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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

Escritura · Ciencia · Curiosidades

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Este libro nos lleva a una selva en la que nadie querría vivir. Una selva oscura, que más que un hogar para quien la habita es un lugar en el que la ley del más fuerte impera sobre todo lo demás. Un lugar en el que las mujeres están hechas para traer al mundo nuevas personas con el único fin de que sirvan de alimento para un sistema voraz que solo quiere engullirlos para saciar su necesidad de sangre nueva.

Nadie querría vivir en esa selva, pero desafortunadamente es la selva en la que vivimos, una metáfora de este sistema nuestro que genera personas de manera compulsiva para exprimirlas física y mentalmente. En esta novela alegórica, una mujer escapa con su hija buscando alejarse del conflicto en el que vivía su pueblo y acaba adentrándose en la selva en busca de refugio, pero encuentra algo muy diferente. La selva, dentro del realismo mágico de esta obra, es capaz de darle regalos como una casa que encuentra abandonada pero lista para ser habitada en mitad de la nada. Además de un nuevo hogar le entrega animales que puede usar como alimento, y protección contra los peligros ajenos a ella. No obstante, la selva no da sin pedir.

La mujer, que originalmente llegaba con sus sentimientos y ética en un estado normal dentro de lo humano, aprende rápidamente que si quiere sobrevivir necesitará renunciar a todo ápice de humanidad. Porque la selva, a cambio de sus regalos y de su protección, quiere sangre. Se alimenta de carne joven, y si la mujer quiere tener un lugar seguro en el que vivir con su hija tendrá que darle de comer siempre que tenga hambre.

La selva también guía hasta la casa a personas aleatorias que aparecen sin más. Una de estas personas es Chola, una mujer aparentemente bonachona pero que tiene mucha vida selvática a sus espaldas y sabe latín (no es que sepa latín como idioma, sino como unidad de medida de conocimiento). Es ella quien le explica que si quiere que la selva no le castigue con mano dura tendrá que ofrecerle niños para comer. La mala noticia es que la única niña que tiene cerca es su hija, pero la buena noticia es que pronto la selva empieza a poner en su camino a más gente. Aparecen hombres desconocidos que se hospedan en la hacienda durante cortos períodos y después se marchan de manera tan repentina como llegaron. La mujer, que sufrió experiencias traumáticas que le fueron diciendo que las terribles palabras de Chola eran ciertas, aprovecha las visitas con resignación para fabricar nuevos niños con esos hombres y poder usarlos más tarde como ofrendas alimenticias para su selva.

Y es que esta mujer se convierte en eso, en una fábrica de niños. Niños que al poco de nacer son marcados por la selva, ya sea con insectos que se comportan de manera extraña cerca de su cuerpo o fenómenos extraños que suceden a su alrededor. La mujer sabe entender perfectamente los signos que evidencian que la selva está reclamando como alimento a cada bebé que nace. Eso sí, cuando los marca no los está pidiendo de inmediato, sino que está diciendo que se lo cuiden bien para dárselo unos cuantos años más tarde, cuando esté crecido y tenga más chicha donde comer.

La mujer acaba convirtiendo su resignación ante esta terrible situación en costumbre, al final se insensibiliza en su papel y todo pasa a ser pura burocracia. Para ella el acto de tener un hijo, almacenarlo junto a los demás como si fuesen gallinas a la espera de la matanza y sacrificarlos en medio de la selva llegado el momento pasa a ser algo tan normal como hacer la declaración de la renta. De hecho podría decirse que es su declaración de la renta, es el trámite que pone en orden sus deudas con la selva que la gobierna.

Nosotros llegamos a una historia que tiene este bagaje, pero que empieza en un presente en el que la mujer ya es vieja y es ya su hija, Santa, la que asume el papel de parturienta compulsiva. Santa ya está también en los últimos compases de su fertilidad, y además es mucho más insensible todavía que la madre al haber vivido desde niña esta realidad. Tiene taras mentales sociópatas debido a la normalización temprana de toda esta locura y va quedando claro poco a poco que cuando ella tome el control del lugar todo será incluso más inhumano. Poco a poco vamos conociendo todas las costumbres de esta peculiar casa en mitad de una selva que no hace prisioneros, y nos vamos metiendo en un cuento de terror crudo, directo y que en el mismo lenguaje deja clara la rabia con la que se escribió. 

