En mi locura
reciente por leer a los clásicos, la siguiente parada fue un libro del
que sabía bastante poco más allá de que era una de las novelas más
míticas de la historia de literatura estadounidense y que trataba sobre
un tipo que no iba mal de dinero.
La novela es una de esas que
tanto gustaba escribir a los escritores del siglo pasado, en las que el
protagonista real que lleva todo el peso de la obra es una persona con
un carisma impresionante, elegancia para regalar y don de palabra, pero
por lo que sea el autor decide darle la voz narrativa al personaje más
soso, insulso y pardillo de toda la comarca. Nick Carraway, ese narrador
que defino con tan amables palabras, da siempre la sensación de que
podrían invitarle a pasar la experiencia más impresionante de su vida
pero sería capaz de rechazar la propuesta diciendo que no le cunde mucho
porque está algo cansado y tiene que revisar las previsiones del IBEX
para la próxima semana. Menos sangre que un filete de pollo a la
plancha.
Con estos dos personajes como ingredientes principales,
la historia sigue a Nick en su vida de joven confuso poco después de
llegar a Nueva York para trabajar como vendedor de bonos. La casualidad
hace que Gatsby sea su vecino y más casualidades hacen que, además de
ser vecino, sea también un millonario disfrutón. Por ciertos intereses
románticos, a Gatsby le interesa acceder al círculo social de Nick y,
por supuesto, él se deja manipular encantado para hacer de celestino.
Es
un buen libro, pero no llegué a ver en él lo que esperaba en una novela
con su fama. Subjetivamente no diría que es una obra maestra, quizás ni
siquiera era digna de sacar a Leonardo Di Caprio de sus placeres
mundanos para ponerlo a grabar una película sobre ella. Aún así,
entiendo que llegara a tener la consideración que tiene en EEUU, ya que
no solo es una novela muy americana, sino que también refleja
perfectamente el espíritu de la sociedad estadounidense de clase media y
alta de su época. No me consta haber sido nunca un neoyorquino de clase
media-alta de los años 20, pero puedo imaginarme perfectamente a muchos
neoyorquinos de esa época y condición leyendo esto y pensando “buf, es
que soy yo literal”.
VALORACIÓN: