Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.
Tánger en 1932 (autor: Walter Mittelholzer) |
Una vista aérea de Tánger en los años 30.
Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.
Tánger en 1932 (autor: Walter Mittelholzer) |
Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.
Salvando los muebles |
Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.
El progreso es innegociable (autor: Hengameh Golestan) |
8 de marzo de 1979. En el día internacional de la mujer, decenas de miles de mujeres iranís salen a la calle a protestar contra la obligación del velo decretada por Khomeini a su llegada al poder.
"No tuvimos una revolución para ir hacia atrás"
Todo lo que existe el tiempo suficiente acaba cubierto
por una capa de polvo. El pasado deja rastros, pero no deja fantasmas
que lo cuenten y eso lo convierte en un vacío imposible de llenar por
completo.
Cada época no se distingue por lo que es importante
para su gente, sino por lo que es necesario. Lo que tiene importancia es
siempre lo mismo, aunque en cada historia sea diferente, y eso siempre
se pierde cuando lo que vemos es rastro en lugar de vida. El pasado nos
permite ver lo que fue necesario, pero se guarda y descompone para
siempre lo que fue importante.
Incluso la recreación más fiel
del pasado será incapaz de recrear la vida detrás de los hechos. Porque
lo importante no deja rastro, lo importante muere con nosotros.
Para ver todos los pedazos de historia, puedes entrar en este enlace.
Fin del partido |
Las pachangas de fútbol pueden acabar de manera imprevista si alguien lanza el balón a un lugar inalcanzable, pero las pachangas de hockey sobre hielo tienen una forma más peculiar de acabar antes de tiempo, como muestra esta foto tomada en Suecia (1959)
“Aí vivía o mestre”. Esa frase vai colonizando, co paso dos anos, a lenda local de cada vez máis pobos do rural galego. Unha frase sempre acompañada dun dedo experto que sinala cara unha construcción avellentada e coa herba alta de máis na súa contorna. Un dedo que, sempre calmo, fai botar a vista cara unha casa a miúdo agrisada pola natureza despois de moitos anos coa súa pintura sendo comida pola choiva. Casas que son distintas ó ser sinaladas por dedos distintos en comarcas distintas, pero cun denominador común: Nelas xa non vive o mestre, porque no pobo xa non hai ninguén a quen o mestre poda ensinar.
Madrugar se hace más cuesta arriba desde
que existen redes sociales. No hablo desde un punto de vista físico,
sino conceptual. Porque madrugar siempre fue algo feo, una faena
evidente ante cuyo sufrimiento tenías derecho a tener tus ojeras y tus
pocas ganas de aguantar gilipolleces. Pero si te tomas en serio las
redes puedes verte tentado a sentirte incómodo disfrutando de ese
derecho humano a tu ira matinal, creyendo que quien se despierta a las 7
de la mañana sin ganas de comerse el día segundo a segundo y
planteándose dimitir en su cargo es un parguela.
Por suerte esa
obligación moral no cala, en la práctica, más allá de las fotos y los
textos de quien madruga sólo para subirlos y después se vuelve a la
cama. En la vida real las cosas son como deben ser, con su golpe de
rabia al despertador cuando suena a horas en las que mejor podría
estarse callado, con el poco interés de casi nadie mentalmente estable
por ser productivo desde el primer minuto del día y con la libertad
plena de decirle a Manolo, el del bar de debajo de tu casa, un "¿pero
esto qué mierda es?" cuando de repente un día aparece dibujado en tu
primer café de la mañana un corazón totalmente inútil que repercute en
cinco céntimos de más en la cuenta habitual.
Esos cinco céntimos
los pagas sin rechistar, claro, porque al fin y al cabo Manolo lleva
años poniéndote tapa con la cerveza y haciéndote una tortilla rápida a
las tantas de la noche cuando le preguntas si tiene aún la cocina
abierta sabiendo que no la tiene. Pero, aún pagándolos, no quieres dejar
de mostrar tu disconformidad y tu preferencia por el café insulso de
siempre mientras te despides de tu barman de confianza y ves, por el
rabillo del ojo, cómo unas clientas que nunca habías visto allí, en ese
bar de gente añeja y paredes amarilleadas por los Ducados pre ley
antitabaco, sacan fotos a su café con leche mientras Manolo comenta la
jugada con los parroquianos de la barra.
Fotograma de la película 'La Haine'
Algo que te hace notar que ya fuiste más
joven de lo que eres ahora es el empezar a ser consciente de cómo esos
lugares y contextos que tenías por propios y garantizados se van
volviendo rincones prohibidos.
