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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

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Por Rubén Pedreira

Es posible que nunca te hayas preguntado por qué la noche es oscura, porque al fin y al cabo es lo que llevamos viendo desde que nacimos y lo tenemos asumido como lo normal. No obstante, conceptualmente ese hecho tiene su aquel y atormentó a grandes mentes de la ciencia a lo largo de la historia. La pregunta de la que partimos es la siguiente: ¿Si tenemos un Universo infinito y con ello infinitas estrellas, cómo es posible que el cielo nocturno no esté plagado de luz? Es decir, si vamos superponiendo las estrellas de las capas cada vez más lejanas, ¿por qué no vemos entonces un continuo luminoso proveniente del resto de estrellas del Universo cuando el sol se oculta?:
 
Animación mostrando la idea de base de la paradoja: Infinitas estrellas superponiéndose en el cielo nocturno hasta hacerlo totalmente luminoso (f)
 

Hay rastros de esa pregunta desde los tiempos de los antiguos griegos, pero el enunciado moderno y con inquietudes realmente científicas empezó a aparecer allá por 1700, en la época de un astrónomo famoso como pocos: Edmund Halley. Halley reflexionó sobre ello sin mucha fortuna, y no fue hasta cien años después cuando Heinrich Olbers le dio una base física y matemática sólida al asunto, basándose en unos postulados determinados para aclarar ideas y encontrar una respuesta.
 
Los preceptos de Olbers se basaban en la idea de Newton de que el Universo necesita una distribución uniforme de material estelar para evitar el colapso gravitatorio. Esta distribución homogénea, unida a la infinitud espacial del Universo, 'debería' provocar una distribución homogénea en el cielo.Esa idea que se tenía sobre la distribución homogénea de estrellas no era estrictamente correcta, en aquella época no se conocían las galaxias y se pensaba que todo era Vía Láctea. Lo que se tendría, en realidad, sería una distribución homogénea de galaxias.
 
El señor Olbers, médico y astrónomo (en aquella época era muy típico la multidisciplina, muchas veces te curaba las hemorroides el mismo tipo que te desatascaba el fregadero), asentó las bases de esta paradoja en cinco postulados básicos: La infinitud espacial del Universo, el hecho de que este había existido siempre, la homogeneidad de fuentes de luz, la geometría euclídea del Universo y la no existencia de extinción lumínica de las luz de las fuentes en su camino a la Tierra. Tampoco consideró que el Universo estuviera en expansión.
 
Olbers hizo los cálculos basándose en todo esto y el resultado era terrible, apocalíptico: deberíamos estar recibiendo una cantidad infinita de radiación procedente de las estrellas. Deberíamos estar todos muertos y la Tierra evaporada ante semejante exuberancia energética. Eso, como imaginarás, no ocurre así, y por tanto es evidente que algo falló en el enunciado de la paradoja. Seguro que alguno de los postulados que puse ya te chirrió, y por ello explicaré poco a poco qué es, exactamente, lo que resuelve en realidad esta paradoja.  
 
Por un lado, suponer extinción nula no es correcto ya que el polvo suspendido en regiones del espacio absorbe bastante radiación en el camino a la Tierra. No obstante, esto no resuelve la paradoja porque la gran cantidad de energía presente en el caso enunciado por Olbers acabaría por desintegrar también el polvo. Además, este polvo acaba reemitiendo lo absorbido debido a la conservación de la energía.
  
Vayamos a otro de los postulados y preguntémonos: ¿Sería posible que la densidad de objetos vaya disminuyendo con la distancia hasta hacerse despreciable a partir de un punto? Por poder, podría y esto haría que llegado un punto dejara de haber suficientes estrellas para superponerse, pero significaría que estamos en un punto privilegiado del Universo y por ello no vale como explicación. 

Diréis que la expansión universal, no considerada por Olbers, tiene mucho que ver aquí. Y algo que ver tiene, pues deplaza al rojo (menor energía) los fotones emitidos, haciendo que en muchos casos no nos lleguen como radiación en el espectro visible sino en el infrarrojo.No obstante, lo que realmente explica todo no es esto, sino otra cosa. Dije que no tiene sentido pensar que la densidad de fuentes varíe en el espacio, pero ¿y su variación con el tiempo? Esto implicaría que las galaxias que nos rodean hasta el infinito no existen para siempre ni desde siempre.
 
