Tuve siempre a
Crimen y castigo en una discreta cuarentena preventiva, como uno de los
grandes miembros de ese género de libros que, al verlos, te provocan
inmediatamente un entornar de ojos, un arrugamiento de nariz y un meneo
de cabeza que viene a decir “si eso más adelante, cuando el cuerpo ya
solo me pida mecedora y manta”.
No es que sea kilométrico, esta
edición consta de algo menos de 800 páginas con letra decente, pero
tiene esa aura de libro imponente que genera cierto respeto. Creo que en
nuestro ADN llevamos un trozo de los traumas de nuestros antepasados y
este libro tiene a sus espaldas casi 200 años de lecturas obligatorias a
lo largo del planeta, atormentando a aquellos en cuyas manos cayeron
sus cinco kilos de peso sin llegar a sentirse agradados por la historia.
Cuento
mi reticencia previa porque después de acabarlo me sorprende darme
cuenta de que estaba muy equivocado en mis prejuicios. No es un ladrillo
de los que generan lágrimas, es una lectura bastante dinámica, en
varios aspectos casi un thriller psicológico primitivo. Entramos desde
el primer momento en la mente de un joven trastornado que mata a
hachazos a una vieja y a otra señora que pasaba por allí y vemos su
manera de lidiar con la culpa, su manera de autoengañarse y su forma de
enfrentarse al mundo a partir de su crimen. Llegamos a conocer a ese
enajenado ególatra de una manera tan nítida, nos mete tanto en sus
pensamientos, que nos sentirnos incómodos descubriendo la cantidad de
gilipolleces por minuto que es capaz de decirse a sí mismo.
Quizás,
y sin ánimo alguno de refutar a los clásicos, le achaco que en
ocasiones los personajes parecen poco humanos. Por momentos se dejan ver
más como estereotipos que como entes con teórica vida, pero era el
estilo del autor. En general, pocos más peros se le pueden poner a una
obra que se mete dentro de tu cerebro desde el primer momento y genera
esa voluntad crítica en el lector de reflexionar sobre lo que ese pobre
chaval tiene en la cabeza, sobre cuáles de sus ideas son lícitas y
cuáles no son más que delirios. Cuando una novela es un clásico, lo es
por algo aunque de entrada dé pereza.
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