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LL Pegasi observada por el Atacama Large Milimeter Array (ALMA)

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Zarif, Muhamed y Hans, tres de los caballos de Elberfeld, frente a la puerta de su "aula"


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En mi opinión existen dos tipos de novelas de terror. Por un lado están las que intentan asustar y dar miedo real al lector, que suelen acabar fracasando siempre en el intento porque la novela no es el soporte adecuado para generar reacciones viscerales e inmediatas como el pánico y el susto. Por otro lado están aquellas que aceptan que generar miedo real en un lector no es una opción factible y crean un hilo argumental inmersivo, en el que el misterio y la tensión están presentes y que consiguen con éxito llevar al lector a ese mundo. Ninguna de las dos variantes consigue generar pesadillas, pero las novelas que se encuadran en la segunda sí consiguen ser una buena obra literaria.

Este libro está perfectamente encuadrado en esa segunda clase de novelas de terror. Logra generar un ambiente muy realista en el que la sensación de que hay algo que no cuadra está siempre presente, y eso es clave para un buen libro de este tipo.  Nos lleva al ficticio pueblo de Montmorts, una aislada población en Francia con una tétrica historia detrás relacionada con brujas. Siglos atrás, la población empezó a acusar a sus mujeres de brujería y la condena preferida ante esa acusación era la de lanzarlas desde lo alto de la montaña del pueblo, con caída directa al cementerio. De ahí salió el nombre del pueblo, una abreviatura de 'Monte de los Muertos'.

El pueblo acabó por deshabitarse después de que la tradición de perseguir la brujería se fuera de las manos y la población femenina descendiese de manera drástica. No obstante, en los tiempos modernos un multimillonario decidió resucitar el lugar e invirtió buena parte de su fortuna en ello, convirtiéndose en el alcalde de facto. Julien, protagonista de la novela, acaba de llegar a Montmorts para convertirse en el nuevo jefe de policía de la localidad, y lo que se encuentra es un lugar casi idílico. Pronto se pone al día y se encuentra la singularidad de que en ese sitio parece no existir la criminalidad. La comisaría tiene abiertos solo un puñado de expedientes, que además son en su mayoría minucias. Para colmo, la comisaría está equipada a todo lujo y la casa que ponen a su disposición para vivir mientras ejerce el cargo es gigantesca. 

Parece el empleo soñado para Julien, que además se lleva perfectamente bien desde el principio con sus compañeros de trabajo, Franck y Sarah. Todo el cuerpo de policía del pueblo se compone de ellos tres, que para el poco trabajo que les dan parecen incluso demasiados efectivos. Aún así, no todo es de color de rosa, ya que su llegada al pueblo no fue por cosa buena. Su predecesor en el puesto, que además tenía una relación sentimental con Sarah, falleció poco antes en un accidente de coche. Cuando Julien habla por primera vez con el alcalde, este le desvela además un secreto inquietante, y es que el accidente en el que murió el anterior jefe de policía se produjo cuando iba a llevarle los resultados de una investigación que el propio alcalde había encargado: La búsqueda del asesino de su hija, que alguien tiró desde el monte diez años atrás, como en los tiempos de las brujas.

Cuando el multimillonario pide a Julien que continúe la investigación inconclusa de su predecesor, la tarea le abruma. Más aún cuando ve el pueblo parece volverse loco y lo que hasta ese momento era un lugar tranquilísimo se convierte en una sucesión incontrolable de muertes y sucesos extraños que hacen imposible no pensar que algo paranormal está sucediendo. Una historia que sabe mantener la incertidumbre hasta muy avanzada la historia y que engancha desde el primer momento.

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Este libro llegó a mí como llegan a mí la mayoría de los libros que leo: De casualidad pura. No lo conocía de nada, ni al libro ni al autor, hasta que me crucé con él y me llamó la atención. Las opiniones que leí dejaban claro que era un libro atípico, y como lo atípico me gusta me lancé a darle la oportunidad. Después de leerlo creo que la palabra "atípico" se le queda hasta un poco corta, pero en el buen sentido.

