Este libro nos lleva a una selva en la que nadie querría vivir. Una selva oscura, que más que un hogar para quien la habita es un lugar en el que la ley del más fuerte impera sobre todo lo demás. Un lugar en el que las mujeres están hechas para traer al mundo nuevas personas con el único fin de que sirvan de alimento para un sistema voraz que solo quiere engullirlos para saciar su necesidad de sangre nueva.
Nadie querría vivir en esa selva, pero desafortunadamente es la selva en la que vivimos, una metáfora de este sistema nuestro que genera personas de manera compulsiva para exprimirlas física y mentalmente. En esta novela alegórica, una mujer escapa con su hija buscando alejarse del conflicto en el que vivía su pueblo y acaba adentrándose en la selva en busca de refugio, pero encuentra algo muy diferente. La selva, dentro del realismo mágico de esta obra, es capaz de darle regalos como una casa que encuentra abandonada pero lista para ser habitada en mitad de la nada. Además de un nuevo hogar le entrega animales que puede usar como alimento, y protección contra los peligros ajenos a ella. No obstante, la selva no da sin pedir.
La mujer, que originalmente llegaba con sus sentimientos y ética en un estado normal dentro de lo humano, aprende rápidamente que si quiere sobrevivir necesitará renunciar a todo ápice de humanidad. Porque la selva, a cambio de sus regalos y de su protección, quiere sangre. Se alimenta de carne joven, y si la mujer quiere tener un lugar seguro en el que vivir con su hija tendrá que darle de comer siempre que tenga hambre.
La selva también guía hasta la casa a personas aleatorias que aparecen sin más. Una de estas personas es Chola, una mujer aparentemente bonachona pero que tiene mucha vida selvática a sus espaldas y sabe latín (no es que sepa latín como idioma, sino como unidad de medida de conocimiento). Es ella quien le explica que si quiere que la selva no le castigue con mano dura tendrá que ofrecerle niños para comer. La mala noticia es que la única niña que tiene cerca es su hija, pero la buena noticia es que pronto la selva empieza a poner en su camino a más gente. Aparecen hombres desconocidos que se hospedan en la hacienda durante cortos períodos y después se marchan de manera tan repentina como llegaron. La mujer, que sufrió experiencias traumáticas que le fueron diciendo que las terribles palabras de Chola eran ciertas, aprovecha las visitas con resignación para fabricar nuevos niños con esos hombres y poder usarlos más tarde como ofrendas alimenticias para su selva.
Y es que esta mujer se convierte en eso, en una fábrica de niños. Niños que al poco de nacer son marcados por la selva, ya sea con insectos que se comportan de manera extraña cerca de su cuerpo o fenómenos extraños que suceden a su alrededor. La mujer sabe entender perfectamente los signos que evidencian que la selva está reclamando como alimento a cada bebé que nace. Eso sí, cuando los marca no los está pidiendo de inmediato, sino que está diciendo que se lo cuiden bien para dárselo unos cuantos años más tarde, cuando esté crecido y tenga más chicha donde comer.
La mujer acaba convirtiendo su resignación ante esta terrible situación en costumbre, al final se insensibiliza en su papel y todo pasa a ser pura burocracia. Para ella el acto de tener un hijo, almacenarlo junto a los demás como si fuesen gallinas a la espera de la matanza y sacrificarlos en medio de la selva llegado el momento pasa a ser algo tan normal como hacer la declaración de la renta. De hecho podría decirse que es su declaración de la renta, es el trámite que pone en orden sus deudas con la selva que la gobierna.
Nosotros llegamos a una historia que tiene este bagaje, pero que empieza en un presente en el que la mujer ya es vieja y es ya su hija, Santa, la que asume el papel de parturienta compulsiva. Santa ya está también en los últimos compases de su fertilidad, y además es mucho más insensible todavía que la madre al haber vivido desde niña esta realidad. Tiene taras mentales sociópatas debido a la normalización temprana de toda esta locura y va quedando claro poco a poco que cuando ella tome el control del lugar todo será incluso más inhumano. Poco a poco vamos conociendo todas las costumbres de esta peculiar casa en mitad de una selva que no hace prisioneros, y nos vamos metiendo en un cuento de terror crudo, directo y que en el mismo lenguaje deja clara la rabia con la que se escribió.
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