Cenizas se
compone de una novela corta, cuyo título es el que da nombre al libro, y
un puñado de relatos que la complementan y que tienen como nexo de
unión el hecho de profundizar en los miedos internos que la humanidad
siempre lleva consigo: la vejez, el abandono, la duda sobre si una
última cerveza será demasiado o no… En todos los relatos flota una
impresión, a veces incierta y a veces no, que nos lleva a pensar que
algo no va bien.
La historia de Cenizas empieza cuando Alejandro
recibe una carta de su gemelo pidiéndole acudir a Nueva York a recoger
sus cenizas y llevarlas a una isla para lanzarlas desde una montaña
sagrada. La petición causa un impacto considerable al protagonista, pues
no solo se ve teniendo que recorrer medio mundo sin entender muy bien a
qué viene todo eso, sino que además se le añade la faena de que el
hombre no tenía ni idea de que su gemelo había muerto ni de cómo pasó.
Nacer a la vez, con lo que une eso, y ni siquiera tener el detalle de
hacer una llamada para avisar de que se le fue la vida de las manos y
explicar un poco el tema queda feísimo.
El caso es que el
protagonista, que en realidad no se llevaba nada bien con su gemelo y
nos explica que era un auténtico impresentable, acude a satisfacer la
petición de su hermano sin rechistar. Se planta en Nueva York sin que
nadie se atreva a explicarle lo que está pasando y, con la urna entre
manos, coge un avión hacia la misteriosa isla, teniendo que aguantar
durante el vuelo a un parapsicólogo con ganas de sacar conversación. A
partir de ahí, con el aterrizaje en la isla, se nos presenta una
historia llena de incógnitas, en las que el autor muestra su habilidad
para generar un misterio incierto. El misterio no se basa aquí en
descubrir quién hizo qué o cómo ocurrió tal cosa, sino en descubrir por
qué está pasando lo que está pasando. Esa incerteza lo contagia todo.
Una
vez terminan las 100 páginas de la historia de Cenizas, tenemos unas 80
más en las que se suceden nueve relatos cortos ambientados en diversas
partes del mundo y que bajan a las profundidades de las miserias
internas, generando el mensaje innegable de que los miedos son un
acompañamiento universal a la esencia humana.
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