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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

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Este libro llegó a mí como llegan a mí la mayoría de los libros que leo: De casualidad pura. No lo conocía de nada, ni al libro ni al autor, hasta que me crucé con él y me llamó la atención. Las opiniones que leí dejaban claro que era un libro atípico, y como lo atípico me gusta me lancé a darle la oportunidad. Después de leerlo creo que la palabra "atípico" se le queda hasta un poco corta, pero en el buen sentido.

La premisa del libro empieza de manera bastante simple. Un escritor prometedor pero aún carente de éxitos acaba de ver reconocida una obra suya con un premio de medio pelo. Durante el evento posterior a la entrega del galardón, un hombre misterioso llamado Guy Courtois aparece y se queda un rato hablando con él, explicándole que pertenece a una sociedad que lleva siglos creando la inspiración inicial de las obras de los escritores más importantes de la historia. Ellos, le explica, llevan facilitando las primeras frases de las novelas de casi todo gran éxito del que se tiene noticias. Desde Kafka a Camus, raro es el gran escritor que no comenzó uno de sus trabajos con una frase memorable sacada del maletín de esta empresa.

El hombre que vende comienzos de novela le dice al recién premiado escritor que lo tienen en su radar y que es posible que se vuelvan a encontrar, lo que hace que se ilusione con la idea de recibir un comienzo genial para su próxima obra que lo lleve al estrellato. Al fin y al cabo, como Courtois le explicó, la frase inicial es una pieza clave que hace que la chispa aparezca y todo fluya. 

Hasta aquí todo más o menos normal, dentro de lo original de la idea de que exista una empresa centenaria dedicada a tal actividad. Pero a partir de esta premisa el libro nos enreda en una trama con mil matices y mundos de fantasía y realidad que a lo largo de la obra dan signos de quererse entrelazar sin llegar a hacerlo del todo hasta encontrar el momento adecuado. Va apareciendo la historia de un hombre que se queda solo en la ciudad de manera inexplicable, la de un escritor haciendo uso de una futurista máquina capaz de ayudar a escribir novelas, historias sobre el contexto del mundo literario rumano... Y por el camino se emborrona la historia que creíamos principal, incluso llegamos a dudar si el protagonista inicial está o no está en algún que otro episodio.

Cada capítulo va saltando entre narradores, personajes e incluso poemas que a priori dejan al lector algo desconcertado, pero conforme avanza el libro empezamos a ver anclajes entre ellos. Es en el sprint final cuando el autor hace que todo confluya y nos hace ver el sentido de ese entramado de decenas de relatos que a priori parecían independientes pero que al final tienen un nexo común. Un libro efectivamente atípico, que al terminar deja pensando e incluso deja también la sensación de que se necesita leer una segunda y tercera vez para entenderlo bien. Recuerda a Murakami en su realismo mágico, a Foster Wallace en cierto ánimo de diversión al vacilar un poco al lector, pero tiene originalidad propia. Y, sobre todo, una belleza formal muy interesante que hace que leer el libro sea una experiencia diferente y con atmósfera, de esas que dejan poso.

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Estamos a mediados del siglo XX. El príncipe Ugo Conti, un noble italiano, se encuentra de vacaciones en el yate de la acaudalada Liz Avrell, viuda de un millonario estadounidense y por ello heredera de toda su fortuna. Conti es un tipo muy bien parecido, casi perfecto si nos fiamos del narrador. No obstante, a pesar de eso, de su elegancia y de su título nobiliario ahí está, intentando camelar a la casi anciana Avrell para buscar una boda que le asegure beneficiarse de su fortuna.

Las cosas no parecen cuadrar demasiado con el tal Conti, pero ahí está el tío, siendo tratado de Alteza allá donde va. Mientras están fondeados en la costa de México, el yate es amigablemente abordado por unas personas que le dicen al príncipe que la gente ilustre de la zona se enteró de su presencia allí y quieren invitarle a una fiesta en su honor, a lo que su majestad no puede negarse.

