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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

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Alexander Pope retratado por Jonathan Richardson junto a su perro, Bounce 

 

Alexander Pope (1688–1744) fue un importante autor inglés de la Ilustración, considerado uno de los poetas más destacados del siglo XVIII. Debido a sus satíricos ataques, cargados de ironía, contra figuras destacadas de la época, se forjó una reputación polémica. Esto le llevó a ser apodado La avispa de Thickenham, en referencia a su tendencia a ser punzante y a la localidad en la que vivió buena parte de su vida.

La intensidad de sus críticas, especialmente la contenida en su obra The Dunciad, le generó enemigos numerosos entre los escritores, críticos y políticos de la época. Atacaba sin miramientos a todo aquel que creyese merecedor de sus sátiras y consiguió incluso que algunos de sus objetivos se cabrearan hasta el punto de amenazarlo de manera física. 

Debido a este ambiente de hostilidad que se granjeó y temiendo que las amenazas se convirtiesen en agresiones tangibles, Pope adoptó precauciones de seguridad extremas. Su hermana, Magdalen Rackett, llegó a contar que al poeta le encantaba salir a caminar solo, pero que para evitar encuentros indeseados con sus enemigos solía llevar consigo pistolas cargadas y listas para usar. No solo eso, sino que se hacía acompañar también de su perro, un gran danés llamado Bounce que le hacía de escolta.

La necesidad de protección era todavía más necesaria en su caso, pues su físico no era precisamente imponente. A los 12 años Pope sufrió la enfermedad de Pott (una forma de tuberculosis que afecta la columna vertebral), lo que atrofió su crecimiento. No llegaba al metro cuarenta de altura y tenía una joroba visible, por lo que sin la adecuada protección habría sido un blanco fácil para una víctima airada. No obstante, a pesar de que su historia nos deja la moraleja de que la labor artística puede ser peligrosa, hay que reconocerle a Pope que a pesar de todo nunca renunció a seguir cultivando su sátira y con ello seguir cultivando también la ira de todo aquel que creía merecedor de ello.

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Categoría : Pintura

Autor : Joseph Mallord William Turner 

Año : 1844 

País : Reino Unido 

Estilo : Romanticismo
 

Contexto histórico : La obra fue pintada cerca del final de la Revolución Industrial, un periodo que conllevó un gran cambio en la economía, que pasó a estar dominada por la fabricación de maquinaria y sus actividades derivadas. La década de 1840 fue un periodo de gran protagonismo del mundo ferroviario, con el ferrocarril erigiéndose como uno de los grandes símbolos de la industrialización debido a su profundo e inmediato efecto en la vida cotidiana. Turner se destacó como uno de los pocos artistas de su época que, lejos del impulso romántico de aferrarse a la tradición, consideró el avance industrial como un tema digno del arte.


Descripción : La obra muestra una locomotora de vapor, de clase Firefly, cruzando el Maidenhead Railway Bridge en medio de la lluvia. Este puente sobre el Támesis se terminó de construir en 1838. Aunque el tren y el Maidenhead Bridge son los elementos protagonistas de la pintura, están apenas salen en ella insinuados, desapareciendo en una atmósfera de bruma. La niebla que se levanta del agua, la lluvia que enturbia el cielo y el vapor de la locomotora se mezclan y difuminan, unificando los colores de la obra. Turner consigue así dar una impresión de velocidad a su pintura, generando un corte abrupto del puente que fuerza la vista a dirigirse hacia el horizonte y hace parecer que el tren irrumpe de la nada a través de la lluvia. Detrás del tren podemos intuir un pequeño trozo del Londres de la época, que permanece oculto en una obra en la que confluyen el poder de la naturaleza y la tecnología.


Anécdotas:


- En 1844, la velocidad típica de los trenes que circulaban por la línea que conectaba Londres con el suroeste de Inglaterra (como es el caso del representado en la pintura) era de poco más de 50 km/h. No obstante, en el tramo llano del Maidenhead Railway Bridge los trenes llegaban a alcanzar una sorprendente velocidad de alrededor de 95 km/h. Esto justifica la fascinación de Turner por este tramo.

