Escribir en verano
Suelo evitar escribir
en verano. También suelo reducir la lectura, creo que por razones
similares. El verano me parece una época para mirar hacia delante o
hacia los lados y en la que recopilar todo lo que se necesite, desde
cosechas hasta vivencias. La temporada alta de recolección que nos
permitirá pasar un mejor final de año.
El verano lo veo así, y es
con la llegada del invierno cuando me gusta empezar a mirar hacia atrás
y coger un papel y un bolígrafo, que en estos tiempos se convierten más
bien en una pantalla y un teclado, y ver lo que sale. En invierno todo,
incluso los ánimos, está limitado por la lluvia y el frío. Pero las
palabras tienen libertad total, y por eso en invierno escribo y leo
bastante. Porque en Galicia llueve bastante.
Curiosamente, porque
las costumbres nunca son absolutas, la primera vez que escribí algo era
verano. Me acuerdo de ese momento porque no soy de esa gente que empezó
a escribir desde su remota infancia, cual niño prodigio. Yo hasta hace
relativamente poco no sabía juntar dos palabras, si hablamos en términos
narrativos. Empecé a escribir cosas un verano, pero desde ese momento
me los prohibí sin prohibírmelos, porque el invierno es largo y necesita
de julios y agostos que permitan echar la vista atrás con suficiente
contenido aprovechable.
Todavía es verano, pero hoy llovió. Hoy llovió bastante.
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