Anecdotario de la ciencia: Los caballos de Elberfeld, ¿puede un animal saber tanto como un alumno de primaria?

Zarif, Muhamed y Hans, tres de los caballos de Elberfeld, frente a la puerta de su "aula"


A principios del siglo XX, algunos nichos de la comunidad científica europea tuvieron un caso con el que entretenerse, y los inesperados protagonistas fueron unos caballos. Por impresionante que parezca, el centro de las cábalas que se sucedieron estaba en las habilidades inéditas de estos animales para razonar y calcular, generando un debate sobre si eran capacidades genuinas o si se trataba de engaños, ya fueran conscientes o inconscientes. Este caso puso en jaque a zoólogos y psicólogos, y el neurólogo Édouard Claparède llegó a definirlo como el evento más espectacular que ocurrió jamás en el mundo de la psicología.

La historia empieza en Berlín en la primera década del siglo XX, con un maestro de escuela primaria retirado llamado Wilhelm Von Osten. Este hombre, entrenador de caballos aficionado, estaba obsesionado con demostrar que estos animales, si eran educados de manera conveniente del mismo modo que se hace con los niños, eran capaces de desarrollar una inteligencia comparable a la de un humano en edad escolar. Para demostrarlo, trabajó con un ejemplar de la raza trotón de Orlov llamado Hans (más tarde bautizado como Kluger Hans, que se traduciría aproximadamente como Hans el Inteligente)

Clever Hans siendo examinado de sus conocimientos en 1907


Tutorizado por Von Osten, Hans aprendió a deletrear, a contar y a resolver problemas de aritmética, comunicándose al golpear el suelo con sus pezuñas. Su fama creció rápidamente al ser exhibido en público realizando sus proezas y acabó siendo visitado por varios comités científicos que buscaron comprobar sus capacidades. Aunque inicialmente descartaron que todo fuese fruto de un engaño intencionado, lo cierto es que la veracidad de todo aquello estuvo siempre en tela de juicio por muchos.

El psicólogo Oskar Pfungst, del Instituto de Psicología de Berlín, se propuso desenmascarar el misterio cuando estuvo al frente de una nueva comisión investigadora puesta en marcha en 1907. Lo más interesante que descubrió fue que Hans solo era capaz de responder correctamente si la persona que preguntaba ya sabía la respuesta. Más que calcular, el gran mérito de Hans era el de ser un gran observador.

Se demostró que el caballo captaba señales involuntarias, sutiles e inconscientes de la gente que lo observaba. Por ejemplo, al preguntar, la persona se inclinaba ligeramente para ver la pezuña de Hans, y esa era la señal para que empezara a golpear. Cuando alcanzaba el número correcto, el examinador tendía a reaccionar de alguna manera, por ejemplo levantándose de forma sutil esperando que parase de golpear, y esa señal era la que indicaba al caballo que debía parar.

Esta revelación fue de gran trascendencia y pasó a conocerse como "Efecto Clever Hans", que en psicología alude al señalamiento inconsciente que ejerce un observador científico sobre su objeto de estudio condicionando sus respuestas. También provocó que Von Osten muriera poco tiempo después con la reconocida decepción de haber visto su trabajo desacreditado.

De cualquier modo, la historia no terminó ahí. Karl Krall, un joyero afincado en la antigua ciudad de Elberfeld y aficionado a la parapsicología, se negó a aceptar la explicación de Pfungst. Krall heredó a Hans y dedicó años a entrenar a otros caballos, buscando resultados que incluso superaran a los de su predecesor. En su establo entrenó a otros sementales entre los que se incluía Berto, ciego de nacimiento debido a cataratas en ambos ojos y, por ello, inmune a las acusaciones de condicionamiento visual.