- Turner incluyó una liebre corriendo por la vía, delante del tren, para representar la competición entre la naturaleza y el mundo industrial. Esta liebre es ya casi imperceptible en el cuadro original debido al deterioro de la pintura con el paso del tiempo, pero sí se puede apreciar en un grabado posterior de 1859 [1]. 

-  Para ilustrar la lluvia, Turner llegó a aplicar masilla sucia sobre el lienzo con una espátula para darle ese tono y apariencia turbios.

- La obra busca también el contraste entre la era preindustrial y la moderna. Incluye un pequeño bote en el río, visible en la zona izquierda, y en la parte derecha se ve a un hombre conduciendo un arado tirado por animales. Ambos se muestran como ejemplos del mundo antiguo a los que la irrupción de la locomotora deja atrás.

- El crítico de arte John Ruskin contó que, hablando con una mujer que viajaba frecuentemente en ese tren, esta le contó que en un trayecto en mitad de una intensa tormenta uno de los pasajeros con los que viajaba se detuvo diez minutos a mirar al exterior mientras el tren permanecía detenido en Bristol a la espera de que mejorasen las condiciones. La mujer decía que, tras ver el cuadro, estaba segura de que aquel pasajero debió haber sido Turner. [2]

[1] Tate - Rain, Steam, and Speed, engraved by R. Brandard (1859)

[2] National Gallery - Rain, Steam And Speed

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Ellen Ternan y Charles Dickens (f)

En verano de 1858, Charles Dickens fue protagonista de una historia que en nuestros tiempos daría contenidos a los programas televisivos de sobremesa durante semanas. En lo que quizás se convirtió en uno de los primeros sucesos realmente virales a escala mundial dentro de las noticias del corazón literario, la separación del escritor y su esposa Catherine se convirtió en el principal interés de los periodistas de la época, sobre todo en el mundo anglófono.  

La situación escaló hasta convertirse en en un escándalo que, en cuestión de pocos días, estaba en boca de todos en Gran Bretaña. Dickens, que por aquel entonces tenía 46 años, decidió dejar a su esposa tras conocer a una actriz llamada Ellen Ternan. Una historia como tantas otras, podría pensarse, pero lo que chirrió a la sociedad de aquella época fue el dato de que Ternan tenía tan solo 18 años. El autor vivió tiempos delicados a raíz de esto, pues los rumores sobre su atribulada vida amorosa se sucedían y asociaban su ausencia de la casa conyugal a todo tipo de idilios, llegando a hablar de amoríos secretos incluso con su cuñada.  

Dickens veía su reputación en entredicho, por lo que acabó tomando medida curiosa: publicó un comunicado en los principales diarios de Londres e incluso utilizó la revista que él mismo editaba (Household Words) para dirigirse al público e intentar frenar las habladurías. En su comunicado, Dickens fue parco en detalles y se limitó a explicar su separación como un "problema doméstico que viene de largo y que se ha resuelto finalmente". A pesar de que las intenciones del escritor eran las de calmar las aguas, lo que consiguió fue justo lo contrario. La ambigüedad del comunicado llevó a los periodistas a querer indagar más allá y pronto llegaron los reporteros en busca de respuestas, los reportajes sobre la nueva vida del afamado autor de Oliver Twist y los rumores sobre enigmáticas jóvenes que habían motivado la ruptura de un matrimonio con diez hijos en común.  

Las especulaciones llegaron a cruzar el charco, incluso favorecidas por una lejanía que permitía más libertad a la hora de publicar debido a que la ley americana era más laxa con la difamación que la británica. El New York Herald fue, de hecho, uno de los primeros diarios que se atrevió a mencionar a Ellen Ternan como la persona con la que Dickens había desarrollado un "afecto muy puro y muy platónico". Otro medio estadounidense se atrevió a ofrecer detalles (que nunca serían confirmados) sobre la gran pelea que según la versión de los periodistas provocó la separación definitiva de Dickens: El escritor habría comprado un brazalete grabado para su amante, que acabó por perderse en tránsito y fue devuelto al remitente. Catherine Dickens, quizás por no estar su marido en casa o por llegar antes a abrir la puerta al mensajero, fue quien recibió la devolución del regalo frustrado, lo que desencadenó la discusión que dinamitó el matrimonio. El brazalete iba acompañado de una nota del autor que, por lo que explicaba el rumor en circulación, hizo poca gracia a su mujer. 