La premisa del libro empieza de manera bastante simple. Un escritor prometedor pero aún carente de éxitos acaba de ver reconocida una obra suya con un premio de medio pelo. Durante el evento posterior a la entrega del galardón, un hombre misterioso llamado Guy Courtois aparece y se queda un rato hablando con él, explicándole que pertenece a una sociedad que lleva siglos creando la inspiración inicial de las obras de los escritores más importantes de la historia. Ellos, le explica, llevan facilitando las primeras frases de las novelas de casi todo gran éxito del que se tiene noticias. Desde Kafka a Camus, raro es el gran escritor que no comenzó uno de sus trabajos con una frase memorable sacada del maletín de esta empresa.

El hombre que vende comienzos de novela le dice al recién premiado escritor que lo tienen en su radar y que es posible que se vuelvan a encontrar, lo que hace que se ilusione con la idea de recibir un comienzo genial para su próxima obra que lo lleve al estrellato. Al fin y al cabo, como Courtois le explicó, la frase inicial es una pieza clave que hace que la chispa aparezca y todo fluya. 

Hasta aquí todo más o menos normal, dentro de lo original de la idea de que exista una empresa centenaria dedicada a tal actividad. Pero a partir de esta premisa el libro nos enreda en una trama con mil matices y mundos de fantasía y realidad que a lo largo de la obra dan signos de quererse entrelazar sin llegar a hacerlo del todo hasta encontrar el momento adecuado. Va apareciendo la historia de un hombre que se queda solo en la ciudad de manera inexplicable, la de un escritor haciendo uso de una futurista máquina capaz de ayudar a escribir novelas, historias sobre el contexto del mundo literario rumano... Y por el camino se emborrona la historia que creíamos principal, incluso llegamos a dudar si el protagonista inicial está o no está en algún que otro episodio.

Cada capítulo va saltando entre narradores, personajes e incluso poemas que a priori dejan al lector algo desconcertado, pero conforme avanza el libro empezamos a ver anclajes entre ellos. Es en el sprint final cuando el autor hace que todo confluya y nos hace ver el sentido de ese entramado de decenas de relatos que a priori parecían independientes pero que al final tienen un nexo común. Un libro efectivamente atípico, que al terminar deja pensando e incluso deja también la sensación de que se necesita leer una segunda y tercera vez para entenderlo bien. Recuerda a Murakami en su realismo mágico, a Foster Wallace en cierto ánimo de diversión al vacilar un poco al lector, pero tiene originalidad propia. Y, sobre todo, una belleza formal muy interesante que hace que leer el libro sea una experiencia diferente y con atmósfera, de esas que dejan poso.

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Estamos a mediados del siglo XX. El príncipe Ugo Conti, un noble italiano, se encuentra de vacaciones en el yate de la acaudalada Liz Avrell, viuda de un millonario estadounidense y por ello heredera de toda su fortuna. Conti es un tipo muy bien parecido, casi perfecto si nos fiamos del narrador. No obstante, a pesar de eso, de su elegancia y de su título nobiliario ahí está, intentando camelar a la casi anciana Avrell para buscar una boda que le asegure beneficiarse de su fortuna.

Las cosas no parecen cuadrar demasiado con el tal Conti, pero ahí está el tío, siendo tratado de Alteza allá donde va. Mientras están fondeados en la costa de México, el yate es amigablemente abordado por unas personas que le dicen al príncipe que la gente ilustre de la zona se enteró de su presencia allí y quieren invitarle a una fiesta en su honor, a lo que su majestad no puede negarse.

Al llegar a tan distinguido evento es recibido como una estrella de rock por empresarios, políticos y gente notoria de toda clase. Quieren conocer a todo un príncipe europeo y ser vistos junto a él, porque compadrear con un tipo que como mínimo, piensan, tendrá diez castillos y un par de coronas siempre da buenas anécdotas que contar.

Conti queda prendado de lo fácil que es que la alta sociedad mexicana lo trate con todas las atenciones sin exigirle más que su presencia, y después de que los hijos de la señora Avrell decidan tomar medidas para que deje de camelarla y expoliar sus ahorros, el italiano decide escapar de ella para evitar problemas y radicarse definitivamente en México en busca de otra ricachona de la que vivir.

