Boris Vian - La espuma de los días

 


 

 "—¿Cuánto le debo? —dijo Colin—.

—Es muy caro —dijo el comerciante—. Debería matarme a golpes y marcharse sin pagar…

—¡Oh, no! —dijo Colin—. Estoy demasiado cansado.

—Bueno, pues son dos doblezones

Colin sacó la cartera

—Pero tenga usted en cuenta que es un verdadero atraco —añadió el boticario—.

—Me da lo mismo… —dijo Colin con voz apagada—.

—Es usted tonto —dijo el tratante de remedios acompañándolo hasta la puerta—. Yo soy viejo y no muy resistente.

—No tengo tiempo —murmuró Colin—.”


Esto alterna entre lo graciosísimo y lo deprimente con una naturalidad fuera de lo normal. Una novela surrealista en la que ver a gente saltar sobre nubes, a comerciantes intentando convencer a los clientes de que lo mejor es no pagarles o un piano capaz de crear cócteles según la melodía que se toque en él son cosas que pueden ocurrir.

Un protagonista principal que vive en su mundo idílico de rico hasta que su mujer enferma por una flor que crece en su pulmón y tiene que endeudarse porque lo único que puede curar esa enfermedad es comprar más flores. Un amigo del protagonista principal tan obsesionado con su escritor preferido que gasta todo su dinero en comprarse todas las ediciones de sus libros, su ropa usada y recorre las librerías de la ciudad buscando objetos que tengan sus huellas dactilares. Sus historias se desarrollan en dos contextos muy bien diferenciados: Cuando las cosas van muy bien para todos (primera parte del libro) y cuando van muy mal (segunda parte).

La espuma de los días es un mundo surrealista, pero tiene un mensaje. Un mensaje que seguramente sea la crítica del materialismo existencial y la advertencia de que el mundo idílico no existe. O quizás en realidad no haya un mensaje, quien sabe, porque el surrealismo también tenía mucho de reírse de la gente que por creerse muy intelectual pretende saber el significado de todo, incluso de lo que está hecho a lo loco.

Rubén Pedreira

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