Creo
que si a Sam Peckinpah se le hubiese dado por convencer a Bud Spencer y
Terence Hill para filmar una película con él el resultado habría sido
muy parecido a esto. Porque el dúo protagonista se compone de un hombre
astuto (George) que busca continuamente formas de ganarse el pan y un
gigantón (Lennie) muy justo de entendederas pero con fuerza suficiente
para tumbar a un jabalí con una mano mientras en la otra sujeta un
whisky en perfecto equilibrio para bebérselo después. La necesidad de
Peckinpah como director está basada en que, como pasaba en sus
películas, el mundo que se presenta aquí está dominado por un ambiente
tenso en el que en cualquier momento puede surgir la violencia, dejando
después la sensación de no tener muy claro si fue gratuita o inevitable.
A lo largo de esta historia a todo el mundo le parece extraña la amistad de los protagonistas, que viajan juntos por el mundo dando tumbos de trabajo en trabajo sin que ninguno les dure lo suficiente porque a Lennie se le da regular comportarse como una persona funcional. En los ambientes en los que se mueven la soledad está aceptada como el estado natural de las personas, la amistad solo es algo puntual que dura el mismo tiempo que el trabajo y se renueva en cada destino. La relación incondicional de George y Lennie se pinta como utópica, casi sospechosa, pero les sirve para huir de esa soledad natural de quien no tiene nada. La única ilusión de ambos es conseguir comprar un terreno donde puedan vivir por su cuenta y libres de miserias para siempre, y según sus cálculos lo tienen al alcance de la mano.
Quien espere un libro sobre ratones se va a llevar una decepción, porque aparecen muy pocos y los que hay ni siquiera tienen líneas de diálogo. Hombres sí hay, aunque tampoco demasiados. Solo los suficientes para narrar la vida de los jornaleros de un rancho californiano en los tiempos de la Gran Depresión, que son dos palabras muy adecuadas para describir el estado mental con el que acaba uno tras leer esta obra. Steinbeck se las arregla para que la brevedad de la novela no le impida mandar al lector un mensaje bastante rotundo: Si piensas en un futuro mejor, más te vale poder permitírtelo.
A lo largo de esta historia a todo el mundo le parece extraña la amistad de los protagonistas, que viajan juntos por el mundo dando tumbos de trabajo en trabajo sin que ninguno les dure lo suficiente porque a Lennie se le da regular comportarse como una persona funcional. En los ambientes en los que se mueven la soledad está aceptada como el estado natural de las personas, la amistad solo es algo puntual que dura el mismo tiempo que el trabajo y se renueva en cada destino. La relación incondicional de George y Lennie se pinta como utópica, casi sospechosa, pero les sirve para huir de esa soledad natural de quien no tiene nada. La única ilusión de ambos es conseguir comprar un terreno donde puedan vivir por su cuenta y libres de miserias para siempre, y según sus cálculos lo tienen al alcance de la mano.
Quien espere un libro sobre ratones se va a llevar una decepción, porque aparecen muy pocos y los que hay ni siquiera tienen líneas de diálogo. Hombres sí hay, aunque tampoco demasiados. Solo los suficientes para narrar la vida de los jornaleros de un rancho californiano en los tiempos de la Gran Depresión, que son dos palabras muy adecuadas para describir el estado mental con el que acaba uno tras leer esta obra. Steinbeck se las arregla para que la brevedad de la novela no le impida mandar al lector un mensaje bastante rotundo: Si piensas en un futuro mejor, más te vale poder permitírtelo.
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