Qué forma de vida más rara para un príncipe, puede pensarse. Andar por ahí seduciendo a gente pudiente al otro lado del globo en vez de, como cualquier miembro de la realeza que se precie, limitarse a dar su número de cuenta al Estado correspondiente e ir viendo entrar riquezas sin más actividad necesaria para ello que la de respirar y lucirse por ahí en público. Pero es que Conti no es un príncipe cualquiera, sino un plebeyo al que un noble de verdad le hizo ver que siendo guapísimo y elegantísimo se puede hacer creer a cualquiera que tienes sangre azul con solo decirlo.

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Mi principal proyecto literario de 2025 no se basó en escribir, sino en leer esto. No me refiero a la lectura en sí (que también, porque son 700 páginas), sino a todo lo que conllevó. Porque cuando empecé este libro, que es a la vez tanto una biografía como unas memorias, tenía claro que lo iba a ir leyendo mientras veía de nuevo toda la filmografía de Lynch.

David Lynch no sabía hacer nada como el resto de los mortales, así que el libro en el que se cuenta su vida entera tampoco es normal. Hay gente que cree que no sabe escribir bien y le cuenta sus experiencias a otro para que le escriba una biografía y hay gente que sabe (o cree que sabe) escribir y se escribe sus propias memorias. En el caso de Lynch, como comenté antes, decidió que por qué no mezclar ambas cosas.

Cada capítulo del libro trata una época de la vida del director. Muchos de esas épocas se marcan a partir de la obra que estaba grabando en ese momento, por eso era muy relevante ir viendo cada película según se llegaba al punto en el que se hablaba de ella, pues el libro añade contexto, comentarios y anécdotas que hacen que la experiencia de lectura sea mucho mejor si el argumento está fresco en la memoria.

Lo curioso de los capítulos es que tienen dos partes. En la primera, la periodista Kristine McKenna cuenta de manera muy profesional el contenido biográfico correspondiente, con una cantidad ingente de comentarios y anécdotas extraídos de conversaciones con cientos de personas del entorno del director. Después de esto, se abre una sección en la que es Lynch quien empieza a hablar sobre los tiempos narrados y a comentar lo que se leyó en la parte de McKenna. Y en ningún momento se hace repetitivo aunque vuelva a repasar la misma época, porque lo hace con su capacidad innata para llevarte a un munudo distinto.

El libro es espectacular, tanto para alguien que algún día construirá una catedral dedicada a Lynch como yo como para alguien que simplemente le gusta su trabajo. Y creo que no estoy siendo subjetivo si pienso que incluso a alguien a quien no le gusta lo disfrutaría, pero reconozco que leerse casi mil páginas sobre alguien que no te apasiona no es habitual.

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Empecé a leer esto por la simple razón de que Mark Frost fue cocreador de Twin Peaks. Pensé que eso era suficiente motivo para creer que cualquier otra cosa que hubiese creado merecería la pena, y al menos con este libro no me equivoqué.

Hay que decir, eso sí, que la historia poco tiene que ver con Twin Peaks. Es una novela de aventuras y misterio basada en una trama de conspiraciones oscuras y paranormales que podrían haberse escrito perfectamente en el siglo XIX, cuando esto del ocultismo estaba en auge. Por cuestiones puramente biológicas a Frost le resultó imposible escribirlo en dicho siglo, pero al menos sí lo ambientó en 1884.

El protagonista es un joven médico con aspiraciones literarias llamado Arthur Conan Doyle. El tal Doyle, que me dejó durante toda la novela la sensación de que su nombre me sonaba de algo, tiene el hobby de investigar sobre espiritismo y cosas del estilo porque en el fondo quiere creer que algo hay, y un buen día recibe una misteriosa carta de una mujer que le dice que es importante que acuda a una dirección concreta la noche siguiente porque van a pasar cosas raras, peligrosas y sacrílegas.

