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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

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Cuando se habla de esta obra hay que reconocer, antes de nada, que el título no engaña a nadie. Efectivamente, esto no es una novela. Al menos, no es una novela según cualquier definición tradicional de novela, y de hecho incluso me atrevería a decir que tampoco lo es según cualquier definición no tradicional. El formalismo de Markson a la hora de crear este libro es novedoso, diferente a cualquier cosa que haya leído.

El autor no crea aquí una obra con su nudo, introducción ni desenlace, y además se reafirma de manera activa en ello. A lo largo de las páginas el Escritor (así, con mayúsculas, como mente creadora que aparece explícita a lo largo de la obra) nos dice que está creando un libro sin historia y sin personajes, pero que de alguna forma sea capaz de transmitir algo. El medio que utiliza para emitir el mensaje se basa en algo que por lo general tiene tirón en blogs de Internet o redes sociales varias, pero que no suele encontrarse en las estanterías de las librerías como ente propio: Un compendio de brevísimas anécdotas y datos biográficos de artistas de diversa índole, entre los que destacan los escritores. Lo que leemos es una sucesión de pequeños párrafos, cada uno destinado a contar una vivencia de alguno de los cientos de personas de diversa popularidad que pueblan este libro. Y aunque parezca extraño unir miles de anécdotas, fechas y causas de muertes de personajes sin aparente relación, la verdad es que todo tiene una extraña coherencia.

Hay que reconocer que, pese a lo peculiar de la lectura, el autor consigue de alguna manera su propósito. Un libro sin personajes, discontinuo, no lineal... Y con intención de llegar a algún lado a pesar de todo, dejando una nota de tristeza al final. Esas mencionadas intencionalidades van apareciendo a lo largo de la obra a partir de esos pequeños fragmentos aislados en los que el Escritor se inmiscuye y habla directamente al lector. A pesar de toda esa carencia de estructura clásica, la obra transmite esa tristeza, una visión profunda hacia los sinsentidos y los pozos oscuros de la creación artística. Cualquiera con inquietudes de creación literaria acaba la novela con una incómoda sensación de que, al fin y al cabo, lo único que aporta al mundo el escritor es un cúmulo de papeles manchados y algunas anécdotas que acaban el día en el que todo termina, de múltiples maneras posibles pero dejando siempre atrás tan solo un recuerdo... en el mejor de los casos

En resumen, quizás no sea buena idea leerlo si eres un escritor o escritora en crisis existencial, pero sí resulta interesante y curioso leerlo en cualquier otro caso. 

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Este libro supuso el debut literario de su autor. En mi gusto por los thrillers policíacos ambientados en España, decidí que el argumento me parecía atractivo y me puse a darle una oportunidad a esta historia alrededor de una misteriosa muerte que nos lleva a una oscura trama alrededor de una famosa secta religiosa sevillana.

La novela introduce a Ariel Bloom, protagonista de la trilogía que empieza con esta novela y que es todo un ejemplo de precocidad. A sus 21 años, consiguió la mejor nota en las pruebas de acceso a la Policía Nacional y es nueva inspectora en el cuerpo. Todo ocurre de manera bastante precipitada, le comunican su aprobado y solo unas horas después tiene que estar ya cruzándose España para participar en su primer caso, que en principio parece ser un asunto bastante mundano y en teoría solo va para acompañar a los investigadores y aprender sobre el terreno cómo se hacen las cosas en su nuevo puesto.

El tema es que al final la cosa no es para nada mundana, sino que resulta que lo que tiene que investigar es el asesinato de nada más y nada menos que un Papa. No un Papa de Roma, sino de la secta anteriormente mencionada, pero el título eclesiástico impone igualmente. Porque aunque es una congregación aparentemente local, sus hilos e influencias son fuertes y saben cómo dejar claro a investigadores y gente molesta en general que es mejor no verse envueltos en ningún tema incómodo con ellos. El total hermetismo que muestran dentro de su microsociedad, en la que apenas es posible el contacto con el mundo exterior, parece un escollo importante para la investigación.