Los cálculos indican que sólo haría falta una región finita y relativamente pequeña para que el cielo nocturno se iluminara tanto como el diurno si las galaxias en esa región se mantuviesen ‘vivas’ unos 10 órdenes de magnitud por encima de la vida estelar media. Esto nos dice que las galaxias tienen un final y también tienen un principio (si tenemos en cuenta que se extienden hasta el infinito, si hubiesen estado ahí desde siempre la luz de las más lejanas nos llegaría iluminando el cielo igualmente). El Universo no es, entonces, eterno.
 
Por tanto vemos que la razón esencial por la que el cielo no es totalmente brillante por la noche es principalmente la ‘mortalidad’ de las fuentes lumínicas. La expansión universal también contribuye, pero en una medida en cierto modo menor (ya que más bien 'estira' el espectro). En resumen, la paradoja se resuelve diciendo que si el Universo existió durante un tiempo finito sólo la luz de una cantidad finita de estrellas tuvo tiempo de llegar a nosotros. Y la teoría del Big Bang implica, efectivamente, que el Universo tuvo un punto de partida.
 
A día de hoy puede verse esto como algo muy simple e incluso trivial, pero sirve para entender cómo funciona el pensamiento humano buscando explicaciones en base a preguntarse el porqué de todo lo que nos rodea desde los tiempos en los que no era tan trivial. Es una paradoja conceptualmente sencilla, pero interesante porque da una idea de cómo les funcionaba la cabeza a aquellas gentes que sabían mucho menos todavía del Universo de lo que sabemos ahora.
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Leí en algún sitio que este era el libro de memorias más vendido de la historia de EEUU y me sorprendió, pues no me sonaba de nada. Mis conocimientos sobre best sellers contemporáneos no son muy extensos pero, si algo es lo más vendido de la historia, por un lado o por otro suele acabar llegando a tus oídos, incluso cuando es de algo que no tienes muy controlado. Aunque ahora que lo pienso, creo que tampoco llegó a mis oídos el disco de góspel más vendido de la historia de Vietnam o la desbrozadora eléctrica más vendida de la historia de Camerún, así que supongo que no es tan raro.

La sinopsis me pareció interesante, es una historia real sobre el reencuentro del autor con Morrie Schwartz, su profesor favorito de la carrera, con quien había tenido una relación muy cercana durante sus años de universidad. Una de esas relaciones tan de película americana en la que profesor y alumno charlan sobre la vida y se interesan el uno por el otro que siempre me resultaron curiosas, porque lo que yo conocí de las interacciones profesor-alumno en la universidad real no iba mucho más allá del “escucha y calla” por una parte y el “apruébame por la ley del mínimo esfuerzo” por la otra. Pero parece ser que estos dos hasta se saludaban con una sonrisa por la calle si se cruzaban fuera de clase, lo nunca visto.

La cuestión es que, tras graduarse, el autor no habla con su profesor durante muchos años, hasta que un día lo ve en un programa de televisión y se entera de que le han diagnosticado una grave enfermedad que le deja solo unos meses de vida por delante. En ese momento decide visitarlo de inmediato y retoman la relación, reuniéndose cada martes para recuperar el tiempo perdido y filosofar sobre el sentido de la vida. El profesor muestra una entereza y paz con el mundo digna de admirar y parece una persona entrañable, pero mi sensación es que el autor se obsesionó por escribir un libro de autoayuda en lugar de un libro real sobre todo lo que vivieron y hablaron. Tuvo la suerte de encontrarse con un hombre sabio y con enorme capacidad para transmitir, pero la ejecución de la idea se quedó en un producto hecho para vender e inspirar frases en tazas de desayuno.
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El desierto de Namib, en el suroeste de África, es uno de los más antiguos y áridos del planeta. Además de eso, guarda uno de los grandes misterios naturales del continente africano, unas llamativas formaciones circulares áridas, rodeadas siempre por un anillo de vegetación verde. Estos círculos, conocidos como anillos de hadas, han intrigado durante décadas a científicos, turistas y habitantes del lugar, que les han atribuido diversos orígenes, incluso los más predecibles en los casos como este, como la intervención alienígena hasta la magia.