Al llegar a tan distinguido evento es recibido como una estrella de rock por empresarios, políticos y gente notoria de toda clase. Quieren conocer a todo un príncipe europeo y ser vistos junto a él, porque compadrear con un tipo que como mínimo, piensan, tendrá diez castillos y un par de coronas siempre da buenas anécdotas que contar.

Conti queda prendado de lo fácil que es que la alta sociedad mexicana lo trate con todas las atenciones sin exigirle más que su presencia, y después de que los hijos de la señora Avrell decidan tomar medidas para que deje de camelarla y expoliar sus ahorros, el italiano decide escapar de ella para evitar problemas y radicarse definitivamente en México en busca de otra ricachona de la que vivir.

Qué forma de vida más rara para un príncipe, puede pensarse. Andar por ahí seduciendo a gente pudiente al otro lado del globo en vez de, como cualquier miembro de la realeza que se precie, limitarse a dar su número de cuenta al Estado correspondiente e ir viendo entrar riquezas sin más actividad necesaria para ello que la de respirar y lucirse por ahí en público. Pero es que Conti no es un príncipe cualquiera, sino un plebeyo al que un noble de verdad le hizo ver que siendo guapísimo y elegantísimo se puede hacer creer a cualquiera que tienes sangre azul con solo decirlo.

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Mi principal proyecto literario de 2025 no se basó en escribir, sino en leer esto. No me refiero a la lectura en sí (que también, porque son 700 páginas), sino a todo lo que conllevó. Porque cuando empecé este libro, que es a la vez tanto una biografía como unas memorias, tenía claro que lo iba a ir leyendo mientras veía de nuevo toda la filmografía de Lynch.

David Lynch no sabía hacer nada como el resto de los mortales, así que el libro en el que se cuenta su vida entera tampoco es normal. Hay gente que cree que no sabe escribir bien y le cuenta sus experiencias a otro para que le escriba una biografía y hay gente que sabe (o cree que sabe) escribir y se escribe sus propias memorias. En el caso de Lynch, como comenté antes, decidió que por qué no mezclar ambas cosas.

Cada capítulo del libro trata una época de la vida del director. Muchos de esas épocas se marcan a partir de la obra que estaba grabando en ese momento, por eso era muy relevante ir viendo cada película según se llegaba al punto en el que se hablaba de ella, pues el libro añade contexto, comentarios y anécdotas que hacen que la experiencia de lectura sea mucho mejor si el argumento está fresco en la memoria.

Lo curioso de los capítulos es que tienen dos partes. En la primera, la periodista Kristine McKenna cuenta de manera muy profesional el contenido biográfico correspondiente, con una cantidad ingente de comentarios y anécdotas extraídos de conversaciones con cientos de personas del entorno del director. Después de esto, se abre una sección en la que es Lynch quien empieza a hablar sobre los tiempos narrados y a comentar lo que se leyó en la parte de McKenna. Y en ningún momento se hace repetitivo aunque vuelva a repasar la misma época, porque lo hace con su capacidad innata para llevarte a un munudo distinto.

El libro es espectacular, tanto para alguien que algún día construirá una catedral dedicada a Lynch como yo como para alguien que simplemente le gusta su trabajo. Y creo que no estoy siendo subjetivo si pienso que incluso a alguien a quien no le gusta lo disfrutaría, pero reconozco que leerse casi mil páginas sobre alguien que no te apasiona no es habitual.

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Empecé a leer esto por la simple razón de que Mark Frost fue cocreador de Twin Peaks. Pensé que eso era suficiente motivo para creer que cualquier otra cosa que hubiese creado merecería la pena, y al menos con este libro no me equivoqué.

Hay que decir, eso sí, que la historia poco tiene que ver con Twin Peaks. Es una novela de aventuras y misterio basada en una trama de conspiraciones oscuras y paranormales que podrían haberse escrito perfectamente en el siglo XIX, cuando esto del ocultismo estaba en auge. Por cuestiones puramente biológicas a Frost le resultó imposible escribirlo en dicho siglo, pero al menos sí lo ambientó en 1884.

