Fotograma de la película 'La Haine'
Algo que te hace notar que ya fuiste más
joven de lo que eres ahora es el empezar a ser consciente de cómo esos
lugares y contextos que tenías por propios y garantizados se van
volviendo rincones prohibidos.
Lugares como ese antiguo piso de
alquiler en el ya nunca más entrarás, esos bares a los que siempre ibas
cuando vivías en Reikiavik (que supongo que serían bastantes, porque no
creo que en Reikiavik haya muchas más cosas que hacer que ir al bar) o
ese patio de tu colegio que nunca más verás salvo que te conviertas en
profesor o que por alguna improbable razón tengas éxito en la vida y a
algún periodista se le dé por entrevistarte en el lugar donde comenzó tu
leyenda, obviando detalles superfluos como el de la vez que te measte
encima en clase de inglés o el de cuando te diste un cabezazo de
comicidad innegable contra una puerta de cristal demasiado limpia como
para que un crío de psicomotricidad limitada consiguiera intuir su
presencia.
Esas cosas se quedan en la cabeza, pero nunca vuelven
al mundo real. Sólo sirven para volver a sacar a la luz una vez cada
mucho tiempo, cuando te reencuentras con los grupos (siempre
incompletos, en estas reuniones ya no queda casi nadie de los de antes y
los que hay han cambiado) de gente con la que compartías esos lugares,
cuando alguien suelta el tan temido "os acordáis de cuando..." que hace
que veas de repente que en las caras de todos los presentes hay arrugas
que no recordabas y cafés con leche delante de quienes antes no
especulaban con la cerveza.
La vida es así, no la he inventado yo.
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