Escribir es una sucesión de percepciones
sobredimensionadas de la realidad. Siempre empiezas creyendo que tienes
algo impresionante entre manos, lo desarrollas pensando que no tienes
claro si será la mejor manera de hacerlo y, al final, acabas pensando
que tampoco era para tanto. La realidad está siempre en un punto
intermedio, pero comienzas y terminas fijando los extremos.
Creo
que esa tendencia es un vicio bastante asimilable a la vida en sí, que
también es en cierta medida un cúmulo de percepciones
sobredimensionadas. Es posible que odiemos los lunes más de lo que se
merecen y que deseemos los fines de semana con mayor ilusión de la que
deberíamos, al fin y al cabo la vida no debería vivirse despreciando
trozos de ella en base a un calendario. También es cierto que eso es
fácil decirlo un sábado y que el mérito sería comentarlo un día entre
semana, justo después de despertarte a las seis para llegar a un trabajo
en el que lo único interesante que haces es marcharte de allí. No nos
engañemos como nos intentan engañar esas tazas de desayuno con letras de
colores; claro que siempre va a haber momentos de vida totalmente
prescindibles, pero qué menos que minimizarlos a toda costa para no
vivir en bucles.
Existe, no obstante, una época en la que la vida
se aprecia en su justa medida: el final del verano. En el final del
verano sabemos lo que hay, la balanza está perfectamente equilibrada
entre el la mala sensación de entender que se está acabando lo que se
daba y la buena voluntad de querer aprovechar lo que queda. Durante esas
últimas jornadas en las que los lunes son el mismo tipo de día que los
sábados la filosofía habitual se transforma, aunque según se cumplen
años es algo cada vez más efímero. El tiempo va haciendo que nuestros
finales de verano ya no sean cuestión de varias semanas, sino de varios
días. El tiempo convierte las vueltas al colegio en vueltas a la oficina
y elimina esa sensación de reencuentro con los compañeros, porque
cuando vuelves a la oficina a los compañeros los dejaste de ver hace
quince días, no hace dos meses.
El fin del verano nos regala un poco de paz puntual antes de ceder el paso a la tormenta habitual.
El fin del verano
Rubén Pedreira
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