Existe un conocido dicho que sugiere que toda persona
debe plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, aunque a mí
siempre me pareció un consejo sospechoso. ¿Por qué esas tres cosas en
particular? Es decir, lo del hijo lo entiendo, al fin y al cabo forma
parte del ciclo vital de todo animal, ¿pero qué hace que las otras dos
acciones sean tan relevantes para saciar la existencia humana? Los
árboles son importantes, pero yo creo que si se le pudiera preguntar a
un árbol su opinión sobre el tema diría algo como “vosotros preocupaos
de no talarnos a lo loco y de no prendernos fuego, que para brotar no
tenemos problema si no nos venís a joder”. En cuanto al tema de la
escritura, tengo aún más dudas sobre su necesidad: Hay tantos libros en
el mundo que no se inventaron números suficientes para contarlos, algún
día habrá que ir parando.
Todo apunta a que la frase es obra de
un editor ambicioso. Pero no de un editor de los de buen rollo, no, sino
uno de esos que te abordan diciendo que tu novela es una obra maestra
digna de la mismísima Jane Austen y después, con el hielo ya roto, te
sueltan el leve detalle de que para publicarla tendrás que pagarles unos
cuantos miles de euros y sacrificar a tu primogénito porque, aunque la
obra está a las puertas del Nobel, es mejor que pongas tú el dinero.
Tiene todo el sentido, incautos escribiendo libros para sacarles los
cuartos diciéndoles que están a una sobredimensionada inversión de
alcanzar el éxito y árboles para que no falte papel para imprimirlos;
todo cuadra.
En fin, ahora ya más en serio: ni árboles, ni libros
ni hijos (bueno, hijos mejor sí, no es mi intención acabar este texto
instando a la extinción de la especie). No creo que, para una vida
plena, haya tareas ineludibles generalizables a todos igual que tampoco
creo que estemos aquí para cumplir propósitos relevantes en lugar de por
casualidad. Si realmente las cosas tuvieran un sentido, si estuviéramos
aquí para hacer algo realmente importante, nos lo habrían tatuado en la
frente para que no se nos olvidara. Y, al menos en mi frente, solo veo
un par de cicatrices resultantes de torpezas pasadas.
Árbol, libro, hijo
Rubén Pedreira
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