Ernest Hemingway - El viejo y el mar

 

Este libro está tan bien escrito que me da cierto reparo reconocer que en ningún momento conseguí sentir interés. Esto es así, en ocasiones puedes ver lo bueno que tiene algo pero no se da el tema para que te transmita más que la sensación de que tiene cosas buenas. Unas veces porque simplemente no es una historia para ti y otras porque quizás no tienes el día adecuado para ella.

En mi caso creo que se dio la primera opción, no es este un libro de los míos. Me gustan las historias reflexivas y esta lo es, me gustan las historias concisas que no se convierten en turras pedantes y esta lo es, pero no nos llevamos bien. Pensé que me gustaría, pero se me hizo repetitiva desde el mismo momento en el que el viejo se sube a su barca. Pertenezco a una generación que creció ya bastante condicionada por los estímulos inmediatos del mundo moderno, para engancharme necesito que me den más cosas que un señor hablando solo durante páginas y páginas en la inerte inmensidad del océano.

La premisa de la historia es sencilla, un veteranísimo pescador lleva semanas sin pescar nada relevante, pero tras su enésimo día yéndose a casa con la caña vacía tiene la sensación de que la próxima vez que salga a faenar se llevará una pieza de las que hacen historia. Al día siguiente se sube al bote de buena mañana y no tarda mucho en notar que pica el anzuelo algo que tiene pinta de dar para más de dos y más de tres platos de salpicón. Empieza así una lucha igualada para ver quién se lleva la pelea por la vida, el viejo esperando a que el anzuelo desgaste al pez o el pez consiguiendo que las fuerzas del hombre flaqueen lo suficiente como para que sea incapaz de seguir aguantando después de horas y horas sin comer, dormir ni tomar unos vinos en la tasca del pueblo.

El viejo se lo toma con mucha filosofía y deja reflexiones para el recuerdo. En lo que respecta a mí, valoré su esfuerzo titánico por no soltar el pez de la misma manera que la humanidad no suelta su búsqueda de un significado para su existencia, pero lo cierto es que lo único que me apetecía mientras leía era que el buen hombre pescara de una vez el pez y se marchara a su casa a descansar, que buena falta le hacía.

Rubén Pedreira

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