De algún modo, Ariel deja de ser una simple observadora y agente de apoyo con el paso de las páginas. Si al principio se vendía el asunto como que poco más que iba a ver cómo otro agente cubría papeleos y tomaba cafés, al final no solo acaba teniendo delante un caso mucho más peligroso, sino que termina estando al frente de toda la investigación. Eso sí, llama la atención que pronto la ven como una policía espectacular a pesar de que tiene actitudes que parecen más bien propias de una adolescente que de una profesional intachable. Es valiente para ir a donde está la chicha de la investigación, sí, pero también tan inconsciente como para recibir documentos de máximo secreto que ponen en riesgo su vida y guardarlos durante días en su cuarto de hotel sin llevarlos inmediatamente a la comisaría para ponerlos a buen recaudo. O para escapar de unos encapuchados que la persiguen en coche, tiroteo incluido, y acabar, poco después de darles esquinazo, teniendo una emotiva escena romántica con su novia sin pararse a pensar que entra muy dentro de lo posible que les puedan volver a encontrar de manera bastante sencilla si se quedan a mirar las estrellas a las afueras de la ciudad metidas en un coche lleno de disparos y abolladuras y que además es de un modelo prácticamente único en España.

Tiene puntos flacos que afectan a su credibilidad, es cierto, pero por otro lado también hay que reconocer que trabaja bien el ritmo narrativo y que sabe enganchar al misterio. La pura trama está bien, lo que en mi opinión falla es más bien lo que ocurre en el desarrollo socio-afectivo de los personajes. Aunque tengo tendencia a salirme de las historias cuando veo puntos que me chirrían en exceso y quizás el autor se pasó un poco bastante dando galones de genio a su inspectora de cabecera y apuró un poco los tiempos en la creación de relaciones, lo cierto es que la historia no llega a desmoronarse por ello. Siendo un libro debut, vamos a darle el aprobado.

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Reconozco que no es habitual leer una comedia protagonizada por un psicópata. Un psicópata de los auténticos, además, de esos que no dudan en apretar el gatillo si se aburren. En esta novela seguimos las andanzas de Nick Corey, sheriff del americano municipio de Potts County a principios del siglo XX. Corey está casado con una mujer que desprecia, siendo mutuo ese sentimiento, y comparte casa no solo con ella, sino también con su cuñado con discapacidad mental al que su esposa colma de atenciones fraternales.

El caso es que esta historia empieza engañando. En un primer momento, Corey parece un palurdo cualquiera del que la gente se aprovecha y que incluso se esfuerza por complacer demasiado a gente que solo quiere utilizarlo para sus propios fines. Pronto descubrimos que nada más lejos de la realidad, sino que esa es solo la fachada que le interesa adoptar para aprovecharse de todo el que cree que es un tipo simplón e incapaz de nada productivo. En realidad es un hombre frío, calculador e inteligente.

Según avanza la historia nos enteramos de todas las artimañas que tiene montadas en su cabeza, tanto aquellas que utiliza para engañar con éxito a su mujer con múltiples vecinas del lugar como las que usa para hundir a sus rivales políticos. Incluso cuando lo pillan haciendo las cosas mal se las arregla para sacar algo de rédito gracias a su falta de escrúpulos y su desfachatez a la hora de lanzar balones fuera sin pararse a pensar si no será excesivo acusar a aquellos que le molestan de cosas que pueden acabar con ellos en la cárcel.  Aquel tipo poco espabilado que nos mostraba el autor en los primeros capítulos va quitándose poco a poco la fachada hasta convertirse en un individualista extremo y sin empatía con nadie salvo, quizás, la mujer de la que se cree enamorado. Eso sí, es probable que ese enamoramiento sea solo debido a que la ve capaz de elevar su situación social y económica gracias a su riqueza.

