En este libro
seguimos los pasos de un hombre del que poco sabemos, más allá de que
vive en la ciudad de Christiania (antiguo nombre de Oslo), que está en
la indigencia y que intenta ganarse la vida como escritor. Alguien debió
haberle avisado a tiempo de que los conceptos “ganarse la vida” y
“escritor” son prácticamente antónimos, pero el tipo tuvo que
escarmentar en sus carnes para entenderlo.
Nunca sabemos nada del pasado del protagonista, por no saber no nos dice ni su nombre. Lo que vamos conociendo durante toda la novela es su pelea contra el hambre, muy explícita y también muy desagradable. Malvive como puede, intenta encontrar ayuda del prójimo sin éxito y vaga por las calles de la ciudad buscando aunque sea un trozo de madera que masticar para engañar al estómago. No obstante, a pesar de la penosa situación del hombre, el autor se las arregla para minimizar la empatía: El personaje tiene una personalidad repelente, casi al límite (no sabría decir si ese límite es interno o externo) de la locura. Es normal que con las penurias que pasa no esté en sus cabales, pero leer cómo hace una gilipollez tras otra provoca cierto rechazo.
Es una novela cuya trama se basa en hacernos entrar en la cabeza de ese famélico artista, y entramos de manera efectiva porque además todo está contado en primera persona. Casi toda la obra se centra en su obsesión por satisfacer cuatro necesidades fundamentales: La comida, el resguardo del frío, la búsqueda de un techo para dormir y la creación literaria. Por mucho que el protagonista esté en los huesos, durmiendo con ropas mojadas por la lluvia día tras día o al borde de acabar en un manicomio, su mayor preocupación es la de conseguir terminar sus manuscritos para vendérselos al periódico y conseguir una buena suma de dinero gracias a su genialidad. Una genialidad que, como en el caso de casi todo escritor que se precie, siempre es muy subjetiva.
Un libro interesante, que recuerda a Crimen y castigo en lo que tiene que ver con la temática de protagonista entrando en un bucle mental del que ya no puede salir, aunque se echa en falta algo más de argumento.
Nunca sabemos nada del pasado del protagonista, por no saber no nos dice ni su nombre. Lo que vamos conociendo durante toda la novela es su pelea contra el hambre, muy explícita y también muy desagradable. Malvive como puede, intenta encontrar ayuda del prójimo sin éxito y vaga por las calles de la ciudad buscando aunque sea un trozo de madera que masticar para engañar al estómago. No obstante, a pesar de la penosa situación del hombre, el autor se las arregla para minimizar la empatía: El personaje tiene una personalidad repelente, casi al límite (no sabría decir si ese límite es interno o externo) de la locura. Es normal que con las penurias que pasa no esté en sus cabales, pero leer cómo hace una gilipollez tras otra provoca cierto rechazo.
Es una novela cuya trama se basa en hacernos entrar en la cabeza de ese famélico artista, y entramos de manera efectiva porque además todo está contado en primera persona. Casi toda la obra se centra en su obsesión por satisfacer cuatro necesidades fundamentales: La comida, el resguardo del frío, la búsqueda de un techo para dormir y la creación literaria. Por mucho que el protagonista esté en los huesos, durmiendo con ropas mojadas por la lluvia día tras día o al borde de acabar en un manicomio, su mayor preocupación es la de conseguir terminar sus manuscritos para vendérselos al periódico y conseguir una buena suma de dinero gracias a su genialidad. Una genialidad que, como en el caso de casi todo escritor que se precie, siempre es muy subjetiva.
Un libro interesante, que recuerda a Crimen y castigo en lo que tiene que ver con la temática de protagonista entrando en un bucle mental del que ya no puede salir, aunque se echa en falta algo más de argumento.
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