Reconozco que
es la primera vez que leo algo de Stephen King, lo cual es curioso.
Curioso porque después de sus no sé cuántos cientos de trillones de
libros vendidos poca gente queda ya en el mundo sin haber leído algo
suyo y curioso porque, por lo general, las obras autobiográficas se
suelen leer cuando tienes algún tipo de interés en el trabajo del autor.
Nunca
tuve especial interés en sus novelas, pero veo increíble su capacidad
para producir libros con la misma facilidad que quien produce sudor al
correr la maratón de Sevilla en pleno julio. Se me dio por leer esto
porque últimamente no me apetece demasiado ponerme a escribir, y sacar
ganas para escribir me parece importante cuando eres alguien a quien le
gusta escribir cosas. Pensé que leer las experiencias de alguien que
produce páginas como churros podría darme algunos trucos para salir del
pozo de la pereza creativa.
El libro habla de la visión de King
sobre la literatura, de sus rutinas de escritura y de cómo consiguió
crear algunos de sus best sellers. Uno de los trucos que comenta y que
tiene especial peso en su época de mayor vorágine creadora quizás haya
podido contribuir a su hiperactividad, pero a mí no me convenció
demasiado: Cocaína. No lo plantea como un consejazo para escritores ni
como el secreto mejor guardado de su productividad, claro; lo comenta
como algo muy negativo porque como suplemento alimenticio es un producto
que tiene sus defectos. Pero no parece que durante los ochenta dedicase
mucho tiempo a dormir, y cuando duermes pocas horas tienes más tiempo
para invertir en escribir El resplandor.
En cualquier caso, más
allá de temas nutricionales, el libro contiene muchas cosas útiles e
interesantes sobre cómo entiende King la producción literaria. Contado a
medio camino entre la autobiografía y el ensayo, explica la ruta desde
sus orígenes humildes hasta su conversión en autor de éxito, comenta
cómo afronta el proceso de creación y da consejos sobre cosas a evitar
con los que por lo general estuve bastante de acuerdo. Sigo sin haber
encontrado las ganas de escribir, pero no pasa nada. Sacar cinco novelas
de mil páginas cada año tampoco estuvo nunca entre mis planes.
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