Si bien el argumento de un sheriff corrupto, vago y mala gente pueda parecer más propio de un thriller oscuro, lo cierto es que el autor se las amañó de manera muy adecuada para contar la historia en tono de comedia. Valiéndose de la tendencia de Corey por hacerse el tonto y de la vecindad extravagante de Potts County, se teje una historia llena de humor negro y absurdo que nos engancha a la incerteza sobre si alguien será capaz de pillar al protagonista en sus tejemanejes que implican asesinatos, tráfico de influencias y engaños a discreción o si simplemente conseguirá salirse con la suya.

Una historia sorprendente en esta especia de western crepuscular que acaba convirtiéndose en una especie de película de Clint Eastwood dirigida por Jerry Seinfeld.

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Este libro nos lleva a una selva en la que nadie querría vivir. Una selva oscura, que más que un hogar para quien la habita es un lugar en el que la ley del más fuerte impera sobre todo lo demás. Un lugar en el que las mujeres están hechas para traer al mundo nuevas personas con el único fin de que sirvan de alimento para un sistema voraz que solo quiere engullirlos para saciar su necesidad de sangre nueva.

Nadie querría vivir en esa selva, pero desafortunadamente es la selva en la que vivimos, una metáfora de este sistema nuestro que genera personas de manera compulsiva para exprimirlas física y mentalmente. En esta novela alegórica, una mujer escapa con su hija buscando alejarse del conflicto en el que vivía su pueblo y acaba adentrándose en la selva en busca de refugio, pero encuentra algo muy diferente. La selva, dentro del realismo mágico de esta obra, es capaz de darle regalos como una casa que encuentra abandonada pero lista para ser habitada en mitad de la nada. Además de un nuevo hogar le entrega animales que puede usar como alimento, y protección contra los peligros ajenos a ella. No obstante, la selva no da sin pedir.

La mujer, que originalmente llegaba con sus sentimientos y ética en un estado normal dentro de lo humano, aprende rápidamente que si quiere sobrevivir necesitará renunciar a todo ápice de humanidad. Porque la selva, a cambio de sus regalos y de su protección, quiere sangre. Se alimenta de carne joven, y si la mujer quiere tener un lugar seguro en el que vivir con su hija tendrá que darle de comer siempre que tenga hambre.

La selva también guía hasta la casa a personas aleatorias que aparecen sin más. Una de estas personas es Chola, una mujer aparentemente bonachona pero que tiene mucha vida selvática a sus espaldas y sabe latín (no es que sepa latín como idioma, sino como unidad de medida de conocimiento). Es ella quien le explica que si quiere que la selva no le castigue con mano dura tendrá que ofrecerle niños para comer. La mala noticia es que la única niña que tiene cerca es su hija, pero la buena noticia es que pronto la selva empieza a poner en su camino a más gente. Aparecen hombres desconocidos que se hospedan en la hacienda durante cortos períodos y después se marchan de manera tan repentina como llegaron. La mujer, que sufrió experiencias traumáticas que le fueron diciendo que las terribles palabras de Chola eran ciertas, aprovecha las visitas con resignación para fabricar nuevos niños con esos hombres y poder usarlos más tarde como ofrendas alimenticias para su selva.

Y es que esta mujer se convierte en eso, en una fábrica de niños. Niños que al poco de nacer son marcados por la selva, ya sea con insectos que se comportan de manera extraña cerca de su cuerpo o fenómenos extraños que suceden a su alrededor. La mujer sabe entender perfectamente los signos que evidencian que la selva está reclamando como alimento a cada bebé que nace. Eso sí, cuando los marca no los está pidiendo de inmediato, sino que está diciendo que se lo cuiden bien para dárselo unos cuantos años más tarde, cuando esté crecido y tenga más chicha donde comer.

