agosto 2022

viernes, 26 de agosto de 2022

Simbiosis sonora


 Hay pocas sensaciones comparables a la de reencontrarse con una canción que hacía tiempo que no escuchabas pero que asocias perfectamente a épocas pasadas. Es una sensación extraña, porque a pesar de ser un estímulo auditivo va mucho más allá. En ese momento no estamos escuchando música, sino escuchando un recuerdo, un trozo de vida que será concreto o abstracto según cómo se hubieran acomodado sus notas en nuestra memoria.

Esa relación entre la música y nosotros es prácticamente una simbiosis. A nosotros nos enlaza a relatos vividos y a ella la ayuda a persistir. Porque las canciones, si se desligan de la vida, tienen fecha de caducidad y llega un punto en el que musicalmente no son capaces de transmitir lo que transmitían al principio. Incluso la mejor canción jamás compuesta pierde su magia sonora de alguna forma en un momento dado si no se le dota de otras cosas, el cerebro se acostumbra a lo que te hacía disfrutarla y crea una coraza que hace que ya no sea lo mismo, que ya no tengas el impulso de escucharla cada día como hasta entonces.

Por algún mecanismo sorprendente y en su afán por sobrevivir, una canción puede ser capaz de rebelarse ante su efimeridad musical y entrelazarse con la memoria si le damos la oportunidad. Es así como perduran, su manera de sobrevivir al paso del tiempo y seguir transmitiendo y siendo relevantes incluso cuando llevaban años sin salir de ese MP3 que guardas en un cajón desde 2008, todavía lleno de canciones de Evanescence y Avril Lavigne.

Esa cualidad hace que la música pueda ejercer la función de diario personal y es por ello por lo que hay que procurar que nos acompañe en la vida todo lo posible, pues con ella recordamos todo evento en el que estuvo con nosotros con una nitidez que la palabra no puede conseguir. Nunca escribí un diario porque siempre recordé mis días en base a lo que sonó en ellos. Con eso no puedes acudir a la página de una fecha concreta a ver a qué la dedicaste, pero sí puedes escuchar unos acordes y ser llevado a un lugar al que nada más puede llevarte. Recuerda un momento, uno agradable. Ahí estaba sonando algo. Escucha ese algo, cierra los ojos y el simple recuerdo ya no será simple.

martes, 16 de agosto de 2022

Escribir en verano


Suelo evitar escribir en verano. También suelo reducir la lectura, creo que por razones similares. El verano me parece una época para mirar hacia delante o hacia los lados y en la que recopilar todo lo que se necesite, desde cosechas hasta vivencias. La temporada alta de recolección que nos permitirá pasar un mejor final de año.

El verano lo veo así, y es con la llegada del invierno cuando me gusta empezar a mirar hacia atrás y coger un papel y un bolígrafo, que en estos tiempos se convierten más bien en una pantalla y un teclado, y ver lo que sale. En invierno todo, incluso los ánimos, está limitado por la lluvia y el frío. Pero las palabras tienen libertad total, y por eso en invierno escribo y leo bastante. Porque en Galicia llueve bastante.

Curiosamente, porque las costumbres nunca son absolutas, la primera vez que escribí algo era verano. Me acuerdo de ese momento porque no soy de esa gente que empezó a escribir desde su remota infancia, cual niño prodigio. Yo hasta hace relativamente poco no sabía juntar dos palabras, si hablamos en términos narrativos. Empecé a escribir cosas un verano, pero desde ese momento me los prohibí sin prohibírmelos, porque el invierno es largo y necesita de julios y agostos que permitan echar la vista atrás con suficiente contenido aprovechable.

Todavía es verano, pero hoy llovió. Hoy llovió bastante.