Todos estos rumores e historias circularon un mes entre los dos extremos del Atlántico, para desesperación de su protagonista. No ayudó para nada a su tranquilidad el hecho de que, después de aguantar semanas de habladurías y justo cuando la cobertura del suceso comenzaba a decaer, se reavivara la llama del escándalo con la filtración de una carta. Esta carta, escrita por el autor algunos meses antes de salir a la luz pública y destinada a John Forster para explicarle el mal momento de su relación, culpaba de manera explícita a Catherine por el fracaso del matrimonio y llegaba a insinuar que padecía un trastorno mental. Aunque Dickens afirmó que se publicó sin su consentimiento, hay quien dice que el tono usado por el escritor venía a sugerir que debía ser publicada como coartada para sus acciones cuando llegara el momento. El periódico que la sacó a la luz fue un viejo conocido de esta historia: el New York Herald. 

A pesar de que esta carta otorgaba explicaciones y puntos de vista mucho más explícitos que el vago comunicado publicado por el autor al inicio del escándalo, lo cierto es que no ayudó mucho a limpiar su imagen. La reacción en algunos sectores de la prensa fue bastante negativa y las simpatías de buena parte del público se orientaron hacia su esposa. El Liverpool Mercury llegó a decir que, a menos que Dickens se retractara de la responsabilidad de su publicación, la carta dañaría gravemente su reputación entre las personas de bien. 

Sea como sea, lo cierto es que la relación entre Dickens y Ellen Ternan se mantuvo muy cercana durante la siguiente década, hasta la muerte del escritor. Eso sí, nunca mantuvieron una convivencia oficial ni reconocieron ser pareja y existe aún a día de hoy mucha especulación sobre la naturaleza exacta de su vínculo. Ternan dejó de actuar y pasó a ser mantenida por la fortuna de Dickens, incluso viviendo con su madre en casas propiedad del artista. Algunas ideas recientes sugieren que Ternan podría haber sido en realidad una hija secreta de Dickens, en lugar de su amante, y otras establecen que la relación entre ellos siempre fue platónica, nunca consumada, ejerciendo ella el papel de musa cuya presencia era necesaria para que el escritor pudiera crear sus obras de manera correcta. Posiblemente nunca se desvelará, ya que la correspondencia entre ellos fue destruida y tanto los protagonistas como su entorno se negaron siempre a dar explicaciones sobre ella. 

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Esta particular novela escrita en 1931 se podría encuadrar como una especie de precursora literaria de ese estilo que tanto boom generó hace un par de décadas en el cine y que se bautizó como found footage. En el ámbito cinemátografico, las películas encuadradas en este género suelen ser de terror y se desarrollan a partir del encuentro de alguna clase de material inquietante cuyo descubrimiento es un medio para generar inquietud en el espectador. En el caso de Gog, la intencionalidad es diferente y el tono de la historia que se nos presenta es tragicómico.

Papini plantea su novela en sus primeras páginas a través de un encuentro ficticio que él mismo tuvo en un sanatorio con un personaje peculiar. Este personaje es un tal Goggins, que acabó haciéndose llamar Gog como un personaje del apocalípsis bíblico y que antiguamente fue un multimillonario que acabó hastiándose del sinsentido de la vida y del mundo que le rodea hasta acabar mentalmente más desequilibrado de lo que ya estaba de serie. Un Gog viejo y tocado de la cabeza se acerca al narrador durante una visita que este estaba haciéndole a un amigo también internado en el psiquiátrico y por algún motivo delega en él su preciado diario, a condición de que no se lo revele a nadie.