La mujer acaba convirtiendo su resignación ante esta terrible situación en costumbre, al final se insensibiliza en su papel y todo pasa a ser pura burocracia. Para ella el acto de tener un hijo, almacenarlo junto a los demás como si fuesen gallinas a la espera de la matanza y sacrificarlos en medio de la selva llegado el momento pasa a ser algo tan normal como hacer la declaración de la renta. De hecho podría decirse que es su declaración de la renta, es el trámite que pone en orden sus deudas con la selva que la gobierna.

Nosotros llegamos a una historia que tiene este bagaje, pero que empieza en un presente en el que la mujer ya es vieja y es ya su hija, Santa, la que asume el papel de parturienta compulsiva. Santa ya está también en los últimos compases de su fertilidad, y además es mucho más insensible todavía que la madre al haber vivido desde niña esta realidad. Tiene taras mentales sociópatas debido a la normalización temprana de toda esta locura y va quedando claro poco a poco que cuando ella tome el control del lugar todo será incluso más inhumano. Poco a poco vamos conociendo todas las costumbres de esta peculiar casa en mitad de una selva que no hace prisioneros, y nos vamos metiendo en un cuento de terror crudo, directo y que en el mismo lenguaje deja clara la rabia con la que se escribió. 

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LL Pegasi observada por el Atacama Large Milimeter Array (ALMA)

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Zarif, Muhamed y Hans, tres de los caballos de Elberfeld, frente a la puerta de su "aula"


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En mi opinión existen dos tipos de novelas de terror. Por un lado están las que intentan asustar y dar miedo real al lector, que suelen acabar fracasando siempre en el intento porque la novela no es el soporte adecuado para generar reacciones viscerales e inmediatas como el pánico y el susto. Por otro lado están aquellas que aceptan que generar miedo real en un lector no es una opción factible y crean un hilo argumental inmersivo, en el que el misterio y la tensión están presentes y que consiguen con éxito llevar al lector a ese mundo. Ninguna de las dos variantes consigue generar pesadillas, pero las novelas que se encuadran en la segunda sí consiguen ser una buena obra literaria.

Este libro está perfectamente encuadrado en esa segunda clase de novelas de terror. Logra generar un ambiente muy realista en el que la sensación de que hay algo que no cuadra está siempre presente, y eso es clave para un buen libro de este tipo.  Nos lleva al ficticio pueblo de Montmorts, una aislada población en Francia con una tétrica historia detrás relacionada con brujas. Siglos atrás, la población empezó a acusar a sus mujeres de brujería y la condena preferida ante esa acusación era la de lanzarlas desde lo alto de la montaña del pueblo, con caída directa al cementerio. De ahí salió el nombre del pueblo, una abreviatura de 'Monte de los Muertos'.

El pueblo acabó por deshabitarse después de que la tradición de perseguir la brujería se fuera de las manos y la población femenina descendiese de manera drástica. No obstante, en los tiempos modernos un multimillonario decidió resucitar el lugar e invirtió buena parte de su fortuna en ello, convirtiéndose en el alcalde de facto. Julien, protagonista de la novela, acaba de llegar a Montmorts para convertirse en el nuevo jefe de policía de la localidad, y lo que se encuentra es un lugar casi idílico. Pronto se pone al día y se encuentra la singularidad de que en ese sitio parece no existir la criminalidad. La comisaría tiene abiertos solo un puñado de expedientes, que además son en su mayoría minucias. Para colmo, la comisaría está equipada a todo lujo y la casa que ponen a su disposición para vivir mientras ejerce el cargo es gigantesca. 

Parece el empleo soñado para Julien, que además se lleva perfectamente bien desde el principio con sus compañeros de trabajo, Franck y Sarah. Todo el cuerpo de policía del pueblo se compone de ellos tres, que para el poco trabajo que les dan parecen incluso demasiados efectivos. Aún así, no todo es de color de rosa, ya que su llegada al pueblo no fue por cosa buena. Su predecesor en el puesto, que además tenía una relación sentimental con Sarah, falleció poco antes en un accidente de coche. Cuando Julien habla por primera vez con el alcalde, este le desvela además un secreto inquietante, y es que el accidente en el que murió el anterior jefe de policía se produjo cuando iba a llevarle los resultados de una investigación que el propio alcalde había encargado: La búsqueda del asesino de su hija, que alguien tiró desde el monte diez años atrás, como en los tiempos de las brujas.