Los avances fueron asombrosos, pues los caballos eran capaces no solo de sumar y restar, sino que también extraían raíces cuadradas y cúbicas. Comunicaban los números usando golpes de la pata derecha para las unidades y el izquierdo para las decenas, y fueron entrenados para entender preguntas en alemán y francés. Krall usó a Berto como la prueba definitiva contra la teoría de Pfungst e implementó métodos para descartar que pudiera usar pista alguna: sus lecciones eran dadas en completa oscuridad, restringía el campo visual de los caballos para que solo pudieran ver una pizarra, e incluso hacía que los humanos observaran desde el exterior a través de mirillas para que el animal no pudiese verlos.

El caballo Muhamed durante una prueba


Krall acabó por publicar un libro en 1912, titulado Animales Pensantes, y generó un nuevo revuelo en el mundo de la ciencia. Personalidades como el Premio Nobel de Literatura Maurice Maeterlinck se acercaron a visitar el lugar, afirmando que un caballo llamado Muhamed resolvía problemas cuya respuesta ni siquiera el propio Maeterlinck conocía. Esto removió nuevas controversias entre expertos que confiaban en las habilidades insospechadas de estos animales y otros científicos más tradicionales que reaccionaron con hostilidad brutal

En 1913, en el Congreso Internacional de Zoología celebrado en Mónaco, varias decenas de científicos firmaron una protesta contra cualquier discusión del tema. Argumentaron que aceptar que los caballos podían calcular contradecía la Teoría de la Evolución y que difundir estas ideas arrastraría a la "nueva, y todavía mal desarrollada, disciplina de la psicología animal a un descrédito prolongado".

La verdad, o al menos una hipótesis convincente de fraude, fue descubierta en 1913, cuando la facción más reaccionaria de la comunidad psicológica comisionó a un ilusionista profesional danés, Faustinus Edelberg, para investigar este tema. Buscaban de esta manera utilizar los conocimientos de un maestro del engaño para encontrar qué podía estar sucediendo aquí. Faustinus encontró indicios de que el mozo de cuadra empleado por Krall estaba involucrado en alguna clase de truco y acabó descubriendo que usaba una señalización intencional, simple y casi imperceptible: Cuando uno de los caballos estaba golpeando la respuesta, este hombre agitaba su cabeza ligeramente para indicarle al caballo cuándo detenerse.

Aunque Krall prohibió que Faustinus continuara con la investigación cuando descubrió sus hallazgos, la conclusión de que la señalización era intencional (a diferencia del efecto inconsciente que había descubierto Pfungst) se impuso como evidencia de la mala fe y el engaño entre gran parte de la comunidad científica, y con ello llegó el descrédito. En el caso del caballo ciego, el ilusionista no fue capaz de encontrar qué ocurría para que pudiese acertar, pero sí comprobó que para funcionar de manera adecuada necesitaba la presencia del mozo de cuadra, por lo que dio por hecho que lo controlaba también de algún modo. 

Nos quedará la pequeña duda sobre esa manera en la que el caballo sin visión era capaz de realizar las proezas, pero de cualquier modo el estallido de la I Guerra Mundial en 1914 puso fin a esta polémica cuestión. Krall cerró su establo debido al conflicto y los caballos, incluido el veterano Hans, fueron destinados al campo de batalla.

La inteligencia matemática equina acabó por ser desacreditada, pero la controversia trajo consigo un gran descubrimiento en el mencionado Efecto Clever Hans, que obligó a los investigadores a reconocer la influencia del observador en los actos de los animales e incluso de las personas sometidas a escrutinio. Incluso a día de hoy, la investigación sobre el comportamiento animal requiere la separación estricta entre el experimentador y el animal de prueba para evitar contaminar los resultados con estas señales inconscientes. Explora el Universo

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[1] The Advertiser, 25 de marzo de 1914

[2] Bergische Universitat Wuppertal - Hans, the Thinking Horse from Elberfeld

[3] Weird Historian - Clever Hans: The Horse that Knew Everything (Sort Of)

Rubén Pedreira

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