agosto 2021

jueves, 19 de agosto de 2021

Antes del vuelo


Solo hay dos cosas que me gustan de estar dentro de un avión: quedarme dormido en mitad del viaje y salir de él después de aterrizar.

No obstante, hay algo asociado al vuelo que tengo que reconocer: Los aeropuertos tienen una capacidad de aportar paz que no se encuentran en otros sitios. Por mucho que esas horas en una máquina poco espaciosa, con los pies a muchos más metros de tierra firme de los que me gustaría, sean siempre una experiencia bastante desagradable, en pocos sitios se desconecta tanto como en esos momentos previos al viaje.

No hay silencio mejor diseñado que el silencio de aeropuerto. Esa calma que se consigue cuando se llega con cierta antelación, delante de un cristal mirando a la pista de aterrizaje con unos auriculares puestos en los que suena lo que el gusto del consumidor decide, es difícilmente conseguible en otros contextos sin recurrir a opiáceos. Tiene su magnetismo.

La cosa se estropea un poco cuando la cercanía del despegue hace que tus compañeros de vuelo vayan apareciendo y agolpándose en una fila interminable desde un rato antes de abrir las puertas, pero tú prefieres quedarte sentado, aferrado a esa calma que ya se escapa, y entrar cuando el mostrador se despeje. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que la cabina se quede sin sitio para tu equipaje de mano y a la salida tengas que esperar 5 minutos más disfrutando de esa inimitable calma de aeropuerto mientras ves maletas salir por la cinta y la música sigue sonando?

miércoles, 18 de agosto de 2021

El juego de la memoria


A la memoria le gusta jugar a juegos extraños, se comporta de manera impredecible y trae de vuelta lo que ya no existe cuando no es necesario. Es un disco duro defectuoso, anárquico y con una falta de tacto especialmente irritante.

Teniendo eso en cuenta, tener un libro en las manos tiene siempre cierto peligro porque es una invitación al juego de la memoria. Pasar páginas casi nunca aporta mucho más (sin que eso sea una minucia) que narrativa y sensaciones, pero a veces un párrafo concreto habla de algo, o quizás aparece en él una palabra que hacía mucho tiempo que no te encontrabas, y eso genera una asociación irremediable y espontánea con algo que vuelve de repente. El disco duro mueve una imagen que hace tiempo que estaba traspapelada y la pone de fondo de pantalla durante un buen rato sin tener siquiera la decencia de pedir permiso.

Lees lo que ocurre en el papel y te encuentras  con sucesos ocurridos fuera de él, con otros protagonistas muy distintos cuyos nombres conoces y al menos uno de ellos podría ser perfectamente el tuyo propio. Y recuerdas perfectamente que había un perro ladrando a lo lejos,  un tren a punto de arrancar y un pensamiento en la cabeza que existió, pero nunca se manifestó: "Pues, quizás, esto era todo". Y ahí se queda la cosa hasta que un libro invita a la memoria a jugar a un juego. Y ahí confirmas que, efectivamente, era verdad que eso había sido todo. Y que algo ya haya sido todo,  que duda cabe, siempre fue mejor que que no haya sido nada.