Lugares como ese antiguo piso de
alquiler en el ya nunca más entrarás, esos bares a los que siempre ibas
cuando vivías en Reikiavik (que supongo que serían bastantes, porque no
creo que en Reikiavik haya muchas más cosas que hacer que ir al bar) o
ese patio de tu colegio que nunca más verás salvo que te conviertas en
profesor o que por alguna improbable razón tengas éxito en la vida y a
algún periodista se le dé por entrevistarte en el lugar donde comenzó tu
leyenda, obviando detalles superfluos como el de la vez que te measte
encima en clase de inglés o el de cuando te diste un cabezazo de
comicidad innegable contra una puerta de cristal demasiado limpia como
para que un crío de psicomotricidad limitada consiguiera intuir su
presencia.
Esas cosas se quedan en la cabeza, pero nunca vuelven
al mundo real. Sólo sirven para volver a sacar a la luz una vez cada
mucho tiempo, cuando te reencuentras con los grupos (siempre
incompletos, en estas reuniones ya no queda casi nadie de los de antes y
los que hay han cambiado) de gente con la que compartías esos lugares,
cuando alguien suelta el tan temido "os acordáis de cuando..." que hace
que veas de repente que en las caras de todos los presentes hay arrugas
que no recordabas y cafés con leche delante de quienes antes no
especulaban con la cerveza.
La vida es así, no la he inventado yo.
Eu teño a imaxe de que o día de Reis nunca chove. Pode que alguén recorde moitos 6 de xaneiro con choiva, pero que chova o 6 de xaneiro non quere dicir que chova o día de Reis. Porque por moito que haxa un cada ano, chega un momento no que os verdadeiros días de Reis xa non son os que quedan por diante, senón os que quedaron moi atrás. É neses días que xa pasaron fai tempo onde está o recordo que mellor gardamos desta festa e na memoria do día de Reis sempre vai frío, porque o frío é algo inseparable do Nadal, pero nunca chove. Porque, aínda que en realidade chovera, a auga é o primeiro que se borra da cabeza xa que é impropia de ser gardada como parte dun día que está feito para saír a rúa a estrear agasallos e non para agocharse debaixo dun paraugas.
O día de Reis é un día de frío, da herba
insultantemente verde tan propia do inverno e de bafo no aire. Pero o
día de Reis nunca chove.
Fotograma de la película 'Tienda de locos'
Un piano es un objeto de versatilidad muy limitada. Si
pensamos en sus funciones llegamos rápidamente a la conclusión de que
sólo existe una: crear sonidos. Es cierto que el usuario más inventivo
puede utilizarlo de otras maneras y echar mano del instrumento para
subirse a él y alcanzar un libro en el último estante de un mueble
cercano o para noquear espectacularmente a un enemigo golpeando su
cabeza con habilidad contra el teclado, pero si nos ceñimos al manual de
instrucciones su uso adecuado no va más allá del de generar notas en
función de las teclas apretadas.
Es, como digo, conceptualmente
simple. Aprietas una tecla y suena un fa. Aprietas otra y suena un sol.
Incluso es posible que, si tienes información privilegiada, seas capaz
de apretar en el lugar correcto para que reproduzca bemoles y
sostenidos. Es todo tan sencillo que resulta hasta ofensiva su capacidad
para llamar la atención de cualquiera que lo escucha.
Un piano
bien usado es capaz de conseguir casi todo en términos de transmisión
del mensaje. Es casi el único sonido que conozco que no necesita
palabras para decir exactamente lo que quiere decir. Puede que el
saxofonista más orgulloso defienda que su instrumento también es capaz
de hacerlo, pero mucho me temo que no. Lo único capaz de dejar claro lo
que está pasando sin necesidad de palabras, aparte de un piano, es un
radar de tráfico emitiendo un flash en plena noche y aún así el rango de
matices que permite el piano es mucho más amplio. Puedes no haber visto
un pentagrama en tu vida, pero cuando esas teclas suenan tu impulso
será girar la cabeza hacia ellas (salvo que ya estuvieras mirándolas,
ahí no sería necesario).
El piano no necesita de relaciones
públicas, nadie reniega de su sonido. Un sonido que, una vez escuchado,
es capaz de hacerse sitio en nuestra cabeza para siempre. No creo que
exista mucha gente que no haya dicho alguna vez "esta canción me suena"
al oír sonar una melodía desde un teclado. Y siempre es Erik Satie, es
casi una evidencia científica que cuando a alguien dice esa frase lo que
está escuchando es de Satie.
El piano es literatura en sonido.