marzo 03, 2021
Rubén Pedreira
Quizás nacer en la España de los 90 no
haya sido muy buena idea. Fue posiblemente el mejor momento de toda la historia
para nacer si lo valoramos, pandemias aparte, desde el punto de vista de la comodidad
y la libertad (en ese sentido la experiencia podría calificarse en Trip Advisor
con un 7 sobre 10), pero desde otros puntos de vista la cosa cambia un poco. Nacimos demasiado tarde para las historias de
exploradores y demasiado pronto para las historias de naves espaciales, y
también nacimos demasiado tarde para poder aspirar al estilo de vida en el que
crecimos. A nosotros nos toca otra cosa, no nos toca ni optar a los retos de la
naturaleza ni a cierta acomodada estabilidad, nos toca la urgencia y la
incertidumbre.
Creo que en
cierta medida es algo basado en la imposición de la cultura de la sustitución
por encima de la cultura del arreglo. Desde hace tiempo (ojo, porque justo
ahora se viene cliché) la gente ya no va al zapatero, simplemente se compra
unos zapatos nuevos porque la diferencia económica no es tan grande. ¿Qué más da que algo pueda tener arreglo, si
lo nuevo apenas cuesta unos euros más y no tiene remiendos?
Esa cultura
de la sustitución no se limita solo a lo material, llega a todas partes, incluso
a los conciudadanos. Recuerdo que aún no habíamos cumplido la mayoría de edad
cuando se hablaba de que los que nos incorporaríamos al mercado laboral después
de la crisis de 2008 eramos “La generación perdida”. Igual que lo fue la que
sufrió el auge de la heroína en los 80 o las que llegaron a la mayoría de edad
en tiempos de las grandes guerras, estábamos perdidos antes de empezar siquiera
a buscarnos y no había más que hablar. En esas otras generaciones invalidadas solía
haber un detonante importante (por muy indecente que sea una guerra, hay que
reconocer que es una razón de peso bastante considerable), pero esta vez creo
que no. No parece que hubiera más motivo que la incapacidad para conservar hasta nuestros
tiempos el mismo mundo en el que conseguir una cierta estabilidad vital antes
de los 50 años era algo más sencillo. Quién sabe si algunos disfrutaron de más
estabilidad de la que deberían a costa de poder disfrutarla durante más tiempo.
Yo que sé,
tampoco vamos a tirarnos por un barranco, pero de lo que no cabe duda es de que
a nuestra generación nadie la llevó al zapatero a buscar arreglo, supongo que porque
finiquitar generaciones es bastante sencillo cuando no perteneces a ellas. Los
pitonisos que predecían nuestra debacle, eso sí, pueden anotarse un tanto: salvo
honrosas excepciones, quien se incorporó al mercado laboral en los últimos 10
años se metió una hostia de primera categoría.
No es todo
negativo, eso sí, al menos podemos agradecer las formas. Nunca se había dejado
que una generación se echara a perder de manera tan elegante como ahora, con cierta
paz mundial y con el detalle de, al menos, ponernos al alcance de la mano juguetes
tecnológicos y opiáceos para ayudar a pasar el rato.