Virginia Woolf - Al faro


Tardé varios capítulos en conseguir entenderme con esta novela. Está escrita con un estilo muy particular, escapando de los aspectos estilísticos clásicos. No existe aquí la fórmula típica del narrador contando la escena con los diálogos claramente precedidos de guiones, sino que Woolf difumina esa línea entre narración y conversación. Los personajes se convierten en narradores por turnos y los diálogos aparecen a menudo a mitad del párrafo con el caos propio del fuero interno. Y es que en este libro, más que la acción y los escenarios donde habitan los personajes, lo que observamos es el flujo de sus pensamientos. Es la historia de las emociones de un grupo de personas, más que la historia de sus actos.

Es un libro con tres partes bien definidas. De hecho, están tan bien definidas que la historia está explícitamente dividida en esas tres fases, cada una con su título y todo. La primera, aunque bañada por esa angustia existencial que todo humano trae consigo como defecto de fábrica, transmite un ambiente de despreocupación. La segunda parte provoca un ánimo de irrelevancia y fugacidad. Por último, la tercera destroza definitivamente al lector con la desolación más absoluta, para acabar remontando hacia la aceptación.

Interpreto que lo de llamar ‘Al faro’ a esto fue una forma que tuvo Woolf de distraer la atención de lo importante, ironizando sobre la sociedad poniendo el foco lejos de los problemas que no interesan a quienes mueven los hilos. Igual que Instagram te distrae haciéndote creer que lo importante es tener muchos likes, Virginia te hace creer que lo importante es el faro cuando en realidad gran parte de la carga de la obra está en el cuadro que una de sus protagonistas, Lily Briscoe, se pasa toda la novela intentando acabar.

El gran bloqueo creativo que experimenta Lily con dicho cuadro se ve influenciado no solo por sus inseguridades internas, sino también por las expectativas y los juicios ajenos. Este símbolo se convierte en una alegoría de la vida y de la lucha por enfrentarse a sus barreras y es pieza clave del libro hasta el punto en que seguramente el primer borrador enviado a los editores llevara por título: “Acaba el puto cuadro, Lily”.

Rubén Pedreira

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