, en los que la ida de olla es curiosa. Ya la había leído, pero en la anterior ocasión el segundo libro de la trilogía se me hizo bola y me apeteció darle otra oportunidad a la saga.

Esta primera parte es una introducción a la interesante idea de base de la trama. El típico protagonista inocentón, en este caso un investigador chino de la rama de los nanomateriales, se ve envuelto en un follón terrible en el que se siente desubicado. Hasta aquí, el resumen del 83,4% de las novelas de ciencia ficción creadas a lo largo de la historia humana. El follón que tenemos en este caso se basa en que los gobiernos mundiales se preparan para una guerra de la que los ciudadanos comunes no tienen ni idea mientras los científicos del mundo se están suicidando en masa.

A nuestro protagonista, Wang, lo lían las fuerzas del orden para intentar infiltrarse en una especie de secta científica llamada Fronteras de la ciencia, pues hay claras sospechas de que tienen algo que ver con todo ese tema de los suicidios. Mientras está buscando pistas, se encuentra con la existencia de un videojuego extraño, llamado Tres Cuerpos, que hay que jugar poniéndose un traje de realidad virtual. Y el tío lo prueba y se vuelve adicto.

El juego trata de una civilización que vive en un planeta cuyo sistema estelar tiene tres soles. Están muy preocupados, porque todo el mundo sabe que el movimiento de tres cuerpos unidos por atracción gravitatoria no tiene una solución cerrada. Esa cuestión en la Tierra no tiene especial inconveniente más allá del de obsesionar a los físicos del siglo XVIII, pero allí es un problema importante porque no pueden predecir el movimiento de sus soles y cada poco tiempo les montan un estropicio planetario apocalíptico. Esas pobres gentes están cansadas de extinguirse cíclicamente por culpa de una estrella apareciendo donde no debería de manera imprevisible.

Lo que no sospecha Wang mientras juega es que esa civilización existe, y que el juego no es un divertimento inocente.

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Antes de escribir Alta fidelidad, novela que años más tarde sería adaptada por Hollywood con un confuso John Cusack en el papel protagonista, Nick Horby llevó al papel los recuerdos de toda su vida como aficionado al fútbol en Fiebre en las gradas. Esos recuerdos van desde 1968 a 1992 y giran alrededor del Arsenal, equipo del que es aficionado.

El Arsenal de esta historia no era el equipo que fue más tarde, tras la llegada de Arsène Wenger un lustro después de la publicación del libro. En los años 70 y 80 el equipo londinense perpetraba actuaciones decepcionantes una detrás de otra. El autor se lamenta en repetidas ocasiones de su reputación de ‘equipo con el juego más aburrido de Inglaterra’, reconociendo que es bien merecida. Vivir durante décadas ese contexto de apoyar a un equipo que no cosecha más que decepción tras decepción es complicado y a veces hasta deprimente. Y me gustaría decir que hablo en palabras de Hornby, pero en realidad hablo desde la experiencia que me da una vida como aficionado al Dépor, con ese doctorado en ingeniería del despropósito que convalidan desde hace años a todos los asistentes habituales a la grada de Riazor.

Fiebre en las gradas no es técnicamente un libro de fútbol, aunque evidentemente es su piedra angular, sino un libro en el que autor utiliza su afición como nexo de unión de la memoria y cuenta su vida a través de él. Es una biografía, pero recordada como nos gusta recordar las cosas a quienes guardamos las anécdotas de años pasados asociándolas a lo que hicieron los nuestros sobre el campo. Anécdotas contadas para quienes recordamos el 2020 no como el año de la pandemia, sino como el año en el que nuestro equipo descendió después de marcarse una temporada absurda. También puede gustar a quien crea la barbaridad de que el fútbol son solo 22 personas dando patadas a un balón, pero seguramente lo disfrute menos.

De los libros que conozco, es uno de los que mejor consiguen reflejar ese entrelazamiento entre tu equipo y tu vida y darle la relevancia adecuada. Porque al final, como dijo una vez Arrigo Sacchi en aquella famosa frase, “El fútbol es lo más importante de lo menos importante”.