Doyle no puede negarse a tal invitación y acude a la cita, viéndose envuelto en una situación difícilmente explicable con mediums, visiones y fantasmas de por medio. La cosa se descontrola y acaba temiendo por su vida, pero es salvado por un personaje misterioso que no le da muchos detalles más allá del típico “se te viene encima un follón que no vas a saber ni donde te has metido”, y después desaparece con la promesa de que tendrá noticias suyas.

Doyle pasa días buscando a su salvador, días en los que lo paranormal parece perseguirle. Cuando se reencuentra con el hombre, le resume la inquietante situación: La gente que intentó matarle en aquel rito espiritista es turbia, juegan con magias negras y tienen a Doyle en el punto de mira por una razón inesperada: Un manuscrito que envió a editoriales sobre una hermandad oscura tiene una alta correspondencia con sus planes y creen que los estuvo espiando.

Engancha, mantiene bien el misterio y sabe jugar con el juicio del lector, haciendo dudar todo el rato sobre las lealtades de los personajes.

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Una historia de terror canónica. Con su ambientación en una casa grande unifamiliar, su familia inicialmente funcional y su adolescente que un buen día empieza a comportarse de una manera que sobrepasa el límite de lo que podría calificarse como “cosas de la edad”. La narradora es Merry, la hermana pequeña que recuerda lo que ocurrió en los tiempos en los que su hermana Marjorie empezó a hacer cosas inexplicables.

Marjorie había sido siempre normal, pero a sus catorce años todo se torció. Se puso a hacer cosas que no suele hacer una persona cuerda. Murmura incoherencias, los cuentos que solía contarle a Merry pasan a ser turbios y llenos de sucesos traumáticos poco aptos para su hermana de ocho años y un día se la encuentran trepando por las paredes de su habitación totalmente ida. Hasta su cara se vuelve grisácea y vomita cantidades ingentes de sustancias inexplicables, está claro que muy católica no anda.

Lo de que no ande muy católica no es una forma de hablar en este caso, sino que es casi literal. Después de los fracasos de los médicos para encontrar el problema, su padre habla con un cura amigo suyo y este le convence de que la cosa es seria y que la chica está poseída. La madre no es ni mucho menos tan religiosa como el padre y es más de la idea de seguir confiando en la medicina, pero en la cabeza del progenitor masculino agarró la idea de la posesión y de ahí no le saca nadie. El señor cura no puede equivocarse en su absoluta omnisciencia de las temáticas posesivas.

El giro de guión curioso llega cuando el sacerdote mueve hilos y propone a la familia exorcizar a la niña, pero en formato de lucrativo reality show. El padre fue despedido de su trabajo hace algún tiempo y económicamente están flojos, así que en una decisión genial deciden poner en el foco nacional a su hija y su familia. Y 15 años después, Merry cuenta su experiencia de aquellos tiempos a una escritora que quiere contar su historia.

El libro es lento y la premisa está bastante trillada. No la de los realities en Discovery Channel sobre posesiones, pero lo de la niña poseída sí. Lo que más sorprende, eso sí, es que Stephen King permitiera poner en portada que esto “le mató de miedo”.


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Sísifo es un personaje de la mitología griega que es castigado por los dioses a encargarse eternamente de la poco grata tarea de subir una roca hasta la cima de una montaña. Lo complicado no era subirla, aunque tampoco sea agradable cargar con toneladas de piedra cuesta arriba, sino aceptar lo que venía después de llegar. Los dioses, originales en sus ideas, diseñaron el tema para que la piedra cayese siempre al tocar la cumbre, provocando que la tarea no se acabara nunca. 

Ese mito sirve de nombre a este ensayo filosófico de Camus porque encierra la idea de base de lo que quiere contarnos. El escritor francés explica su visión de la vida humana como algo que carece de sentido trascendente más allá de la pura existencia, y que cualquier intención de explicar las cosas sin limitarnos a aceptarlas y vivirlas no tiene sentido. El ser humano debe afrontar la absurdidad de su existencia sin evadirla ni buscar consuelos ilusorios.