Como nunca puede uno fiarse de la palabra de un escritor, el narrador acaba publicando todo esto, albergando ciertas reticencias sobre la verdad de lo que se narra en las páginas de dicho diario, explicando que todo lo que se cuenta permite ir viendo la degradación mental progresiva de Gog hasta acabar en un centro de tratamiento psiquiátrico (o más bien en varios, pues se nos cuenta que el hombre va de un hospital a otro sin llegar a afianzarse en ninguno debido a sus excentrícidades). 

Después de la pequeña introducción en la que se nos explica este encuentro y se nos da una pequeña entrada a lo que se viene, el resto del libro está basado en las entradas del diario de Goggins. Cada capítulo tiene un título, una fecha (sin año, y de hecho el autor explica que los ordenó por intuición) y una localización. Gog era un viajero nato, y narra sus aventuras por Asia, África o Europa como quien cuenta que bajó al bar. Con tanto paseo ni habría extrañado que hubiese llegado también a la Atlántida aunque fuese de casualidad, pero no consta. Se encuentra en su peregrinaje incansable con los grandes de la época, como Einstein, Gandhi, Freud o Edison, y tiene conversaciones curiosas con ellos. Llega a ciudades exóticas y se cruza con gente que le aporta anécdotas surrealistas. Genera con su simple presencia situaciones poco habituales... El tipo siempre anda metido en algo a pesar de su eterno desencanto con el mundo y su desprecio por la mayoría de personas. 

De esta particular manera, utilizando el diario en primera persona de un personaje con claros rasgos sociópatas, Papini crea una historia con reflexiones lúcidas alternadas con los pensamientos impredecibles y a menudo poco éticos de su protagonista. Teje una obra llena de crítica social, política y religiosa, no sin renunciar al buen ritmo narrativo y a la introducción de anécdotas de la época que desde una perspectiva contemporánea resultan interesantes. Es, quizás, una especie de Sin noticias de Gurb de su tiempo, aunque con un tipo de humor más sutil y menos vital para la trama. 

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Cuando se habla de esta obra hay que reconocer, antes de nada, que el título no engaña a nadie. Efectivamente, esto no es una novela. Al menos, no es una novela según cualquier definición tradicional de novela, y de hecho incluso me atrevería a decir que tampoco lo es según cualquier definición no tradicional. El formalismo de Markson a la hora de crear este libro es novedoso, diferente a cualquier cosa que haya leído.

El autor no crea aquí una obra con su nudo, introducción ni desenlace, y además se reafirma de manera activa en ello. A lo largo de las páginas el Escritor (así, con mayúsculas, como mente creadora que aparece explícita a lo largo de la obra) nos dice que está creando un libro sin historia y sin personajes, pero que de alguna forma sea capaz de transmitir algo. El medio que utiliza para emitir el mensaje se basa en algo que por lo general tiene tirón en blogs de Internet o redes sociales varias, pero que no suele encontrarse en las estanterías de las librerías como ente propio: Un compendio de brevísimas anécdotas y datos biográficos de artistas de diversa índole, entre los que destacan los escritores. Lo que leemos es una sucesión de pequeños párrafos, cada uno destinado a contar una vivencia de alguno de los cientos de personas de diversa popularidad que pueblan este libro. Y aunque parezca extraño unir miles de anécdotas, fechas y causas de muertes de personajes sin aparente relación, la verdad es que todo tiene una extraña coherencia.

Hay que reconocer que, pese a lo peculiar de la lectura, el autor consigue de alguna manera su propósito. Un libro sin personajes, discontinuo, no lineal... Y con intención de llegar a algún lado a pesar de todo, dejando una nota de tristeza al final. Esas mencionadas intencionalidades van apareciendo a lo largo de la obra a partir de esos pequeños fragmentos aislados en los que el Escritor se inmiscuye y habla directamente al lector. A pesar de toda esa carencia de estructura clásica, la obra transmite esa tristeza, una visión profunda hacia los sinsentidos y los pozos oscuros de la creación artística. Cualquiera con inquietudes de creación literaria acaba la novela con una incómoda sensación de que, al fin y al cabo, lo único que aporta al mundo el escritor es un cúmulo de papeles manchados y algunas anécdotas que acaban el día en el que todo termina, de múltiples maneras posibles pero dejando siempre atrás tan solo un recuerdo... en el mejor de los casos

En resumen, quizás no sea buena idea leerlo si eres un escritor o escritora en crisis existencial, pero sí resulta interesante y curioso leerlo en cualquier otro caso. 

