febrero 2021

viernes, 26 de febrero de 2021

El museo del tiempo


Es curiosa la dualidad que existe en la relación entre las personas y el tiempo. Por un lado siempre queremos más y tememos que llegue el momento en el que todo se acabe, pero por otro nos resistimos firmemente a su paso porque la consecuencia de ello es la decrepitud. ¿Cómo se concilian dos sentimientos humanos tan opuestos y a la vez tan reales?

Yo creo que, en verdad, no nos gustaría tener más tiempo, sino conseguir una reformulación de las leyes físicas: un mecanismo con el que crear dilataciones temporales a gusto del consumidor, a poder ser sin el lío que supone tener que acercarnos a la velocidad de la luz para que Einstein lo haga por nosotros. No queremos tener infinitos segundos en nuestra vida, sino alargar hasta que nos cansemos aquellos que son dignos de ello. Lo ideal no es tener más futuro, sino tener más presente.

Y es que el futuro, en general, tampoco es algo tan increíble si lo comparamos con la actualidad. El futuro es un lugar en el que salvo sorpresa siempre seremos más viejos y en el que todo suele ser más decepcionante de lo que los planes prometían. Por mucho que creamos vivir para mejorar nuestro futuro, creo que más bien tendemos a vivir para mejorar el pasado; para que dicho pasado, mientras es todavía presente, sea digno de recordar más tarde. Buscamos que la nostalgia aparezca por aquello que hicimos una vez y no por lo que nos privamos de hacer.

Esa nostalgia no es algo negativo a pesar de su mala fama. Porque del pasado no se vive pero del futuro tampoco, de hecho ni siquiera existe hasta que no se demuestra lo contrario. De lo único de lo que se puede vivir es de un presente que cree nostalgia en lugar de remordimiento. La nostalgia no es mala, es lo mejor que tenemos e indica que hubo tiempos que supimos aprovechar. Es una visita a un museo que expone su obra en el tiempo en lugar de en el espacio. La nostalgia es lo que hace que merezca la pena juntar un par de tazas en una mesa y hablar ante ellas de lo que la provoca con quien lo vivió contigo, hasta que la incapacidad humana para conseguir la dilatación temporal obliga a terminar la visita al museo.

jueves, 25 de febrero de 2021

Pedazos de historia (XXXV): Dejen paso al cambio


Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.

Dejen paso al cambio
 

Un manifestante prodemocracia forcejea sobre un tanque con un militar soviético durante las movilizaciones civiles contra el intento de golpe de estado llevado a cabo por la cúpula soviética en respuesta a las reformas de Gorbachov (Moscú, agosto de 1991)

domingo, 21 de febrero de 2021

Pedazos de historia (XXXIV): Un diálogo complicado


Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.

Un diálogo complicado

Vuk Bojovic, director del zoo de Belgrado, intenta convencer al chimpancé Sami de que vuelva tras haberse escapado a la ciudad. En su escapada anterior (dos días antes) el director había tenido éxito apaciguándolo, pero en esta ocasión necesitaron recurrir a dardos tranquilizantes (1988).

sábado, 20 de febrero de 2021

El fin del verano


Escribir es una sucesión de percepciones sobredimensionadas de la realidad. Siempre empiezas creyendo que tienes algo impresionante entre manos, lo desarrollas pensando que no tienes claro si será la mejor manera de hacerlo y, al final, acabas pensando que tampoco era para tanto. La realidad está siempre en un punto intermedio, pero comienzas y terminas fijando los extremos.

Creo que esa tendencia es un vicio bastante asimilable a la vida en sí, que también es en cierta medida un cúmulo de percepciones sobredimensionadas. Es posible que odiemos los lunes más de lo que se merecen y que deseemos los fines de semana con mayor ilusión de la que deberíamos, al fin y al cabo la vida no debería vivirse despreciando trozos de ella en base a un calendario. También es cierto que eso es fácil decirlo un sábado y que el mérito sería comentarlo un día entre semana, justo después de despertarte a las seis para llegar a un trabajo en el que lo único interesante que haces es marcharte de allí. No nos engañemos como nos intentan engañar esas tazas de desayuno con letras de colores; claro que siempre va a haber momentos de vida totalmente prescindibles, pero qué menos que minimizarlos a toda costa para no vivir en bucles.

Existe, no obstante, una época en la que la vida se aprecia en su justa medida: el final del verano. En el final del verano sabemos lo que hay, la balanza está perfectamente equilibrada entre el la mala sensación de entender que se está acabando lo que se daba y la buena voluntad de querer aprovechar lo que queda. Durante esas últimas jornadas en las que los lunes son el mismo tipo de día que los sábados la filosofía habitual se transforma, aunque según se cumplen años es algo cada vez más efímero. El tiempo va haciendo que nuestros finales de verano ya no sean cuestión de varias semanas, sino de varios días. El tiempo convierte las vueltas al colegio en vueltas a la oficina y elimina esa sensación de reencuentro con los compañeros, porque cuando vuelves a la oficina a los compañeros los dejaste de ver hace quince días, no hace dos meses.

El fin del verano nos regala un poco de paz puntual antes de ceder el paso a la tormenta habitual.

viernes, 12 de febrero de 2021

Una noche cualquiera


Una noche cualquiera, quizás ya durante la primera década de tu vida, miras hacia arriba. Al hacerlo ves un cielo despejado lleno de puntos blancos, piensas "¿qué habrá ahí?" y esa pregunta se hace inmediatamente un hueco privilegiado en tu cabeza; quieras o no. Porque pensar "¿qué habrá ahí?" es siempre el principio de la curiosidad y la curiosidad es el principio de todo lo que crea nuestro interés. Da igual que la pregunta surja mirando hacia arriba una noche o mirando una caja cerrada con una llave que no tenemos, al final es siempre lo mismo, siempre la misma necesidad de conocer lo que existe más allá de lo que podemos ver. Y la llave que necesitamos para desvelar lo oculto puede ser un simple trozo de metal que entra en una cerradura, pero también un telescopio que permite echar un vistazo a lo que hay oculto entre esos puntos blancos que una vez hicieron llegar a tu mente la incógnita del "¿qué habrá ahí?" tras mirar hacia arriba.

Cuando decides que encontraste tu llave en un telescopio estás condenado a recorrer un camino imposible, en el que nunca sabrás realmente lo que hay ahí. Nunca lo sabrás porque nunca te dará tiempo y si tuvieras tiempo no tendrías espacio, ya que el cerebro humano está hecho para no guardar mucho más de lo estrictamente necesario y nunca podrías hacer sitio en él para todo lo que existió, existe y existirá. Hay incógnitas a las que te comprometes para siempre, hasta que la muerte te impida seguir abriendo sus cerraduras. Hay cosas tan increíbles que llegan a ti simplemente por mirar hacia arriba y se te aferran con tanta fuerza que eres incapaz de alejarlas nunca más. Y, aunque a veces pienses que sería más sencillo si nunca hubieses mirado hacia arriba y nunca te hubieses preocupado por lo que había ahí, no puedes escapar de lo que se agarra a ti desde dentro.

miércoles, 3 de febrero de 2021

José Carlos Llop - El informe Stein


 

"—El piano facilita la digestión —decía mi abuelo—, y afina los sentimientos. Un hombre ha de cuidar su digestión y tener siempre afinados los sentimientos; si no, corre el peligro de transformarse en una bestia."

Pocos autores escriben a sus protagonistas infantiles mejor que José Carlos Llop. En personalidad y en sensaciones.