Camus cree que esa sensación de absurdo a la que está condenada cualquier persona parte del divorcio entre la necesidad de entender todo lo que le rodea y la falta de interés que muestra el Universo por explicar sus cosas. El ser humano hace preguntas trascendentes, pero el mundo en el que vive, con su inconveniente tendencia a no hablar de sí mismo, no responde a ninguna de sus dudas sobre el sentido de la vida. Porque, según el autor, no existe dicho sentido y eso está bien.

Para Camus, la única pregunta filosófica relevante es, teniendo en cuenta la falta de fin en sí misma, si la vida merece la pena ser vivida o si es mejor tirarse de un puente y acabar cuanto antes con esto. Por sorprendente que parezca después de plantear una idea tan deprimente, el autor tiene clarísimo que sí, que no solo hay que vivirla, sino hacerse también estoico dueño de la misma y acumular vivencias asistiendo a ellas con la tranquilidad de saber que, a falta de un Dios, el ser humano consciente es su propio dios. Para Camus, Sísifo sería un hombre feliz, porque sabiendo lo absurdo de su existencia, es dueño de su destino. 

Es interesante, aunque no me llega a convencer. Mi ideal de felicidad no va muy en la línea de empujar para siempre un pedrusco por una ladera.

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Augusto Pérez es un joven de buena familia, económicamente pudiente y que vive en su mansión con la única compañía de sus criados Domingo y Liduvina. Tiene condiciones bastante adecuadas para vivir una vida cómoda: dinero, tiempo libre y nula necesidad de buscarse un trabajo. No obstante, su gran problema es que es un pardillo de primera categoría.

Un día como cualquier otro, Augusto sale a dar su paseo diario y se cruza con una mujer desconocida, Eugenia, de la que se enamora de forma inmediata. Así, solo con pasar a su lado, como en los viejos tiempos. El enamoramiento lo convierte en un personaje bastante sospechoso, de esos que hace un siglo se decía que se hacían los encontradizos pero que a día de hoy ya se pueden catalogar sin gran problema como acosadores denunciables.

El tío no para hasta que no consigue una excusa para entrar en la casa de la familia de la mujer y presentar su candidatura a marido, pero resulta que la señorita tiene ya un novio y declina la propuesta de modo elegante y vehemente mientras la familia de la joven se echa las manos a la cabeza. Sus tíos no dan crédito a la locura de rechazar a un señor acaudalado para quedarse con un vago sin oficio ni beneficio. Mejor dicho: quedarse con un vago sin oficio ni beneficio que no tiene dinero, porque si por algo destaca Augusto es por ser vago y desoficiado, pero cuando te acompañan los billetes eso no escandaliza a nadie.

Augusto, viéndose rechazado, se convierte en una cosa que hoy se llama de una manera pero que en tiempos del señor Unamuno todavía no se llamaba así, ya que el popular refresco llamado Fanta llegó a España con don Miguel ya fallecido. Augusto colma a su imposible amada de atenciones y desembolsos económicos impropios de cualquier persona con sentido común, y no se da cuenta de que Eugenia tiene un plan para aprovecharse de su preocupante predisposición a ser utilizado.

Niebla es una historia cuya trama va de lo mucho que se puede uno complicar la vida cuando además de ser un incauto está muy solo. Pero el mensaje va mucho más allá de eso y la amplia carga filosófica explora la naturaleza de la existencia, el libre albedrío o la búsqueda de identidad.

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Puente de Laguna Garzón


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Imagen promocional del sistema Moose

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Un diagrama de Feynman, una herramienta gráfica muy usada en QFT para representar el comportamiento de las partículas subatómicas

La física contemporánea tiene múltiples desarrollos cuya complejidad es capaz de meter miedo a cualquier estudiante confuso que se decide a intentar comprender los misterios de las leyes universales. Una de las teorías que más pesadillas generan y a la vez más belleza matemática ofrecen es la denominada Teoría Cuántica de Campos (QFT, por sus siglas en ingés). Este desarrollo teórico, uno de los más ambiciosos y abstractos de esta ciencia, representa la fusión más aceptada entre tres ramas fundamentales pero de difícil conciliación:

  • La teoría cuántica, que describe el cómo se comporta la materia y la energía a escalas subatómicas. Estos comportamientos suelen ser contraintuitivos según las leyes habituales de la física macroscópica.
  • El concepto de campo, que contiene la idea de que las interacciones físicas se producen a través de campos que impregnan el espacio y que albergan la información de los elementos que contienen, como el campo electromagnético.
  • La Relatividad, específicamente la relatividad especial de Einstein, que exige que las leyes de la física sean las mismas para todos los observadores, independientemente de su movimiento relativo.