 

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Como no soy ningún erudito literario no tengo problema en reconocer que pensaba que esto era una película. Pero resulta que, antes de que Hollywood grabara sus versiones cinematográficas de la historia (todas ellas variando la trama original), un señor victoriano había escrito ya unos cientos de páginas contando la aventura de unos ingleses que se encuentran una civilización secreta en una zona casi inaccesible del sur de África.

El libro no solo es un clásico, sino que además es considerado el iniciador de ese género de novela, tan popular a principios del siglo XX, en el que un grupo de expedicionarios salían a la aventura y encontraban civilizaciones o maravillas perdidas en entornos remotos. En libros posteriores se encontraban dinosaurios en el Amazonas, alienígenas aberrantes en la Antártida o naciones escondidas en a saber dónde en las que la democracia funciona. Pero todos los encuentros tienen en común el ser inconcebibles para el lector familiarizado con el mundo real y que los intrépidos protagonistas pasan muchas penurias para hallarlos.

El grupo protagonista de la novela se adentra en lugares aparentemente salvajes e inexplorados para buscar al hermano de uno de ellos, desaparecido mientras buscaba unas legendarias minas en la zona, que habrían albergado las riquezas del rey Salomón. En su búsqueda, se encuentran una civilización, aislada del mundo, que custodia dichas minas y acaban viéndose envueltos en una lucha por el poder de la desconocida nación.

La historia, como producto de su época que es, emana un notable aroma a Brummel en cada página y no pasaría ni un solo control de calidad del departamento de protección de la diversidad de Netflix, aunque es de suponer que en una expedición africana del siglo XIX la corrección política solía ser un extra poco valorado. Como toda obra pionera, el paso del tiempo le hace flacos favores, al ver en ella muchos tópicos mil veces repetidos después por quienes secundaron su género y que hoy tenemos la sensación de haber visto mil veces, pero el libro entretiene. Eso sí, no tengo claro que el Rey Salomon dejase nunca de partir bebés a la mitad en su Israel natal para irse a Zimbabwe a recoger diamantes.

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Reconozco que la geología nunca fue un campo que dominase demasiado. Siempre tuve claro que si jugando al Trivial me preguntan “¿Quién propuso la teoría de la deriva continental?” tengo que decir “Wegener” y que si veo que los edificios empiezan a temblar y a derrumbarse mientras los mares crean olas de cien metros la cosa no va nada bien. Pero más allá de eso y de lo explicable en términos puramente físicos no tengo mucha base.

A pesar de esa deficiencia conceptual que tenía, después de leer este libro puedo ya hacerme pasar por un experto en la cuestión delante de todo aquel que no tenga ni idea del tema. Nahúm, que sí es experto geólogo, explica de manera muy didáctica toda la historia geológica de nuestro planeta remontándose incluso a los tiempos en los que todo esto ni siquiera era un planeta (y no, tampoco era campo). Al terminar las doscientas y pico páginas de esta obra, en tu cabeza están todos los datos relevantes conocidos sobre por qué la Tierra es así y por qué fue de otra manera. Se dedica incluso un capítulo entero a hablar sobre como será, aunque esto me resulta de menor interés ya que a no ser que en algún momento de mi existencia me convierta casualmente en un ente supracognitivo y eterno dudo que esté aquí para comprobarlo.

Un geólogo en apuros es una obra escrita con lenguaje accesible y con explicaciones cercanas que hacen que los conceptos lleguen al lector sin esfuerzo. No da la sensación en ningún momento de que el geólogo que escribe se encuentre en apuros, pues solventa con profesionalidad cada uno de los capítulos que expone, estructurados esencialmente según las eras geológicas que atravesó la Tierra.

Un libro ameno, divulgativo, sencillo de leer a pesar de toda la información que trae y que puedes recomendar tanto a tu primo cuarentón como a tu hija adolescente. Si no tienes una hija adolescente y te llevas mal con tu primo cuarentón tampoco hay problema por regalárselo a tu abuelo, aunque si tu abuelo prefiere dedicar su tiempo a vigilar obras puedes pasar del resto del mundo y leerlo tú. Salvo que seas una inexistente hija adolescente, un primo cuarentón repelente o un abuelo que prefiere vigilar obras.

