Jorge Ibargüengoitia - Los pasos de López
Cuando
vivía en Tenerife, justo al lado de mi casa había un bajo comercial muy
pequeño que abría solo de vez en cuando. Era un local enano, con una
estantería en cada pared y un par de expositores en el centro que hacían
que la gente tuviera que serpentear en fila de uno por la estrecha zona
de paso que quedaba libre para recorrer visualmente los estantes.
El
local era una especie de baratillo de una librería grande que estaba en
la otra punta de la ciudad, y en el que se podían encontrar libros
nuevos por tres o cinco euros. Por lo general el catálogo disponible
solía variar nada o casi nada entre una apertura y otra, y dichas
aperturas sucedían un par de días cada mes o cada dos meses.
Solía
entrar allí cada vez que veía las puertas abiertas y siempre me
recibían los mismos libros expuestos, pero nunca me iba sin llevarme
alguno: Novelas, algún ensayo sobre temas aleatorios o incluso algún
libro formato atlas que debido a su tamaño no me pude traer de regreso a
Galicia porque no cabía en una maleta llena de mudanza. Intentaba
siempre dar oportunidades a libros que desconocía, pues a ese precio
dolía menos equivocarse.
El primer libro que compré allí fue
este, una narración satírica sobre los tiempos en los que México inició
su proceso de independencia. Tiene un humor sarcástico y se mete con
todo lo que tiene al alcance sin sentir ni un mínimo de compasión. Al
terminar el libro, en no más de tres o cuatro tardes, tuve claro que el
método de dar oportunidades a lo desconocido era acertado porque podía
traer gratas sorpresas como la de Los pasos de López.
Si me paro a
pensar, está claro que esta novela llegó a mis manos por pura
casualidad. Si no hubiera estado a la venta allí por una cantidad ínfima
de dinero para lo que suele costar un libro estoy seguro de que nunca
lo habría leído y me habría perdido una historia que disfruté y que
incluso se me hizo corta. Entristece un poco pensar que eso es así
siempre, y que sin ninguna duda nunca leeremos la historia perfecta para
nuestro gusto por culpa de que la casualidad no nos la puso delante. O,
peor aún, porque no supimos ver que la teníamos frente a nuestros ojos.
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