Una noche cualquiera

Una noche cualquiera, quizás ya durante la primera década de tu vida, miras hacia arriba. Al hacerlo ves un cielo despejado lleno de puntos blancos, piensas "¿qué habrá ahí?" y esa pregunta se hace inmediatamente un hueco privilegiado en tu cabeza; quieras o no. Porque pensar "¿qué habrá ahí?" es siempre el principio de la curiosidad y la curiosidad es el principio de todo lo que crea nuestro interés. Da igual que la pregunta surja mirando hacia arriba una noche o mirando una caja cerrada con una llave que no tenemos, al final es siempre lo mismo, siempre la misma necesidad de conocer lo que existe más allá de lo que podemos ver. Y la llave que necesitamos para desvelar lo oculto puede ser un simple trozo de metal que entra en una cerradura, pero también un telescopio que permite echar un vistazo a lo que hay oculto entre esos puntos blancos que una vez hicieron llegar a tu mente la incógnita del "¿qué habrá ahí?" tras mirar hacia arriba.

Cuando decides que encontraste tu llave en un telescopio estás condenado a recorrer un camino imposible, en el que nunca sabrás realmente lo que hay ahí. Nunca lo sabrás porque nunca te dará tiempo y si tuvieras tiempo no tendrías espacio, ya que el cerebro humano está hecho para no guardar mucho más de lo estrictamente necesario y nunca podrías hacer sitio en él para todo lo que existió, existe y existirá. Hay incógnitas a las que te comprometes para siempre, hasta que la muerte te impida seguir abriendo sus cerraduras. Hay cosas tan increíbles que llegan a ti simplemente por mirar hacia arriba y se te aferran con tanta fuerza que eres incapaz de alejarlas nunca más. Y, aunque a veces pienses que sería más sencillo si nunca hubieses mirado hacia arriba y nunca te hubieses preocupado por lo que había ahí, no puedes escapar de lo que se agarra a ti desde dentro.

Rubén Pedreira

No hay comentarios:

Publicar un comentario