Los libros de
Paul Auster suelen gustarme, pero me dejan siempre con la difícil
papeleta de tener que explicar por qué me gustan. Tenía fijación por
darle a sus novelas ese toque de realismo rayando el límite de la
verosimilitud, pero siempre desde una intencionalidad y sin ser forzado.
Son historias simples en apariencia y en cierta medida también en
fondo, pero que te llevan a leerlas todo el rato con la mosca detrás de
la oreja, con la seguridad total de que el autor te está engañando y lo
va a dejar claro más pronto que tarde.
Esta obra tiene eso, esos
pasajes algo pasados de vueltas que hacen pensar si a Auster no se le
habrá ido un poco de las manos el asunto. Te deja ahí, sopesando si lo
narrado en algunos tramos es creíble o no y de repente te cambia los
esquemas con giros que te hacen ver que fuiste vacilado de la manera más
incómoda en la que alguien puede ser vacilado: Sin saber si realmente
hubo vacile o no.
Invisible empieza contando la historia de Adam
Walker, un joven estudiante universitario que aspira a ser poeta y que
un día de fiesta conoce a Rudolf Born, un profesor treintañero de otra
facultad que termina por convertirse en un extraño amigo. Durante
semanas hacen hasta planes de negocio juntos, pero Adam descubre que el
tipo tiene un lado oscuro cuando lo ve matar sin inmutarse a un tipo que
quería atracarlos y se obsesiona hasta el final de sus días con ese
acto. De hecho, la premisa del libro parte de unas memorias que el
moribundo Walker está escribiendo décadas después sobre los episodios
vividos en el breve espacio de tiempo en el que tuvo trato con Born,
hasta que cortaron toda relación con formas nada elegantes.
Durante
todo el libro tuve la duda sobre la motivación de su título. No
aparecen nombradas de manera explícita cosas que nadie es capaz de ver,
no hay hombres invisibles, tintas invisibles o películas de Adam
Sandler. Pero sí que es cierto que, pensándolo un poco, tiene sentido.
Porque el libro teje su trama y sus engaños entorno a todo aquello que
los personajes ocultan u ocultaron. Los secretos, ya sean propios o
compartidos, tienen un peso vital en la construcción de las sorpresas y
las confusiones que pretende generar.
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