David Lynch, el mayor genio del cine contemporáneo, era una persona de contrastes. Por un lado estaba su cine, cargado de surrealismo oscuro, tensión incierta y terrores abstractos. Por otro lado, la persona detrás de la obra, pausada en sus palabras y transmisor de una paz mental absoluta.
En este libro esa paz mental del autor está presente en todo momento. Es imposible leer sus 84 capítulos (alguno de ellos consistente en una sola frase) sin poner a cada palabra esa voz de tono monótono de Lynch mientras cuenta cosas. Narra experiencias y anécdotas sobre su proceso creativo, sobre su forma de ver el mundo y el arte y sobre la meditación. Porque si algo veía él como fuente de inspiración y felicidad era la meditación trascendental que practicaba.
En algunas ocasiones escuché hablar de esta obra como si la intencionalidad básica fuese publicitar esa escuela de meditación que seguía y para cuya divulgación creó incluso una fundación, quizás por ello tardé tanto en leerlo. No obstante, el libro no es tal cosa, Lynch es siempre mucho más. Si bien se explaya bastante en hablar de los beneficios psicológicos que le aportó, el contenido es una compartición de experiencias sin propaganda. Habla de meditación, sí, pero la utiliza como nexo y excusa para hablar de todo aquello que es relevante en su vida.
Dándonos tantas aclaraciones como enigmas, a su estilo, explica procesos creativos de algunas de sus películas, habla de sus influencias tomadas de otros directores, se explaya sobre como ve el futuro del cine e incluso se pone místico. Deja por el camino un buen puñado de anécdotas surrealistas, como esa en la que cuenta que la idea para la Habitación Roja de Twin Peaks se le ocurrió en un parking, al apoyar la mano en el techo de un coche y notar que quemaba por el sol. También tiene un genial capítulo llamado ‘La caja y la llave’, en referencia a estos elementos de Mullholland Drive y de obligada lectura para cualquiera que la haya visto, en el que habla sobre su controvertido significado dentro de la película.
Aún seguimos adaptándonos a un mundo en el que ya no puedan existir más obras futuras de Lynch. Solo nos queda ponernos al día con las pendientes.
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