Dino Buzzati - El desierto de los tártaros


 

Esta novela tiene un algo que no tienen otras novelas. Cuenta la historia de un joven militar que, con 20 años, es destinado a una fortaleza fronteriza para comenzar su primer servicio. Espantado por encontrarse con un lugar en el que todo indica que no pasó nada en tres siglos y pasará menos aún en los tres siglos siguientes, intenta el primer día pedir un cambio de destino, pero de algún modo lo convencen de que se espere un poco, que la antigüedad en la fortaleza cuenta el doble que en cualquier otro sitio y que le vendrá bien la experiencia.

Lejos de sospechar que eso de que estar allí cuente más que estar en otros sitios pinta muy feo, decide quedarse unos meses y ver qué es lo que pasa. La rutina es asfixiante, llena de formalismos y costumbres, como la vida militar en cualquier puesto de guardia salvo por el hecho de que lo único que hay al otro lado de la frontera es un desierto. No te encuentras allí ni a Wally despistado, lo cuál tiene lógica porque a Wally donde le gusta estar es en sitios con mucha gente amontonada y con el mayor número de prendas rojiblancas posible.

Giovanni Drogo, que así se llama el joven protagonista, se va contagiando del ánimo de la fortaleza, donde los presentes tienen en común un secreto afán de lucha que los lleva a ilusionarse con que algún día llegará el enemigo y dará sentido a su estancia allí. Corren rumores milenarios de que al norte de aquel desierto viven los tártaros agazapados, esperando el momento de atacar la fortaleza, pero se hacen de rogar.

Drogo va olvidando sus ansias de escape y las sustituye por el ansia de que su tiempo desperdiciado allí algún día valga la pena. El cuerpo le pide guerra, como a sus compañeros. Pierde el gusto por los placeres mundanos, cuando usa sus permisos para visitar su ciudad se encuentra una casa que perdió el significado de hogar y es incapaz de sentir pertenencia con cualquier cosa que no sea esa fortaleza que es más bien una cárcel vital. El tiempo pasa y es lo único que pasa. Drogo, que empezó teniendo todo el tiempo por delante, va viendo con sorpresa como cada vez deja más tiempo por detrás. Y nos deja una novela nostálgica que no tiene pinta de poder olvidarse.

Rubén Pedreira

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