María Oruña - Donde fuimos invencibles

 

Termino la tercera parte de la saga de los libros del Puerto Escondido con una sensación diferente a la que tenía al acabar los otros dos: Esta vez no me apeteció continuar de inmediato con el siguiente. No es que este haya sido malo aunque, igual que pasaba con el anterior, tampoco lo veo a la altura del primero, pero por lo que sea ahora me apetece más bien tomar una pausa larga para leer otras cosas antes de volver a las historias policíacas. Supongo que simplemente es el cuerpo protestando por meterle de golpe tres libros de una misma saga en un mes, sin estar acostumbrado a tales maratones desde los tiempos de Mortadelo y Filemón.

En Donde fuimos invencibles tenemos una nueva historia de investigación policial cántabra ambientada en un contexto algo mágico, con lo paranormal como punto principal del misterio. El libro tiene una mansión encantada, con sus fenómenos extraños y sus muebles antiguos, e incluso a su particular Iker Jiménez. El dueño de la lujosa vivienda, un escritor americano con dinero para regalar que está pasando allí el verano, está desesperado porque no para de ver fantasmas y cosas raras y no sabe cómo decirle a los espectros que es de mala educación entrar en casas que están a nombre de otras personas para ponerse a asustar y matar gente.

También se habla mucho de surf. El americano está escribiendo una novela sobre sus años como surfista, porque es de California y en California no te dejan vivir si no haces surf de la misma manera que en Galicia nos piden tener al menos cinco vacas y una planeadora para poder empadronarnos. El libro se intercala de esa manera particular que tiene María Oruña de contar siempre dos historias en una, que en este caso son la investigación policial por un lado y fragmentos de la novela del americano, que nos dejan ver sus años de juventud surfera, por otro.

Lectura entretenida, ligera y cuya resolución veo menos predecible que la del anterior. Todavía estoy pensando si el final me convence, pero lo que sí es cierto es que no lo vi venir.

Rubén Pedreira

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