Esta combinación, cuyo desarrollo siempre fue un reto debido a la difícil conciliación que siempre tuvieron la cuántica y la relatividad, llevó a la Teoría Cuántica de Campos a convertirse en la base de la física moderna de partículas elementales. Es la herramienta principal para entender la interacción de los elementos básicos de la materia, ya sean electrones, quarks, bosones, etc.

Además de ser una teoría que permite entender el comportamiento de las partículas elementales, la QFT también tiene métodos para aplicar a una serie amplia de disciplinas físicas. La física nuclear toma de ella la descripción de las fuerzas que unen los protones y neutrones en el núcleo atómico, la astrofísica la usa para describir la materia en condiciones extremas (como los agujeros negros) y cualquier rama en la que tenga influencia el estudio de lo muy pequeño o muy exótico se ve beneficiada por ella.

Asentada su base teórica en los años 70 del siglo XX, la QFT sigue siendo la base del estudio de los fenómenos que implican Relatividad especial y ámbito cuántico. La complejidad de esta rama es una de las más desafiantes debido a su carga matemática y conceptual, pero es gracias a ella que se consiguió llegar a alguno de los descubrimientos más fascinantes de la física contemporánea, como la Radiación de Hawking o el Bosón de Higgs.

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Comparativa artística entre Sirio B, la enana blanca más cercana, y la Tierra


Seguramente hayas oído hablar alguna vez de las enanas blancas. Estos cuerpos celestes tienen un nombre curioso, pero una definición bastante sencilla: Son lo que queda de una estrella de baja masa cuando esta ha agotado su combustible y, con ello, finalizado su vida activa. Las estrellas de baja masa representan la gran mayoría del Universo conocido, por lo que este final es de lo más habitual. Estos remanentes son objetos extremadamente compactos, con un volumen comparable al de la Tierra pero masa similar a la del Sol.

Una estrella se mantiene viva mientras está en equilibrio

Mientras una estrella está activa, se mantiene estable gracias al equilibrio entre dos fuerzas. La gravedad de su masa tiende a contraerla mientras que la presión que genera la energía liberada por las reacciones nucleares en su interior tiende a expandirla. El equilibrio entre estas fuerzas de signo opuesto es lo que hace que todo permanezca en su sitio, pero no dura para siempre. Cuando el combustible nuclear se agota, las reacciones cesan pero la masa de la estrella sigue estando ahí. La gravedad, entonces, es la que gana la partida y la estrella tiende al colapso.

¿Por qué solo las estrellas de baja masa terminan como enana blanca?

Las estrellas más masivas, aquellas que tienen más de 10 veces la masa del Sol, no terminan en forma de enanas blancas. Sus posibles destinos finales son mucho más violentos e incluso más famosos gracias a lo vistosos o enigmáticos que resultan. Cuando una estrella supera el límite de masa comentado entramos en un terreno en el que lo que se esperan son supernovas, estrellas de neutrones o agujeros negros, ya que las energías que entran en juego en estos casos son enormes y provocan unos finales mucho más catastróficos.

En las estrellas de baja masa no se llega a tales extremos, hay un mecanismo que lo impide. Ese mecanismo es la presión de degeneración de los electrones. Este es un fenómeno que tiene que ver con la física cuántica, concretamente con ese Principio de exclusión de Pauli cuyo nombre sonará a muchos y que establece que dos electrones de un mismo sistema no pueden ocupar el mismo estado cuántico.

Esto del estado cuántico puede sonar muy abstracto, pero podríamos buscar un ejemplo más mundano. Si nos imaginamos los electrones como jugadores de un equipo de fútbol genérico, está claro que ninguno puede tener el mismo dorsal durante un partido, hay 11 números y las normas prohíben que dos de ellos lleven el mismo, tienen que tener 11 estados diferentes. En el caso de la física no es algo tan sencillo como llevar una camiseta u otra, pero existen también solo unos cuantos estados disponibles, dependiendo de las características del sistema al que pertenecen, y en el momento en el que uno ocupa alguno de ellos los demás se ven obligados a acomodarse en otros en sentido de energía ascendente. 

