Un puñado de
refinados señores victorianos se reúne para una de esas típicas tardes
de charla entre aristócratas basadas en beberse un whisky con otras
gentes de traje y hacer como que saben de cosas. Está el pack completo:
El doctor, el abogado, el director del periódico... La alcurnia de la
ciudad en una sola habitación.
La juntanza con la que empieza el
libro, no obstante, tiene a un asistente peculiar que se fabrica una
historia más propia de conversación de estudiantes de filosofía del año
2025 a altas horas de la madrugada que de caballeros distinguidos del
siglo XIX. El tipo empieza a contar que está trabajando en una máquina
del tiempo, que está seguro de que funciona y que con un par de detalles
podrá moverse por la historia como le apetezca.
Los asistentes
al encuentro en el que el presunto viajero en el tiempo explica sus
teorías y sus planes se van de allí con la convicción de que más que
viajar al futuro lo que necesita es viajar a un manicomio. Un tiempo
después, el hombre los cita de nuevo para una comida en su mansión y,
cuando llegan, se encuentran con que el anfitrión dejó aviso de que
empiecen sin él porque se retrasará un poco. Los caballeros, gente
elegante pero con apetito, no se cortan en empezar a engullir plato tras
plato hasta que en el comedor aparece el dueño de la casa con unas
pintas que meten miedo. Sucio, pálido, enflaquecido y con el ego
lastimado. Les dice que no se acaben toda la comida, que llega con un
hambre criminal, y se va a pegar un agua para adecentarse un poco.
A
su vuelta, duchado, repuesto y después de comer lo que pilla por
delante, empieza a contar la aventura por la que acaba de pasar. Terminó
su máquina del tiempo, funcionó y acaba de volver de pasar ocho días en
el año 800.000. Podría haber ido más cerca, pero si 8000 siglos salen
al mismo precio que uno es imposible resistirse a aprovechar la oferta.
El resto de la novela es una sobremesa llena de detalles sobre lo que se
encontró en esa sociedad del futuro, una sociedad infantilizada,
ignorante e incapaz. Pero cuanto más tiempo pasa allí más se da cuenta
de que hay detalles inquietantes en esa futura civilización de idiotas.
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