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Duff McKagan es el bajista de Guns N’Roses. Lo fue en la formación original de los años 80 y lo vuelve a ser en la actualidad, tras la reconciliación que se produjo en los últimos años entre los principales miembros de la banda. Sabiendo que pertenece a un grupo mundialmente famoso por sus excesos, uno puede imaginarse al abrir este libro que lo que va a leer no va a ser una autobiografía recatada y llena de corrección política.

Este ‘It’s so easy (y otras mentiras)’ es la historia de la vida de Duff y deja claro que el tío no se aburrió. En esencia es la historia de dos caminos de éxito: el que le llevó a ser una de las estrellas de rock más indiscutibles de su tiempo y el que le llevó a ser un politoxicómano quizás incluso más indiscutible. Habrá a quien le parezca que este segundo camino no es muy exitoso pero, al leer todo lo que esta persona metió en su cuerpo a lo largo de los años, no puedo más que reconocer que llegar a los 60 en un estado físico más que aceptable tras semejante ingesta de mierda es una proeza a la altura de muy pocos.

Este verano estuve en el concierto que dieron en Vigo y acabé las tres horas que duró con la sensación de estar en peor estado físico que ellos. Slash incluso se marchó del escenario haciendo el pino después de andar cargando todo el rato con una Les Paul mientras yo difícilmente era capaz de dar tres pasos sin notar crujidos, después de estar todo ese rato dando una exhibición de conocimiento letrístico y de exigentes movimientos de éxtasis rítmico propios del que ve por fin en directo al grupo más importante de su adolescencia. Al leer este libro y conocer aún más a fondo las aventuras de este entrañable conjunto de politoxicómanos estoy aún más sorprendido de que esos señores mayores con los órganos tan exigidos dieran tal recital.

En cualquier caso, esta no es una historia sobre drogas. Tiene mucho sobre ellas, pero es también una historia de superación y de sueños cumplidos de un chaval que arriesgando y de la nada llegó al todo y que cayó en un pozo oscuro para volver a salir y dar un giro a su vida para convertirse en un sanísimo intelectual. De las mejores autobiografías musicales que leí nunca.

 

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Tardé varios capítulos en conseguir entenderme con esta novela. Está escrita con un estilo muy particular, escapando de los aspectos estilísticos clásicos. No existe aquí la fórmula típica del narrador contando la escena con los diálogos claramente precedidos de guiones, sino que Woolf difumina esa línea entre narración y conversación. Los personajes se convierten en narradores por turnos y los diálogos aparecen a menudo a mitad del párrafo con el caos propio del fuero interno. Y es que en este libro, más que la acción y los escenarios donde habitan los personajes, lo que observamos es el flujo de sus pensamientos. Es la historia de las emociones de un grupo de personas, más que la historia de sus actos.

Es un libro con tres partes bien definidas. De hecho, están tan bien definidas que la historia está explícitamente dividida en esas tres fases, cada una con su título y todo. La primera, aunque bañada por esa angustia existencial que todo humano trae consigo como defecto de fábrica, transmite un ambiente de despreocupación. La segunda parte provoca un ánimo de irrelevancia y fugacidad. Por último, la tercera destroza definitivamente al lector con la desolación más absoluta, para acabar remontando hacia la aceptación.

Interpreto que lo de llamar ‘Al faro’ a esto fue una forma que tuvo Woolf de distraer la atención de lo importante, ironizando sobre la sociedad poniendo el foco lejos de los problemas que no interesan a quienes mueven los hilos. Igual que Instagram te distrae haciéndote creer que lo importante es tener muchos likes, Virginia te hace creer que lo importante es el faro cuando en realidad gran parte de la carga de la obra está en el cuadro que una de sus protagonistas, Lily Briscoe, se pasa toda la novela intentando acabar.

El gran bloqueo creativo que experimenta Lily con dicho cuadro se ve influenciado no solo por sus inseguridades internas, sino también por las expectativas y los juicios ajenos. Este símbolo se convierte en una alegoría de la vida y de la lucha por enfrentarse a sus barreras y es pieza clave del libro hasta el punto en que seguramente el primer borrador enviado a los editores llevara por título: “Acaba el puto cuadro, Lily”.