El protagonista es un joven médico con aspiraciones literarias llamado Arthur Conan Doyle. El tal Doyle, que me dejó durante toda la novela la sensación de que su nombre me sonaba de algo, tiene el hobby de investigar sobre espiritismo y cosas del estilo porque en el fondo quiere creer que algo hay, y un buen día recibe una misteriosa carta de una mujer que le dice que es importante que acuda a una dirección concreta la noche siguiente porque van a pasar cosas raras, peligrosas y sacrílegas.

Doyle no puede negarse a tal invitación y acude a la cita, viéndose envuelto en una situación difícilmente explicable con mediums, visiones y fantasmas de por medio. La cosa se descontrola y acaba temiendo por su vida, pero es salvado por un personaje misterioso que no le da muchos detalles más allá del típico “se te viene encima un follón que no vas a saber ni donde te has metido”, y después desaparece con la promesa de que tendrá noticias suyas.

Doyle pasa días buscando a su salvador, días en los que lo paranormal parece perseguirle. Cuando se reencuentra con el hombre, le resume la inquietante situación: La gente que intentó matarle en aquel rito espiritista es turbia, juegan con magias negras y tienen a Doyle en el punto de mira por una razón inesperada: Un manuscrito que envió a editoriales sobre una hermandad oscura tiene una alta correspondencia con sus planes y creen que los estuvo espiando.

Engancha, mantiene bien el misterio y sabe jugar con el juicio del lector, haciendo dudar todo el rato sobre las lealtades de los personajes.

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Una historia de terror canónica. Con su ambientación en una casa grande unifamiliar, su familia inicialmente funcional y su adolescente que un buen día empieza a comportarse de una manera que sobrepasa el límite de lo que podría calificarse como “cosas de la edad”. La narradora es Merry, la hermana pequeña que recuerda lo que ocurrió en los tiempos en los que su hermana Marjorie empezó a hacer cosas inexplicables.

Marjorie había sido siempre normal, pero a sus catorce años todo se torció. Se puso a hacer cosas que no suele hacer una persona cuerda. Murmura incoherencias, los cuentos que solía contarle a Merry pasan a ser turbios y llenos de sucesos traumáticos poco aptos para su hermana de ocho años y un día se la encuentran trepando por las paredes de su habitación totalmente ida. Hasta su cara se vuelve grisácea y vomita cantidades ingentes de sustancias inexplicables, está claro que muy católica no anda.

Lo de que no ande muy católica no es una forma de hablar en este caso, sino que es casi literal. Después de los fracasos de los médicos para encontrar el problema, su padre habla con un cura amigo suyo y este le convence de que la cosa es seria y que la chica está poseída. La madre no es ni mucho menos tan religiosa como el padre y es más de la idea de seguir confiando en la medicina, pero en la cabeza del progenitor masculino agarró la idea de la posesión y de ahí no le saca nadie. El señor cura no puede equivocarse en su absoluta omnisciencia de las temáticas posesivas.

El giro de guión curioso llega cuando el sacerdote mueve hilos y propone a la familia exorcizar a la niña, pero en formato de lucrativo reality show. El padre fue despedido de su trabajo hace algún tiempo y económicamente están flojos, así que en una decisión genial deciden poner en el foco nacional a su hija y su familia. Y 15 años después, Merry cuenta su experiencia de aquellos tiempos a una escritora que quiere contar su historia.

El libro es lento y la premisa está bastante trillada. No la de los realities en Discovery Channel sobre posesiones, pero lo de la niña poseída sí. Lo que más sorprende, eso sí, es que Stephen King permitiera poner en portada que esto “le mató de miedo”.


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Sísifo es un personaje de la mitología griega que es castigado por los dioses a encargarse eternamente de la poco grata tarea de subir una roca hasta la cima de una montaña. Lo complicado no era subirla, aunque tampoco sea agradable cargar con toneladas de piedra cuesta arriba, sino aceptar lo que venía después de llegar. Los dioses, originales en sus ideas, diseñaron el tema para que la piedra cayese siempre al tocar la cumbre, provocando que la tarea no se acabara nunca. 