Anillos de hadas del desierto del Namib (f)

 

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Breves respuestas a las grandes preguntas es el último libro que dejó escrito Stephen Hawking, o más bien el último que dejó encaminado. Parece ser que no le dio tiempo a terminarlo y fueron sus compañeros y familiares quienes acabaron de darle forma. Tras leerlo diría que hicieron un buen trabajo moldeando sus escritos, porque el producto final tiene el espíritu típico de las obras del científico inglés.

En este libro se ofrecen las reflexiones del autor, con esa mezcla entre ciencia, filosofía e imaginación que caracterizaba al físico, sobre diez preguntas que Hawking veía como las más interesantes a las que nos enfrentamos hoy. Eso sí, lo de “breves respuestas” es algo engañoso. Es cierto que sobre las cosas de las que habla se puede divagar hasta el infinito, pero si en un examen te piden respuestas breves y te sacas de la manga 20 páginas de discurso para cada pregunta posiblemente acabes suspenso.

Las cuestiones que trata son: “¿Existe Dios?”, “¿Cómo empezó todo?”, “¿Hay más vida inteligente en el Universo?”, “¿Podemos predecir el futuro?”, “¿Qué hay dentro de un agujero negro?”, “¿Es posible viajar en el tiempo?”, “¿Conseguiremos sobrevivir en la Tierra?”, “¿Deberíamos colonizar el espacio?”, “¿Se hará la IA más inteligente que nosotros?” y “¿Cómo deberíamos moldear el futuro?”. Responde a todo esto de manera totalmente accesible y casi con más interés en filosofar sobre los temas que en profundizar en su ciencia. Este libro parece incluso adecuado para leer durante la adolescencia y coger así algunos conceptos e intereses sobre las preguntas que la ciencia y la física pueden ayudar a responder..

Me entretiene leer a Hawking por esa intención filosófica, propia de conversación a las 2 de la madrugada. Salvo algún pasaje en el que habla un poco de su admirada teoría M (un desarrollo basado en la teoría de cuerdas para intentar conseguir una teoría del todo), no cuenta nada que vaya más allá de lo conceptual y asequible. El trabajo como físico de Hawking fue importante (sin acercarse a ser el más importante de su era, como a veces se le atribuye), pero su capacidad para divulgar y acercar una forma de pensar también lo fue.

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Si alguna vez visitaste la pirámide de Keops quizás pensarías que es increíble que hace tanto tiempo una civilización consiguiera construir algo así. Pues bien, si pensaste eso te sorprenderá saber que en Turquía existe un santuario mucho más antiguo todavía y que, sin ser comparable, cuenta en su estructura con pilares de piedra colosales, figuras talladas de animales y que no fue construido por una mítica civilización milenaria, sino por cazadores-recolectores. Por increíble que parezca, ese lugar es incluso seis mil años más antiguo que Stonehenge (pero tiene peor marketing) y se llama Göbekli Tepe (trad: "Colina del ombligo).
 
Vista general del yacimiento
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Nunca había leído nada de Amélie Nothomb, aunque llevaba tiempo con ganas de hacerlo por fragmentos que me encontré por ahí y que me llamaron la atención. Cuando me decidí a darle un vistazo a algún libro suyo, la pregunta qué me hice fue: “¿Por dónde se empieza a leer a una autora que lleva desde 1995 publicando una novela al año?”. Como no podría ser de otra manera decidí empezar por el final, dando por hecho que treinta años de escribir como si no hubiera un mañana le habrán llevado a mejorar cada vez más hasta ser, a día de hoy, poco menos que un cyborg perfecto de la literatura.