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La segunda parte de la Trilogía de la ciudad blanca empieza con el hallazgo de una persona en mitad del monte cuyo cuerpo da preocupantes señales de carencia de vida. Esas señales son, esencialmente, que está atada por los pies a un árbol y colgando boca abajo con la cabeza metida en un caldero de la Edad del Bronce. A esto, ya de por sí preocupante, se le suma el hecho de que no respira, que tiene un color de piel que no es el que suele tener la gente en su vida diaria y que no responde a las preguntas, por lo que los expertos deciden que esa persona está probablemente muerta.

Una vez se acepta la idea de que ese cadáver se creó allí a mala idea, descubrimos que no es una muerte cualquiera, sino la de la primera novia de Unai López de Ayala, el intrépido policía que protagoniza la trilogía. Unai, con esa típica sensación incómoda de cuando tu primera pareja aparece con la cabeza metida en un caldero de relevancia etnográfica, se promete aclarar qué pasó allí. Es por ello que se deja convencer de que tiene que volver a ejercer su trabajo policial a pesar de que, por cuestiones que sabrán quienes hayan leído el tomo anterior, no anda muy católico para la labor investigadora.

A lo largo de la novela se nos intercala el presente, en el cuál Unai va descubriendo que la disposición del cuerpo de su antigua novia se corresponde con un antiquísimo ritual de muerte propio de la cultura celta, con fragmentos de un pasado remoto en el cuál se conocieron Unai y esa mujer que no había visto en años. Aquel primer encuentro había sucedido más de 20 años antes, en un campamento de voluntariado para adolescentes en Cantabria destinado a ayudar en una ubicación arqueológica. Unai acudió allí con su grupo de amigos y la por aquel entonces desconocida chica generó en la cuadrilla un impacto de proporciones mitológicas con su excéntrica personalidad. Durante toda la novela se deja entrever que en aquel verano adolescente ocurrieron cosas gravísimas, que marcaron a los protagonistas para siempre y que volverán ahora para aportar misterio a la trama.

Un libro entretenido, aunque algún peldaño por debajo del que inicia la saga.

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Cuando me crucé con el libro de memorias de la que probablemente fue la persona más graciosa del siglo XX no pude evitar llevármelo a casa. Quizás hubo alguien más gracioso en la Sri Lanka de los años 80, es posible, pero no me consta y me veo obligado a trabajar con los datos que manejo. Si me preguntan a mí, Groucho Marx es seguramente la persona famosa que más gracia me hizo hasta la llegada de Raúl Cimas al mundo del espectáculo.

Este libro se vende como una autobiografía, pero es más bien un intencionado cúmulo de despropósitos (en el buen sentido). El autor barre cosas sin demasiado orden, suelta divagaciones que intercala con historias abstractas y episodios de su vida que pronto convierte en anécdotas de todo tipo que no tienen nada que ver con lo que estaba empezando a contar. Comienza a hablar de sus inicios en el vodevil junto a sus hermanos y a los dos párrafos te das cuenta de que encontró la excusa para explicar una cosa que le pasó un día a su primo José Luis cuando fue a por el pan. Groucho siempre encuentra la manera de llenar páginas sin contar nada relevante de su vida privada, y él mismo reconoce en alguna ocasión que no tiene intención de exponer nada que tenga que ver con lo personal.

Es una recopilación de anécdotas surrealistas, tanto suyas como de gente a la que dice conocer pero casi nunca nombra explícitamente “para evitar problemas legales”. Lo cierto es que mientras lees las 300 páginas del libro es inevitable pensar que muchas de las anécdotas narradas son inventadas o, como mínimo, exageradas hasta el absurdo que caracterizaba su estilo de humor. Me parece una genialidad escribir unas memorias en las que en vez de hablar de tu vida exageras cosas que le pasaron a otros y vacilas al personal con el que coincidiste y que no te caía bien.

Un libro muy sarcástico, que a veces permite ver la forma de pensar de Groucho pero que sobre todo permite ver su forma de tomarse la vida. ¿Para qué tomársela muy en serio y darse demasiada importancia contando una experiencia vital real pudiendo hacer una broma por párrafo? Menciona a bastantes personajes de la cultura popular americana del momento, eso sí. Tocó usar Google cada 10 páginas.

