Reconozco que
la geología nunca fue un campo que dominase demasiado. Siempre tuve
claro que si jugando al Trivial me preguntan “¿Quién propuso la teoría
de la deriva continental?” tengo que decir “Wegener” y que si veo que
los edificios empiezan a temblar y a derrumbarse mientras los mares
crean olas de cien metros la cosa no va nada bien. Pero más allá de eso y
de lo explicable en términos puramente físicos no tengo mucha base.
A
pesar de esa deficiencia conceptual que tenía, después de leer este
libro puedo ya hacerme pasar por un experto en la cuestión delante de
todo aquel que no tenga ni idea del tema. Nahúm, que sí es experto
geólogo, explica de manera muy didáctica toda la historia geológica de
nuestro planeta remontándose incluso a los tiempos en los que todo esto
ni siquiera era un planeta (y no, tampoco era campo). Al terminar las
doscientas y pico páginas de esta obra, en tu cabeza están todos los
datos relevantes conocidos sobre por qué la Tierra es así y por qué fue
de otra manera. Se dedica incluso un capítulo entero a hablar sobre como
será, aunque esto me resulta de menor interés ya que a no ser que en
algún momento de mi existencia me convierta casualmente en un ente
supracognitivo y eterno dudo que esté aquí para comprobarlo.
Un
geólogo en apuros es una obra escrita con lenguaje accesible y con
explicaciones cercanas que hacen que los conceptos lleguen al lector sin
esfuerzo. No da la sensación en ningún momento de que el geólogo que
escribe se encuentre en apuros, pues solventa con profesionalidad cada
uno de los capítulos que expone, estructurados esencialmente según las
eras geológicas que atravesó la Tierra.
Un libro ameno,
divulgativo, sencillo de leer a pesar de toda la información que trae y
que puedes recomendar tanto a tu primo cuarentón como a tu hija
adolescente. Si no tienes una hija adolescente y te llevas mal con tu
primo cuarentón tampoco hay problema por regalárselo a tu abuelo, aunque
si tu abuelo prefiere dedicar su tiempo a vigilar obras puedes pasar
del resto del mundo y leerlo tú. Salvo que seas una inexistente hija
adolescente, un primo cuarentón repelente o un abuelo que prefiere
vigilar obras.
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