Primera sangre no es en realidad su última novela, pues la publicó en 2021, pero la de 2022 aún no está traducida y mi nivel de francés no me da para más que para sonreír y saludar. Aún así, lo cierto es que sí se notan los años de práctica, el libro está muy bien escrito y narra los años de infancia y primera juventud de su padre con un tono entre lo biográfico y lo caricaturesco que muchas veces te hace pensar si lo que se cuenta es realmente cierto o simplemente un recurso literario.

Nothomb retrata a su propia familia, con la excusa de hablar de los primeros años de su padre Patrick, de una forma que resulta bastante chocante. Alguno de los personajes que aparecen en esta historia ambientada desde los años 30 hasta los años 60 todavía sigue vivo, y genera curiosidad pensar en qué pensarían esos, ahora respetables y trajeados, señores mayores viéndose retratados en su infancia de una manera, cuanto menos, poco elegante.  Supongo que eso es lo que hace que esta escritora publique tanto y con tanto éxito, el no cortarse en decir nada, sin tener ni siquiera miedo a que la deshereden. Su padre sale muy bien parado, eso sí, y se nota el tono de homenaje y admiración hacia él.

Una novela muy corta, original a pesar de que no cuente nada extraordinario y que se hace muy ligera. Seguramente en futuro lea alguna más de sus cientos de miles de obras.

 

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La torre del rey Alfredo es un coloso de ladrillo construido sobre una colina del condado de Somerset, al sur de Inglaterra. Con sus casi 50 metros de altura, fue levantada en el siglo XVIII por voluntad del banquero Henry Hoare II para adornar su finca de Stourhead. A pesar de su nombre, por tanto, no perteneció a ningún rey Alfredo, sino a un acaudalado Henry que la nombró así porque, según cuenta la leyenda, fue en el lugar en el que se erige donde se reunió el rey Alfredo el Grande de Wessex con sus tropas antes de expulsar a los vikingos en la batalla de Edington, allá por el año 878.

La torre del rey Alfredo vista desde el suelo

 

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Hablé hace unos días del primer libro de esta saga, Puerto Escondido, y me enganchó tanto que no pude evitar leer el segundo. Intenté evitarlo, porque me gusta alternar entre historias de estilos diferentes, pero estos libros te cogen por las solapas y te obligan a cambiar de planes con mirada intimidante y chasqueando la lengua reiteradamente mientras niegan con la cabeza.

Esta segunda parte la encontré menos natural que la anterior. Puerto escondido es un libro en el que todo fluye de manera perfecta y con un ritmo que nunca se traba, pero aquí sí que tuve en varias ocasiones la sensación que la autora quería introducir temas y reflexiones sacrificando la acción y generar debate alrededor de algunas problemáticas o ideas que van surgiendo en la historia. Sigue siendo un libro bien escrito y con una capacidad sorprendente para enganchar, pero le pesa la comparación con el anterior, porque el anterior es buenísimo y este simplemente bueno.

Un crimen acontecido entorno a un congreso de espeleología crea una trama de investigación policial que esta vez se centra en los parajes naturales de Cantabria, sus cuevas y su patrimonio. En las novelas de María Oruña siempre se encuentra una gran labor de documentación para acercar a la realidad los lugares en los que se ambienta que es muy interesante, está bien que todo se dé en sitios que existen en la realidad y poder ir a Google a ver las ficcionadas escenas del crimen.

En esta novela se puede imaginar desde muy pronto quien será uno de los implicados en el asunto, es más predecible que la anterior, pero sigue provocando la necesidad de leer, incluso más allá de sus páginas. Al acabarlo intenté evitar, de nuevo, leer el siguiente. Pero adivinad quien está terminando ya la tercera parte de la saga…

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Mientras leía este libro tuve la impresión de que había algo en él que no me cuadraba. Tiene buenas reflexiones y momentos interesantes, empapados de ese correcto tono formal típico de Hesse que aporta a los personajes una capa de madurez sobria que hace que los que tienen quince años parezcan tener cuarenta, los de cuarenta parezcan tener setenta y los de setenta parezcan momias egipcias. Es un buen libro, pero algo tiene ahí que me impidió verlo como obra maestra.