Cuando el multimillonario pide a Julien que continúe la investigación inconclusa de su predecesor, la tarea le abruma. Más aún cuando ve el pueblo parece volverse loco y lo que hasta ese momento era un lugar tranquilísimo se convierte en una sucesión incontrolable de muertes y sucesos extraños que hacen imposible no pensar que algo paranormal está sucediendo. Una historia que sabe mantener la incertidumbre hasta muy avanzada la historia y que engancha desde el primer momento.

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Este libro llegó a mí como llegan a mí la mayoría de los libros que leo: De casualidad pura. No lo conocía de nada, ni al libro ni al autor, hasta que me crucé con él y me llamó la atención. Las opiniones que leí dejaban claro que era un libro atípico, y como lo atípico me gusta me lancé a darle la oportunidad. Después de leerlo creo que la palabra "atípico" se le queda hasta un poco corta, pero en el buen sentido.

La premisa del libro empieza de manera bastante simple. Un escritor prometedor pero aún carente de éxitos acaba de ver reconocida una obra suya con un premio de medio pelo. Durante el evento posterior a la entrega del galardón, un hombre misterioso llamado Guy Courtois aparece y se queda un rato hablando con él, explicándole que pertenece a una sociedad que lleva siglos creando la inspiración inicial de las obras de los escritores más importantes de la historia. Ellos, le explica, llevan facilitando las primeras frases de las novelas de casi todo gran éxito del que se tiene noticias. Desde Kafka a Camus, raro es el gran escritor que no comenzó uno de sus trabajos con una frase memorable sacada del maletín de esta empresa.

El hombre que vende comienzos de novela le dice al recién premiado escritor que lo tienen en su radar y que es posible que se vuelvan a encontrar, lo que hace que se ilusione con la idea de recibir un comienzo genial para su próxima obra que lo lleve al estrellato. Al fin y al cabo, como Courtois le explicó, la frase inicial es una pieza clave que hace que la chispa aparezca y todo fluya. 

Hasta aquí todo más o menos normal, dentro de lo original de la idea de que exista una empresa centenaria dedicada a tal actividad. Pero a partir de esta premisa el libro nos enreda en una trama con mil matices y mundos de fantasía y realidad que a lo largo de la obra dan signos de quererse entrelazar sin llegar a hacerlo del todo hasta encontrar el momento adecuado. Va apareciendo la historia de un hombre que se queda solo en la ciudad de manera inexplicable, la de un escritor haciendo uso de una futurista máquina capaz de ayudar a escribir novelas, historias sobre el contexto del mundo literario rumano... Y por el camino se emborrona la historia que creíamos principal, incluso llegamos a dudar si el protagonista inicial está o no está en algún que otro episodio.

Cada capítulo va saltando entre narradores, personajes e incluso poemas que a priori dejan al lector algo desconcertado, pero conforme avanza el libro empezamos a ver anclajes entre ellos. Es en el sprint final cuando el autor hace que todo confluya y nos hace ver el sentido de ese entramado de decenas de relatos que a priori parecían independientes pero que al final tienen un nexo común. Un libro efectivamente atípico, que al terminar deja pensando e incluso deja también la sensación de que se necesita leer una segunda y tercera vez para entenderlo bien. Recuerda a Murakami en su realismo mágico, a Foster Wallace en cierto ánimo de diversión al vacilar un poco al lector, pero tiene originalidad propia. Y, sobre todo, una belleza formal muy interesante que hace que leer el libro sea una experiencia diferente y con atmósfera, de esas que dejan poso.

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