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Pues volvió a pasar lo que de vez en cuando permito que pase haciendo que parezca un accidente: Empezar a leer un thriller que me tiene buena pinta y acabar dándome cuenta de que no me leí un libro, sino que firmé un contrato irrompible para leerme unos cuantos más hasta acabar la saga. Los autores de novela negra consiguen vivir como reyes en sus mansiones con piscina y helipuerto gracias a incautos como yo que caen en sus redes y no saben dejar las cosas a medias, pero caigo como mínimo una vez al año en una de estas trampas. Quizás algún día cree yo alguna para intentar conseguir también mi mansión en Miami, no lo descarto.

El silencio de la ciudad blanca sigue la investigación de una serie de asesinatos en los que las víctimas aparecen por parejas y siempre en la misma postura, con una de sus manos en la mejilla del otro. Además, las parejas cada vez tienen cinco años más que los anteriores y apellidos alaveses compuestos. Como es comprensible, cuando en ese contexto acaban de matar a dos chavales de 20 años los de 25 que viven por la zona y tienen apellido ilustre empiezan a ponerse algo tensos. Eso sí, las matanzas coinciden con las fiestas patronales y el ciudadano medio no se encierra ni renuncia al jolgorio por una minucia como que haya un asesino en serie suelto por la ciudad. La gente sale a tomar sus copazos y que pase lo que tenga que pasar.

El investigador protagonista es un inspector llamado Unai López de Ayala, pero al que sus cercanos apodan Kraken desde la adolescencia. No queda demasiado claro por qué le pusieron el mote pero supongo que sería porque no caía del todo bien, yo no llamaría a un colega como a un adefesio marino mitológico si le tengo un mínimo de aprecio. En cualquier caso, el hombre lleva el mote con cierta dignidad y tiene carisma, es un tipo simpático aunque hay que reconocer que entra en el tópico de “protagonista de thriller con sus demonios y su pasado traumático”.

La novela es dinámica, engancha y te hace ir cambiando de sospechoso en sospechoso con frecuencia, haciéndote creer el más listo pero llevándote a fracasar hábilmente hasta el final. Habrá que ir a por el segundo.
 

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En estas fechas es posible que, para alguno, La cena secreta haya sido el tradicional atracón nocturno de Año Nuevo basado en bajarse todos los turrones sobrantes de las fiestas sin decírselo a nadie y prometiéndose que a partir del día siguiente empezará el gimnasio. No obstante, en este libro no aparece nadie a punto de reventar por el excedente de Suchard mientras se lamenta de los excesos navideños, el tema es bien distinto.

En esta novela, oportunamente escrita para subirse al carro del fenómeno que El Código da Vinci había generado a nivel mundial un año antes de su publicación, el autor plantea una trama de misterios y conspiraciones con el siempre socorrido Leonardo como punto de apoyo de todo. Si el genio italiano levantara la cabeza y viese que sus esfuerzos para ser erudito de la pintura, arquitectura, ingeniería y mil cosas más hicieron de él el conspirador preferido de los novelistas del siglo XXI se habría dedicado a la petanca. Y se habría convertido en el más virtuoso petanquero de su barrio, por supuesto.

El planteamiento principal del libro se basa en los tiempos en los que da Vinci se encontraba pintando La última cena en el convento milanés de Santa Maria delle Grazie. Un personaje misterioso no para de enviar inquietantes mensajes en clave a la élite religiosa de Roma diciendo que se están cometiendo herejías gravísimas en esa pintura y al final no les queda otra que enviar a un inquisidor a Milán para descubrir quién está detrás de los mensajes e intentar ver qué pasa allí.

Alterna (con varias toneladas más de lo segundo que de lo primero) entre cierto rigor histórico y cierto jugueteo con los huecos oscuros de la historia, asignando a Leonardo y a su obra creencias y rasgos de libre interpretación. Como el artista fue un hombre de inquietudes con mucho misterio a su alrededor, resulta tentador sacarse un best seller de la manga en base a lo que pudo haber sido, pero no va mucho más allá de eso. Entretiene, sobre todo en la primera parte, pero sobrevive a la segunda mitad en base a plantear un misterio que ningún personaje es capaz de ver aunque un lector medianamente atento puede descubrirlo de un rápido vistazo adecuadamente tirado.

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