Creo que lo que no cuadra puede tener algo que ver precisamente con la edad aparentada por los protagonistas, no me llego a creer su grado de madurez en algunas situaciones. El propio autor se excusa sobre esto, en una de las angustias existenciales del todavía infantil personaje principal, diciendo algo tipo: “Quien no se crea que un niño puede tener  inquietudes como estas es que no recuerda nada de cuando era niño”. Es posible que yo tenga mala memoria, Hermann, pero esa excusa no pedida pinta a que a ti tampoco te convencía mucho meter semejantes turras en el discurso de un chaval de diez años.

Ya digo, leer disquisiciones metafísicas y discusiones verdaderamente maduras sobre el mito de Caín y Abel en el recreo del colegio me quita un poco del hilo. Es posible que sea por haber sido yo un chaval de conversación bastante simple en su día, pero estar presenciando un debate sobre la esencia del yo entre dos críos y pensar “ese niño me está abriendo puertas del pensamiento existencialista que parecían ni siquiera existir previamente” me da algo de miedo.  Aun así, Demian es un buen libro y Hesse es un escritor de muy recomendable lectura, porque ayuda a pensar de manera crítica e independiente.

Demian es la historia de un chaval algo peculiar (tan peculiar que es el protagonista pero ni siquiera da nombre al libro, Demian es un colega suyo al que también hay que echar de comer aparte) desde que se enfrenta al incierto momento en el que tiene que romper el cascarón y pasar al mundo adulto hasta sus primeros años de mayoría de edad, y que busca vivir de acuerdo con lo que él quiere y no acorde a los estándares del mundo. ¿Lo consigue? Eso ya no lo digo, porque es spoiler.

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Está bien encontrar de vez en cuando un buen thriller ambientado en España, son mis preferidos. Leer oscuras tramas ocurriendo en otros lugares puede entretener igual, pero la cercanía hace empatizar más. La sargento Johnson se convierte en el teniente José Luis, los fríos bosques del condado de Garfield se convierten en las áridas tabernas de la noche oscense y piensas “así somos”.

Lo de arriba es solo un ejemplo, claro. En este libro no hay un teniente José Luis, sino una teniente Valentina, y no hay ni una sola taberna oscense porque la historia se ambienta en Cantabria, pero sí hay ese espíritu de cercanía del que hablo. Se nota no solo en el escenario sino también en la forma de comunicación, en la que los “¿qué demonios?” se transforman en los más reconocibles y amables “¿pero qué me estás contando?” o “estás de coña” y nadie se acoge a quintas enmiendas ni reivindica sus derechos por ser ciudadano americano. Por alguna razón, muchos escritores nacionales tienen el impulso de situar sus novelas en el extranjero, sin darse cuenta de que no hay nada que dé más grima que un intento de americanada protagonizada por un tal John Adams de Louisville escrita por Pepe Gutiérrez de Badajoz, especialmente cuando Pepe no pisó Kentucky en su vida.

Puerto escondido tiene dos tramas. Una está ambientada en el presente, donde transcurre la investigación policial para esclarecer el origen de un bebé momificado que apareció en una villa en obras, y otra llega narrada en forma de diario que se va intercalando entre cada día de investigación y que cuenta el pasado de varios personajes clave. La trama policíaca es dinámica, adictiva y mantiene en vilo en todo momento. Los diarios que narran el pasado me resultaron menos entretenidos, pero son necesarios para llegar a la aclaración final y van contribuyendo a hacer conjeturas con respecto al desenlace.

La obra engancha y, dentro de lo literario, es creíble. Cada vez que pausas su lectura fastidia no poder seguir viendo qué es lo que pasa después, lo cual es condición necesaria para que un thriller sea bueno; sería gravísimo que una novela de suspense no generase suspense alguno. Aquí no pasa, aquí hay tensión hasta el final
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Un estado de miedo y confusión que le deja toda una mañana sin ser capaz de levantarse de su sofá hace a Michka llamar al servicio de emergencias para pedir ayuda. A partir de ese momento su vida cambia para siempre, pues se le diagnostica una enfermedad degenerativa comenzando a abrirse paso en su cerebro y decide vender el piso en el que vivía sola para mudarse a un centro geriátrico en el que pueda recibir cuidados adecuados.