Ese mito sirve de nombre a este ensayo filosófico de Camus porque encierra la idea de base de lo que quiere contarnos. El escritor francés explica su visión de la vida humana como algo que carece de sentido trascendente más allá de la pura existencia, y que cualquier intención de explicar las cosas sin limitarnos a aceptarlas y vivirlas no tiene sentido. El ser humano debe afrontar la absurdidad de su existencia sin evadirla ni buscar consuelos ilusorios.

Camus cree que esa sensación de absurdo a la que está condenada cualquier persona parte del divorcio entre la necesidad de entender todo lo que le rodea y la falta de interés que muestra el Universo por explicar sus cosas. El ser humano hace preguntas trascendentes, pero el mundo en el que vive, con su inconveniente tendencia a no hablar de sí mismo, no responde a ninguna de sus dudas sobre el sentido de la vida. Porque, según el autor, no existe dicho sentido y eso está bien.

Para Camus, la única pregunta filosófica relevante es, teniendo en cuenta la falta de fin en sí misma, si la vida merece la pena ser vivida o si es mejor tirarse de un puente y acabar cuanto antes con esto. Por sorprendente que parezca después de plantear una idea tan deprimente, el autor tiene clarísimo que sí, que no solo hay que vivirla, sino hacerse también estoico dueño de la misma y acumular vivencias asistiendo a ellas con la tranquilidad de saber que, a falta de un Dios, el ser humano consciente es su propio dios. Para Camus, Sísifo sería un hombre feliz, porque sabiendo lo absurdo de su existencia, es dueño de su destino. 

Es interesante, aunque no me llega a convencer. Mi ideal de felicidad no va muy en la línea de empujar para siempre un pedrusco por una ladera.

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Augusto Pérez es un joven de buena familia, económicamente pudiente y que vive en su mansión con la única compañía de sus criados Domingo y Liduvina. Tiene condiciones bastante adecuadas para vivir una vida cómoda: dinero, tiempo libre y nula necesidad de buscarse un trabajo. No obstante, su gran problema es que es un pardillo de primera categoría.

Un día como cualquier otro, Augusto sale a dar su paseo diario y se cruza con una mujer desconocida, Eugenia, de la que se enamora de forma inmediata. Así, solo con pasar a su lado, como en los viejos tiempos. El enamoramiento lo convierte en un personaje bastante sospechoso, de esos que hace un siglo se decía que se hacían los encontradizos pero que a día de hoy ya se pueden catalogar sin gran problema como acosadores denunciables.

El tío no para hasta que no consigue una excusa para entrar en la casa de la familia de la mujer y presentar su candidatura a marido, pero resulta que la señorita tiene ya un novio y declina la propuesta de modo elegante y vehemente mientras la familia de la joven se echa las manos a la cabeza. Sus tíos no dan crédito a la locura de rechazar a un señor acaudalado para quedarse con un vago sin oficio ni beneficio. Mejor dicho: quedarse con un vago sin oficio ni beneficio que no tiene dinero, porque si por algo destaca Augusto es por ser vago y desoficiado, pero cuando te acompañan los billetes eso no escandaliza a nadie.

Augusto, viéndose rechazado, se convierte en una cosa que hoy se llama de una manera pero que en tiempos del señor Unamuno todavía no se llamaba así, ya que el popular refresco llamado Fanta llegó a España con don Miguel ya fallecido. Augusto colma a su imposible amada de atenciones y desembolsos económicos impropios de cualquier persona con sentido común, y no se da cuenta de que Eugenia tiene un plan para aprovecharse de su preocupante predisposición a ser utilizado.

Niebla es una historia cuya trama va de lo mucho que se puede uno complicar la vida cuando además de ser un incauto está muy solo. Pero el mensaje va mucho más allá de eso y la amplia carga filosófica explora la naturaleza de la existencia, el libre albedrío o la búsqueda de identidad.

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