Alexander Pope, el poeta que no salía de casa sin su perro y sus pistolas

Alexander Pope retratado por Jonathan Richardson junto a su perro, Bounce 

 

Alexander Pope (1688–1744) fue un importante autor inglés de la Ilustración, considerado uno de los poetas más destacados del siglo XVIII. Debido a sus satíricos ataques, cargados de ironía, contra figuras destacadas de la época, se forjó una reputación polémica. Esto le llevó a ser apodado La avispa de Thickenham, en referencia a su tendencia a ser punzante y a la localidad en la que vivió buena parte de su vida.

La intensidad de sus críticas, especialmente la contenida en su obra The Dunciad, le generó enemigos numerosos entre los escritores, críticos y políticos de la época. Atacaba sin miramientos a todo aquel que creyese merecedor de sus sátiras y consiguió incluso que algunos de sus objetivos se cabrearan hasta el punto de amenazarlo de manera física. 

Debido a este ambiente de hostilidad que se granjeó y temiendo que las amenazas se convirtiesen en agresiones tangibles, Pope adoptó precauciones de seguridad extremas. Su hermana, Magdalen Rackett, llegó a contar que al poeta le encantaba salir a caminar solo, pero que para evitar encuentros indeseados con sus enemigos solía llevar consigo pistolas cargadas y listas para usar. No solo eso, sino que se hacía acompañar también de su perro, un gran danés llamado Bounce que le hacía de escolta.

La necesidad de protección era todavía más necesaria en su caso, pues su físico no era precisamente imponente. A los 12 años Pope sufrió la enfermedad de Pott (una forma de tuberculosis que afecta la columna vertebral), lo que atrofió su crecimiento. No llegaba al metro cuarenta de altura y tenía una joroba visible, por lo que sin la adecuada protección habría sido un blanco fácil para una víctima airada. No obstante, a pesar de que su historia nos deja la moraleja de que la labor artística puede ser peligrosa, hay que reconocerle a Pope que a pesar de todo nunca renunció a seguir cultivando su sátira y con ello seguir cultivando también la ira de todo aquel que creía merecedor de ello.

Rubén Pedreira

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