Su historia la cuentan, a turnos, las dos personas que más la visitan en su nueva realidad: Marie, una mujer que tiene una relación muy cercana con Michka desde niña, y su logopeda Jérôme. Las visitas de los dos se entrelazan a lo largo del libro, teniendo cada visita su propia voz narrativa según el personaje que la realiza. A través de las conversaciones con Marie conocemos su pasado mientras que con Jérôme se deja ver más su presente y su forma de encarar su delicada situación.

Las visitas de Marie y las de Jérôme tienen tonos diferentes, pero ambos viven con Michka momentos que a la vez emocionan por su crudeza y hacen sonreír por la forma con la que la anciana se enfrenta a su contexto. La genialidad del libro está en su capacidad para crear vida real en lugar de centrarse en el blanco o el negro de una situación tan extrema y, cuando termina, la sensación de que un trozo de Michka quedó ahí para siempre es una certeza.

Es complicado encontrar libros de ficción tan naturalmente humanos, en los que se pueda sentir que lo que se lee es una historia creando un libro en lugar de ser las necesidades del libro las que guían la historia. De Vigan consiguió la genialidad de hacer creer que no hay una mano directora creándolo todo y que es la historia la que fluye por sí misma.

El libro es muy breve y usa su brevedad para transmitir que igual de corto puede hacerse el tiempo en determinados momentos y que hay que aprovechar todas las oportunidades de agradecer y decir lo que queda pendiente. Porque cuando la persona con la que quieres comunicarte comienza a ser incapaz de comunicarse, empieza una carrera contrarreloj para decir todo lo que quedó por decir. Una carrera en la que nunca da tiempo a compensar toda una vida callando cosas.
 

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Las novelas de Rand, más que novelas, son una dramatización de su filosofía individualista. En El Manantial defiende las maravillas de la integridad del ego y el rechazo a la colectivización de todo lo que afecte a la voluntad individual. El nombre de Rand siempre se usó más en la discusión política que en la literaria, pero su obra es relevante desde un punto de vista apolítico. Toda postura filosófica, leída desde un intento de neutralidad, te enseña a encontrar lo plausible de lo que no compartes y los ridículos ocultos en lo que sí crees compartir.

Leer ideas es mucho más amable que escucharlas, porque no estás obligado a reaccionar ni a defenderte torpemente por sentirte atacado en lo más profundo de las tuyas. Por esa ceguera que provocan, pienso que las ideas son un lastre si abusas de ellas y que la única opción lógica es ir sacándotelas de encima con el paso del tiempo, que queden solo las innegociables. No tiene sentido tener una opinión sobre todo, y leer este tipo de obras con las que a priori sientes que no vas a empatizar ayuda en ese progreso. Contribuye a ir soltando lastre de ideas e ir entendiendo cuales son menos importantes que otras

Empecé El Manantial con recelo. El protagonista se planteaba en las primeras hojas como la integridad en persona, y los demás como palurdos inútiles. Me temí una de esas historias insufribles en las que el bueno sienta cátedra en cada una de sus frases, lo hace todo bien y su sonrisa triunfa entre las veinteañeras a pesar de tener 93 años. Más tarde la cosa fue cambiando, al protagonista le llueven los problemas por su forma de actuar, y aunque sí que sienta cátedra porque no deja de ser filosofía novelada, todo fluyó bien. Al final ves útiles muchas reflexiones aunque sigas sin defender lo mismo.

Ayn Rand rechazó siempre el peso excesivo del Estado en la vida del individuo, pero acabó solicitando ayudas sociales en sus últimos años. Al final las circunstancias te llevan por sus caminos y por eso es adecuado leer puntos de vista alejados de los tuyos, porque tarde o temprano descubrirás que tus ideas puras no sirven para la vida real y necesitarás encontrar otros apoyos.
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Escribiré unos párrafos sobre las más de mil páginas de un libro que abrí con grandes expectativas y cerré con incomprensión. No hablo de incomprensión por la historia (que también, porque es compleja), sino por no entender cómo llegué al final si desde el principio sentí más ganas de abandonarlo que de terminarlo.

