Es curiosa la dualidad que existe en la
relación entre las personas y el tiempo. Por un lado siempre queremos
más y tememos que llegue el momento en el que todo se acabe, pero por
otro nos resistimos firmemente a su paso porque la consecuencia de ello
es la decrepitud. ¿Cómo se concilian dos sentimientos humanos tan
opuestos y a la vez tan reales?
Yo creo que, en verdad, no nos
gustaría tener más tiempo, sino conseguir una reformulación de las leyes
físicas: un mecanismo con el que crear dilataciones temporales a gusto
del consumidor, a poder ser sin el lío que supone tener que acercarnos a
la velocidad de la luz para que Einstein lo haga por nosotros. No
queremos tener infinitos segundos en nuestra vida, sino alargar hasta
que nos cansemos aquellos que son dignos de ello. Lo ideal no es tener
más futuro, sino tener más presente.
Y es que el futuro, en
general, tampoco es algo tan increíble si lo comparamos con la
actualidad. El futuro es un lugar en el que salvo sorpresa siempre
seremos más viejos y en el que todo suele ser más decepcionante de lo
que los planes prometían. Por mucho que creamos vivir para mejorar
nuestro futuro, creo que más bien tendemos a vivir para mejorar el
pasado; para que dicho pasado, mientras es todavía presente, sea digno
de recordar más tarde. Buscamos que la nostalgia aparezca por aquello
que hicimos una vez y no por lo que nos privamos de hacer.
Esa
nostalgia no es algo negativo a pesar de su mala fama. Porque del pasado
no se vive pero del futuro tampoco, de hecho ni siquiera existe hasta
que no se demuestra lo contrario. De lo único de lo que se puede vivir
es de un presente que cree nostalgia en lugar de remordimiento. La
nostalgia no es mala, es lo mejor que tenemos e indica que hubo tiempos
que supimos aprovechar. Es una visita a un museo que expone su obra en
el tiempo en lugar de en el espacio. La nostalgia es lo que hace que
merezca la pena juntar un par de tazas en una mesa y hablar ante ellas
de lo que la provoca con quien lo vivió contigo, hasta que la
incapacidad humana para conseguir la dilatación temporal obliga a
terminar la visita al museo.
El museo del tiempo
Rubén Pedreira
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