Acabo
de terminar de leer Pedro Páramo. Mejor dicho, acabo de terminar mi
visita al pueblo de Comala. Porque este libro no es solo una historia,
sino también un billete. Un billete que, cada vez que abres sus páginas,
te da acceso a un tren destartalado y vacío en el que solo te montas tú
y que te deja rápidamente en un andén desierto. Un andén en el que no
hay más que ruina y desolación y cuya vía polvorienta te indica que ese
tren en el que te montaste ni siquiera existe ya.
Juan Rulfo
escribió magia, y supo llevar a sus lectores a experimentar Comala
haciéndoles sentir el sabor a tierra en la boca y los murmullos
colonizando el ambiente. La historia de Pedro Páramo te ahoga en ella y
las voces que la cuentan están como suspendidas en el aire. Te hace
olvidar que es una lectura, más bien se convierte en una experiencia
inmersiva.
En el pueblo al que llegamos junto al narrador
principal de la historia no hay nada, ya no. Llega allí en busca de su
padre biológico (Pedro Páramo), que los abandonó a él y a su madre
cuando era un bebé, y solo encuentra reminiscencias de un pasado vivo
que se convirtió en un simple recuerdo. Pero es un recuerdo que se
cuenta a sí mismo, utilizando la muerte omnipresente como vehículo para
contarlo.
Alma en pena tras alma en pena, las personas que algún
día fueron alguien en el pueblo le ofrecen sus murmullos al visitante,
unos murmullos que le hacen conocer lo que era la historia del lugar
cuando su padre, de cuya remota muerte se entera nada más llegar,
ejercía de cacique déspota sobre aquellas tierras. Al principio, los
muertos le parecen vivos al protagonista, hasta que la experiencia lo
lleva a un punto en el que incluso los vivos le parecen muertos. Si es
que hay, en realidad, algún vivo en aquel antiguo pueblo que a día de
hoy es más bien un páramo, igual que el apellido de su padre.
Cuando
todo termina no acaba una historia, sino un viaje. Y te das cuenta de
que ese clima de inquietud en el que se vio envuelto el protagonista,
llevándole al límite de su cordura, se convirtió en algo real a lo largo
de sus ciento treinta páginas. Pero tú no te sientes al límite de la
cordura, sino con ganas de montarte de nuevo en el tren.
VALORACIÓN:
No hay comentarios:
Publicar un comentario