Una niña nace
y crece en la América profunda de los años 50 siendo diferente. Ni se
viste como las demás, ni le atrae lo que a las demás ni se comporta como
los demás. Lo que viene después es lo que cualquiera puede temerse: una
vida de exclusión, violencia social, miedo y traumas que la autora
explica mucho mejor de lo que puedo hacer yo aquí.
Este tipo de
historias te rompen un poco porque una persona necesita sentirse parte
de algo para sentirse válida. Verse ajeno a todo es una tortura, más aún
cuando es la propia sociedad la que te empuja fuera con violencia. En
algunos casos es una violencia física, en otros casos es psicológica.
Incluso existe la exclusión autoinfligida cuando la experiencia pasada
te enseñó a pensar que nunca serás aceptado y a ver el rechazo como algo
inherente a tu persona. Existen muchas formas de sentirse fuera de
todo, todas ellas insufribles.
Es complicado reconocer los
infiernos propios y más aún compartirlos, aunque sea en una novela de
ficción (o autoficción). Por eso obras así tienen importancia, pues
ponen palabras a situaciones que mucha gente vive y no se atreve a
compartir porque nadie suele atreverse a mostrar a los demás aquello que
le hace ser débil, diferente o incluso víctima. Y tienen importancia
doble: por un lado, para transmitir el mensaje de que no están solos a
todos lo que pasen por eso. Por otro, para que quienes no sufrieron los
mismos padecimientos puedan conocerlos y empatizar si así lo sienten.
Habrá veces en las que no se empatizará, porque ser víctima no evita que
puedas ser también imbécil, pero no creo que sea el caso de este libro.
La historia de la protagonista llama a la empatía.
Creo que para
vivir en el mundo es necesario escuchar, leer e intentar entender las
lágrimas ajenas, porque aquí estamos todos. Igual que un gobernante es
un gobernante de mierda si gobierna solo para los ricos o solo para los
de su ideología, no creo que estar en el mundo y vivir solo para lo tuyo
sea válido. Lo más importante en la vida en sociedad es proteger tu
derecho a que nadie te toque las narices con sus gilipolleces, y justo
por eso en el segundo escalón está no ser un gilipollas con los demás
por ser como son.
VALORACIÓN
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