Lo empecé tras leer mil veces que era duro acabar pero que al final merecía la pena. Ahora sé que hay que matizar eso: Es duro siempre, pero creo que no merece la pena para todos. En mi caso, considero que habría invertido mejor mi ocio si no lo hubiera leído o si lo hubiese dejado a medias.

No suelo escribir reseñas sobre novelas que no disfruté, prefiero que esto sea un espacio de recomendación, pero creo que este libro merece un comentario para quien pueda sentir interés por él. La broma infinita es una gran obra, seguramente una de las obras más complejas y completas del siglo XX, pero no creo que sea una novela de las que “hay que leer”. Hay que leerla si te vinculas a ella pronto, pero si no ocurre eso recomendaría cortar cuanto antes y pasar a otra cosa. Porque este libro está concebido para retar e incluso torturar al lector, para competir con él y medir sus fuerzas, y a mí competir intelectualmente contra un objeto inanimado no me aporta demasiado si no disfruto el proceso.

La novela está llena de humor fino, buenísimas reflexiones y pasajes memorables, pero a pesar de reconocerle todo eso reconozco también que no me divertí durante el camino. La eterna sensación de que en algún momento todo acabaría valiendo la pena se quedó en sensación y, aunque no fue tiempo perdido ya que todo suma, pienso que no me aportó lo suficiente como para justificar la inversión.

Si te llama la atención el libro deberías darle la oportunidad. Pero si tras 200 páginas solo sientes tedio seguramente sea mejor que pares, porque no hay un momento en el que todo cambie. Creo que solo merece la pena si te vinculas con la particular forma de contar las cosas de Foster Wallace, con su evidente vacile al lector, y experimentas así esa ruta. Si no disfrutas de los primeros pasos, creo que tampoco sentirás al llegar al final mucho más que alivio por dejarla atrás.
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Acabo de terminar de leer Pedro Páramo. Mejor dicho, acabo de terminar mi visita al pueblo de Comala. Porque este libro no es solo una historia, sino también un billete. Un billete que, cada vez que abres sus páginas, te da acceso a un tren destartalado y vacío en el que solo te montas tú y que te deja rápidamente en un andén desierto. Un andén en el que no hay más que ruina y desolación y cuya vía polvorienta te indica que ese tren en el que te montaste ni siquiera existe ya.

Juan Rulfo escribió magia, y supo llevar a sus lectores a experimentar Comala haciéndoles sentir el sabor a tierra en la boca y los murmullos colonizando el ambiente. La historia de Pedro Páramo te ahoga en ella y las voces que la cuentan están como suspendidas en el aire. Te hace olvidar que es una lectura, más bien se convierte en una experiencia inmersiva.

En el pueblo al que llegamos junto al narrador principal de la historia no hay nada, ya no. Llega allí en busca de su padre biológico (Pedro Páramo), que los abandonó a él y a su madre cuando era un bebé, y solo encuentra reminiscencias de un pasado vivo que se convirtió en un simple recuerdo. Pero es un recuerdo que se cuenta a sí mismo, utilizando la muerte omnipresente como vehículo para contarlo.

Alma en pena tras alma en pena, las personas que algún día fueron alguien en el pueblo le ofrecen sus murmullos al visitante, unos murmullos que le hacen conocer lo que era la historia del lugar cuando su padre, de cuya remota muerte se entera nada más llegar, ejercía de cacique déspota sobre aquellas tierras. Al principio, los muertos le parecen vivos al protagonista, hasta que la experiencia lo lleva a un punto en el que incluso los vivos le parecen muertos. Si es que hay, en realidad, algún vivo en aquel antiguo pueblo que a día de hoy es más bien un páramo, igual que el apellido de su padre.

Cuando todo termina no acaba una historia, sino un viaje. Y te das cuenta de que ese clima de inquietud en el que se vio envuelto el protagonista, llevándole al límite de su cordura, se convirtió en algo real a lo largo de sus ciento treinta páginas. Pero tú no te sientes al límite de la cordura, sino con ganas de montarte de nuevo en el tren.

