Byung-Chul
Han está muy preocupado. El azar nos soltó en unos tiempos en los que la
sociedad no funciona como debería. Esa conclusión, que es justo la
misma a la que llegó absolutamente todo individuo que perteneció a una
sociedad humana a lo largo de la historia, le tiene inquieto y por ello
escribió este libro. En La sociedad del cansancio, el filósofo coreano
explica los males psicológicos de la ciudadanía moderna basándose en una
idea fundamental: hoy en día todos practicamos el esclavismo, pero en
vez de llevarlo a cabo con los demás lo ejercemos sobre nosotros mismos.
Para
Han, los grandes males que llevan a la gente a sufrir los trastornos
mentales típicos de nuestro tiempo (depresión, síndrome de desgaste
ocupacional, hiperactividad…) se resumen desde la perspectiva de que el
mundo evolucionó hacia un exceso de positividad. No una positividad como
la de quien cree que tampoco es para tanto llegar a verano sin tener
cuerpo de modelo y que hay cosas peores, sino como la de quien cree que
si llegar a verano con cuerpo de modelo es una opción, es necesario
hacerlo. Como quedan tres meses escasos para verano, quien tiene esta
mentalidad lo único que conseguirá será acabar quemado ya que por mucho
que se esfuerce los plazos no dan para conseguir nada significativo. Al
final, este sujeto esclavo del “querer es poder” acaba frustrado,
llorando por culpa de su falta de habilidad calibrando los límites y por
su negligente ignorancia sobre la biología humana.
Han explora
ese estado mental de la aparente libertad contemporánea, en la que los
yugos de la religión y las condiciones laborales infrahumanas dejan de
ser lo que lleva a las personas a desgastarse en la dictadura de la
moral y el trabajo. Ahora los yugos se los genera uno mismo debido a la
autoimpuesta sensación de que necesitamos ser la mejor versión de
nosotros mismos. Los límites del ocio y el negocio se confunden, la
necesidad de formarse y de ser mejor es omnipresente para convertirnos
en el mejor objeto de consumo posible y acabamos hasta las narices de
tanto poder sin realmente querer. Reflexiones interesantes, aunque un
poco más de alegría y un poco menos de “todo mal” no ten vendría mal,
Han.
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