Sustituir antes que arreglar

Quizás nacer en la España de los 90 no haya sido muy buena idea. Fue posiblemente el mejor momento de toda la historia para nacer si lo valoramos, pandemias aparte, desde el punto de vista de la comodidad y la libertad (en ese sentido la experiencia podría calificarse en Trip Advisor con un 7 sobre 10), pero desde otros puntos de vista la cosa cambia un poco. Nacimos  demasiado tarde para las historias de exploradores y demasiado pronto para las historias de naves espaciales, y también nacimos demasiado tarde para poder aspirar al estilo de vida en el que crecimos. A nosotros nos toca otra cosa, no nos toca ni optar a los retos de la naturaleza ni a cierta acomodada estabilidad, nos toca la urgencia y la incertidumbre.

Creo que en cierta medida es algo basado en la imposición de la cultura de la sustitución por encima de la cultura del arreglo. Desde hace tiempo (ojo, porque justo ahora se viene cliché) la gente ya no va al zapatero, simplemente se compra unos zapatos nuevos porque la diferencia económica no es tan grande.  ¿Qué más da que algo pueda tener arreglo, si lo nuevo apenas cuesta unos euros más y no tiene remiendos?

Esa cultura de la sustitución no se limita solo a lo material, llega a todas partes, incluso a los conciudadanos. Recuerdo que aún no habíamos cumplido la mayoría de edad cuando se hablaba de que los que nos incorporaríamos al mercado laboral después de la crisis de 2008 eramos “La generación perdida”. Igual que lo fue la que sufrió el auge de la heroína en los 80 o las que llegaron a la mayoría de edad en tiempos de las grandes guerras, estábamos perdidos antes de empezar siquiera a buscarnos y no había más que hablar. En esas otras generaciones invalidadas solía haber un detonante importante (por muy indecente que sea una guerra, hay que reconocer que es una razón de peso bastante considerable), pero esta vez creo que no. No parece que hubiera más motivo  que la incapacidad para conservar hasta nuestros tiempos el mismo mundo en el que conseguir una cierta estabilidad vital antes de los 50 años era algo más sencillo. Quién sabe si algunos disfrutaron de más estabilidad de la que deberían a costa de poder disfrutarla durante más tiempo.

Yo que sé, tampoco vamos a tirarnos por un barranco, pero de lo que no cabe duda es de que a nuestra generación nadie la llevó al zapatero a buscar arreglo, supongo que porque finiquitar generaciones es bastante sencillo cuando no perteneces a ellas. Los pitonisos que predecían nuestra debacle, eso sí, pueden anotarse un tanto: salvo honrosas excepciones, quien se incorporó al mercado laboral en los últimos 10 años se metió una hostia de primera categoría.

No es todo negativo, eso sí, al menos podemos agradecer las formas. Nunca se había dejado que una generación se echara a perder de manera tan elegante como ahora, con cierta paz mundial y con el detalle de, al menos, ponernos al alcance de la mano juguetes tecnológicos y opiáceos para ayudar a pasar el rato.

Rubén Pedreira

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