Pues
volvió a pasar lo que de vez en cuando permito que pase haciendo que
parezca un accidente: Empezar a leer un thriller que me tiene buena
pinta y acabar dándome cuenta de que no me leí un libro, sino que firmé
un contrato irrompible para leerme unos cuantos más hasta acabar la
saga. Los autores de novela negra consiguen vivir como reyes en sus
mansiones con piscina y helipuerto gracias a incautos como yo que caen
en sus redes y no saben dejar las cosas a medias, pero caigo como mínimo
una vez al año en una de estas trampas. Quizás algún día cree yo alguna
para intentar conseguir también mi mansión en Miami, no lo descarto.
El silencio de la ciudad blanca sigue la investigación de una serie de asesinatos en los que las víctimas aparecen por parejas y siempre en la misma postura, con una de sus manos en la mejilla del otro. Además, las parejas cada vez tienen cinco años más que los anteriores y apellidos alaveses compuestos. Como es comprensible, cuando en ese contexto acaban de matar a dos chavales de 20 años los de 25 que viven por la zona y tienen apellido ilustre empiezan a ponerse algo tensos. Eso sí, las matanzas coinciden con las fiestas patronales y el ciudadano medio no se encierra ni renuncia al jolgorio por una minucia como que haya un asesino en serie suelto por la ciudad. La gente sale a tomar sus copazos y que pase lo que tenga que pasar.
El investigador protagonista es un inspector llamado Unai López de Ayala, pero al que sus cercanos apodan Kraken desde la adolescencia. No queda demasiado claro por qué le pusieron el mote pero supongo que sería porque no caía del todo bien, yo no llamaría a un colega como a un adefesio marino mitológico si le tengo un mínimo de aprecio. En cualquier caso, el hombre lleva el mote con cierta dignidad y tiene carisma, es un tipo simpático aunque hay que reconocer que entra en el tópico de “protagonista de thriller con sus demonios y su pasado traumático”.
La novela es dinámica, engancha y te hace ir cambiando de sospechoso en sospechoso con frecuencia, haciéndote creer el más listo pero llevándote a fracasar hábilmente hasta el final. Habrá que ir a por el segundo.
El silencio de la ciudad blanca sigue la investigación de una serie de asesinatos en los que las víctimas aparecen por parejas y siempre en la misma postura, con una de sus manos en la mejilla del otro. Además, las parejas cada vez tienen cinco años más que los anteriores y apellidos alaveses compuestos. Como es comprensible, cuando en ese contexto acaban de matar a dos chavales de 20 años los de 25 que viven por la zona y tienen apellido ilustre empiezan a ponerse algo tensos. Eso sí, las matanzas coinciden con las fiestas patronales y el ciudadano medio no se encierra ni renuncia al jolgorio por una minucia como que haya un asesino en serie suelto por la ciudad. La gente sale a tomar sus copazos y que pase lo que tenga que pasar.
El investigador protagonista es un inspector llamado Unai López de Ayala, pero al que sus cercanos apodan Kraken desde la adolescencia. No queda demasiado claro por qué le pusieron el mote pero supongo que sería porque no caía del todo bien, yo no llamaría a un colega como a un adefesio marino mitológico si le tengo un mínimo de aprecio. En cualquier caso, el hombre lleva el mote con cierta dignidad y tiene carisma, es un tipo simpático aunque hay que reconocer que entra en el tópico de “protagonista de thriller con sus demonios y su pasado traumático”.
La novela es dinámica, engancha y te hace ir cambiando de sospechoso en sospechoso con frecuencia, haciéndote creer el más listo pero llevándote a fracasar hábilmente hasta el final. Habrá que ir a por el segundo.
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