La personificación del hogar en Nada, de Carmen Laforet

Fotograma de la adaptación cinematográfica de la novela, dirigida por Edgar Neville en 1947


Hace poco volví a leer una de mis novelas favoritas, esa Nada con la que Carmen Laforet debutó por todo lo alto llevándose el Premio Nadal en 1944. La leí poniendo especial atención para identificar bien qué cosas provocaron que en su día me apasionara leer esta historia, buscando lo objetivo dentro de lo que en la primera lectura fue pasional. Y me di cuenta de que una de las grandes cosas que tiene esta historia es lo bien que gestiona los lugares, hasta el punto de convertirlos casi en un personaje más. Por encima de todos ellos, destaca el famoso piso de la calle Aribau en el que se desarrolla buena parte de la trama.

La protagonista de esta novela es Andrea, una joven de dieciocho años que llega a Barcelona para empezar sus estudios universitarios. En la ciudad se alojará en casa de unos familiares, pero lo que se encuentra allí no es un hogar al uso, sino que ese apartamente de la calle Aribau la sumerge en una atmósfera extraña y opresiva. Desde el principio, la casa se presenta como algo más que un simple escenario, tiene vida propia y transmite una experiencia sensorial muy marcada. Posee un carácter propio, secretos propios e incluso un rango diverso de olores propios dependiendo del contexto y ubicación, convirtiéndose casi en una persona.

El apartamento es un lugar de caos y acumulación, lleno de muebles que se vuelven tétricos al ser iluminados por la luz tenue de las velas. Los objetos parecen tener vida propia y estar afectados por la tristeza de sus dueños, aunque también podría ser al revés. Incluso los animales, como el gato, se contagian y aparecen ruinosos, reflejando el mismo deterioro que la casa y sus habitantes. Nos hace dudar de cuál es el origen de esa sombra tenebrosa que lo rodea todo en el lugar, si las personas que lo habitan o el propio apartamento.

"Vi, sobre el sillón al que yo me había subido la noche antes, un gato despeluzado que lamía sus patas al sol. El bicho parecía ruinoso, como todo lo que le rodeaba. Me miró con sus grandes ojos al parecer dotados de individualidad propia; algo así como si fueran unos lentes verdes y brillantes colocados sobre el hociquillo y sobre los bigotes canosos. Me restregué los párpados y volví a mirarle. Él enarcó el lomo y se le marcó el espinazo en su flaquísimo cuerpo. No pude menos de pensar que tenía un singular aire de familia con los demás personajes de la casa; como ellos, presentaba un aspecto excéntrico y resultaba espiritualizado, como consumido por ayunos largos, por la falta de luz y quizá por las cavilaciones. Le sonreí y empecé a vestirme."

Los habitantes de la casa son iguales que la vivienda, peculiares, desconcertantes y oscuros. La abuela trastornada, los tíos desquiciados y el que quizás sea el personaje de más contraste de la novela: el tío Román. Román vive allí, en el mismo edificio, pero tiene su propio ático que sirve como refugio y también como simbolismo de que él no es exactamente como el resto y se encuentra en un mundo aparte. No es igual, pero a la vez sí que lo es, y esa condición de poner un poco de tierra de por medio entre él y el piso al que los demás sí pertenecen por entero da mucho juego a lo largo de la trama. Andrea ve su ático como refugio y a él como una personalidad fascinante y apartada del resto, pero poco a poco se va viendo que la influencia de ese microcosmos del apartamento no es ajena a él por mucho que se intente mantener en una tímida lejanía.

El contraste entre el mundo oscuro del apartamento y la libertad del mundo exterior es fundamental en la obra. Andrea hace amistades en la universidad con las que vive una realidad diferente en un mundo muy diferenciado al de su nuevo hogar. Una de sus amigas, Ena, que viene de un contexto muy diferente, se enamora de ese ambiente extraño de la casa que en Andrea produce más bien un sentimiento de ahogo. Esta fascinación por lo diferente la impulsa a acercarse a ese mundo del que Andrea solo quiere escapar, y de esa manera la autora encuentra una forma de explorar la influencia mutua de los entornos de los personajes, dejando claro que una vida está llena de tiras y aflojas entre los diversos ambientes en los que nos movemos.´

La mirada de Andrea nos transmite una inmersión total en este oscuro apartamento, y ese trauma que siente hacia él lo llega a personificar de manera muy efectiva. La novela está llena de lenguaje sensorial y descripciones inmersivas que nos hacen sentirnos ahí, y creo que esa reconstrucción tan impactante del ambiente es la clave de que la novela haya fascinado a tantas generaciones desde que fue escrita. Laforet creó un hogar no solo como telón de fondo, sino como organismo vivo que genera una influencia insalvable en sus habitantes y se convierte incluso en protagonista principal. 

Rubén Pedreira

No hay comentarios:

Publicar un comentario