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Me interesan especialmente las historias contadas por quien las vivió. Un libro sobre las costumbres del Antiguo Egipto escrito por el mayor experto del siglo XXI sobre el tema puede ser interesante, pero siempre le faltará un toque de autenticidad. No es como si lo hubiese dictado Ramses II a su escriba mientras acariciaba a su gato.

El texto de Viktor Frankl es único en su categoría, porque cuenta su experiencia como preso judío en campos de concentración nazis desde la más difícil de las perspectivas cuando eres protagonista: La profesional. No busca, y así lo dice desde el principio, narrar hechos históricos que se pueden encontrar en muchas otras obras, sino que habla desde su perspectiva de psiquiatra de todos los procesos mentales por los que tanto él como sus compañeros de campo pasaron durante años.

Una cosa que sorprende es la visión tan poco revanchista del relato. Podría hacerlo y todo el mundo lo entendería, pero no crea santos absolutos por un lado ni demonios indiscutibles por el otro, sino que humaniza cada acción individual y la explica desde una perspectiva académica. Da por hecho que cualquier persona con un mínimo de conocimiento sabe quien estaba en el bando de los opresores y quien estaba en el bando de los oprimidos y nos habla de personas en lugar de hablar de tópicos. Lo único que busca es lo que establece en su título, el sentido, aunque evidentemente las barbaridades por las que le hicieron pasar no tenían ningún sentido justificable.

Creo que es imposible permanecer indiferente leyendo este libro, lo que se cuenta no lo permite. No solo es una historia, sino también una filosofía. Para Frankl buscar el sentido de la propia vida debe ser un objetivo indispensable de la existencia y cuenta cómo esa búsqueda le ayudó a pasar por una época tan inhumana como la que narra en esta especie de biografía psicológica. Le plantea al lector la pregunta clave: “¿qué existe en tu vida que solo tú puedes hacer?” y deja en su cabeza el eco de todo lo que acaba de contar, para que quede claro que es posible encontrar esa respuesta incluso en el peor de los momentos.
 

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Me apetecía leer algo extraño y me crucé casualmente con un libro de Jodorowsky. Habiendo dirigido películas indescriptibles como La montaña sagrada, di por hecho que una novela suya no iba a ser diferente y aportaría una buena dosis de extrañeza. No solo no me equivocaba, sino que hasta me quedaba corto.

El relato empieza con una giganta de piel blanquísima que aparece una noche montando un escándalo terrible junto a la casa de una inadaptada social a la que llaman La Jaiba porque anda como los cangrejos. Cuando La Jaiba sale a ver qué es lo que está pasando ahí, con su palo de ahuyentar borrachos en la mano, se encuentra a una mujer enorme escapando de unos seres rabiosos que son mitad monje tibetano y mitad perro. Después de ahuyentarlos sin saber muy bien cómo, se da cuenta de que la giganta no se acuerda de nada y actúa como una niña. Empezará así una amistad entre ellas y un viaje surrealista para resolver el misterio del pasado de la desmemoriada, a la que La Jaiba bautiza como Albina.

Albina y los hombres perro es una novela cuya historia tiene algo de hipnótico. No llegó a parecerme un gran libro, solo me resultó entretenido de leer, pero sí se debe reconocer su capacidad para introducir al lector en un mundo surrealista que resulta coherente dentro de su imposibilidad y en el que es difícil predecir qué será lo próximo. Cada escena trae consigo un suceso increíble que, a la vez, dentro del contexto de la historia, tiene un halo de plausibilidad que te hace pensar: “¿Un barco navegando en un desierto? Bueno, ¿y por qué no?”.

No hay duda de que la imaginación de Jodorowsky es digna de admiración. Pero menos duda hay de que si Freud lo hubiera pillado por banda algún día, aún hoy se contaría la historia de aquella ocasión en la que un artista chileno traumatizó a un famoso psicoanalista austríaco. Albina y los hombres perro está lleno de travesuras turbias.
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Copyright © 2015 Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

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