Según los electrones van llenando niveles de energía disponibles y únicos, los estados de más baja energía se van llenando y eso conlleva que los demás se tengan que situar en niveles más altos que la energía más baja posible, lo que lleva a una situación en la que incluso en temperaturas cercanas al cero absoluto, los electrones siguen teniendo energía y moviéndose. Ese movimiento genera una presión que no depende del calor, sino de la propia naturaleza cuántica del sistema, siendo esta la denominada presión de degeneración.

El nacimiento de la enana blanca

Cuando una estrella agota su combustible y la gravedad hace que comience a colapsar, este colapso dura hasta que la mencionada presión de degeneración de los electrones se equilibra con la presión gravitatoria actuando en el otro sentido. Dicha presión de degeneración es más débil que la debida a las reacciones nucleares, por ello es que el equilibrio se alcanza cuando la estrella es mucho más pequeña de lo que era originalmente, porque los electrones empujan con menos fuerza hacia fuera de lo que lo hacían las reacciones.

En cuanto a la composición, cabe destacar que la materia que compone una enana blanca dependerá de la masa original de la estrella, pero lo más común es que esté hecha de carbono y oxígeno, pudiendo contener también elementos más pesados hasta llegar al hierro. Lo que queda al final es, en esencia, el núcleo de la estrella anterior, comprimido y sin las capas externas de gas que tenía durante el ciclo de vida previo.

A mayor masa, menor tamaño


En términos físicos tiene todo el sentido del mundo, pero un hecho que puede resultar curioso a quien se acerque por primera vez al conocimiento de estos sistemas es el hecho de que cuanto más masivas son las enanas blancas más pequeñas son. Esto ocurre debido a algo que ya se dejó entrever en el apartado anterior, y es que para resistir una mayor gravedad el sistema necesitará una mayor presión de degeneración, lo que se consigue comprimiendo aún más la materia.

Sin embargo, existe un límite a esto. Los electrones no pueden moverse más rápido que la luz, y cuando compensar la masa del sistema implica que necesitarían moverse a una velocidad superior, la situación llega a un límite que no puede alcanzar. Ese límite de masa se llama límite de Chandrasekhar, y está en torno a 1,4 veces la masa del Sol. A partir de ahí, por definición, una estrella no podrá alcanzar nunca la estabilidad como enana blanca y entonces colapsará en algo más violento, como podría ser un agujero negro o una supernova, dependiendo de su rango de masa.

¿Qué actividad tiene una enana blanca?

Una vez estabilizada, la enana blanca no genera más energía. Simplemente se limita a enfriarse lentamente durante miles de millones de años. En lo que le quede de existencia será simplemente una esfera casi perfecta de material degenerado con una finísima capa exterior por la que va perdiendo calor hacia el espacio.

Inicialmente, su interior es un líquido caliente, pero con el paso del tiempo se enfría tanto que cristaliza y provoca una situación muy curiosa. Como ya se mencionó, muchas enanas blancas están hechas de carbono, y sabemos que el carbono cristalizado se convierte en diamante, convirtiéndose por tanto en piedras preciosas del tamaño que la Tierra. Hay que matizar, eso sí, que aunque sería un diamante en el sentido físico estará lleno de impurezas y características exóticas.

Cuando una enana blanca termina de enfriarse completamente, acaba por convertirse en una enana negra, un objeto que ya no emite luz ni calor. No obstante, hay un detalle importante, y es que el tiempo que se estima que tarda una enana blanca en enfriarse del todo supera a la edad actual del Universo. Esto provoca algo evidente, y es que no puede sorprender a nadie que no se haya observado hasta ahora ninguna enana negra y no se espera que se consiga ver ninguna en muchísimo tiempo. Una consecuencia positiva de esto es que el estudio de las enanas blancas y su enfriamiento permite poner límites observacionales a la edad del Universo. 
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Vista general del altar mayor de la catedral


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