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Este libro supuso el debut literario de su autor. En mi gusto por los thrillers policíacos ambientados en España, decidí que el argumento me parecía atractivo y me puse a darle una oportunidad a esta historia alrededor de una misteriosa muerte que nos lleva a una oscura trama alrededor de una famosa secta religiosa sevillana.

La novela introduce a Ariel Bloom, protagonista de la trilogía que empieza con esta novela y que es todo un ejemplo de precocidad. A sus 21 años, consiguió la mejor nota en las pruebas de acceso a la Policía Nacional y es nueva inspectora en el cuerpo. Todo ocurre de manera bastante precipitada, le comunican su aprobado y solo unas horas después tiene que estar ya cruzándose España para participar en su primer caso, que en principio parece ser un asunto bastante mundano y en teoría solo va para acompañar a los investigadores y aprender sobre el terreno cómo se hacen las cosas en su nuevo puesto.

El tema es que al final la cosa no es para nada mundana, sino que resulta que lo que tiene que investigar es el asesinato de nada más y nada menos que un Papa. No un Papa de Roma, sino de la secta anteriormente mencionada, pero el título eclesiástico impone igualmente. Porque aunque es una congregación aparentemente local, sus hilos e influencias son fuertes y saben cómo dejar claro a investigadores y gente molesta en general que es mejor no verse envueltos en ningún tema incómodo con ellos. El total hermetismo que muestran dentro de su microsociedad, en la que apenas es posible el contacto con el mundo exterior, parece un escollo importante para la investigación.

De algún modo, Ariel deja de ser una simple observadora y agente de apoyo con el paso de las páginas. Si al principio se vendía el asunto como que poco más que iba a ver cómo otro agente cubría papeleos y tomaba cafés, al final no solo acaba teniendo delante un caso mucho más peligroso, sino que termina estando al frente de toda la investigación. Eso sí, llama la atención que pronto la ven como una policía espectacular a pesar de que tiene actitudes que parecen más bien propias de una adolescente que de una profesional intachable. Es valiente para ir a donde está la chicha de la investigación, sí, pero también tan inconsciente como para recibir documentos de máximo secreto que ponen en riesgo su vida y guardarlos durante días en su cuarto de hotel sin llevarlos inmediatamente a la comisaría para ponerlos a buen recaudo. O para escapar de unos encapuchados que la persiguen en coche, tiroteo incluido, y acabar, poco después de darles esquinazo, teniendo una emotiva escena romántica con su novia sin pararse a pensar que entra muy dentro de lo posible que les puedan volver a encontrar de manera bastante sencilla si se quedan a mirar las estrellas a las afueras de la ciudad metidas en un coche lleno de disparos y abolladuras y que además es de un modelo prácticamente único en España.

Tiene puntos flacos que afectan a su credibilidad, es cierto, pero por otro lado también hay que reconocer que trabaja bien el ritmo narrativo y que sabe enganchar al misterio. La pura trama está bien, lo que en mi opinión falla es más bien lo que ocurre en el desarrollo socio-afectivo de los personajes. Aunque tengo tendencia a salirme de las historias cuando veo puntos que me chirrían en exceso y quizás el autor se pasó un poco bastante dando galones de genio a su inspectora de cabecera y apuró un poco los tiempos en la creación de relaciones, lo cierto es que la historia no llega a desmoronarse por ello. Siendo un libro debut, vamos a darle el aprobado.

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Reconozco que no es habitual leer una comedia protagonizada por un psicópata. Un psicópata de los auténticos, además, de esos que no dudan en apretar el gatillo si se aburren. En esta novela seguimos las andanzas de Nick Corey, sheriff del americano municipio de Potts County a principios del siglo XX. Corey está casado con una mujer que desprecia, siendo mutuo ese sentimiento, y comparte casa no solo con ella, sino también con su cuñado con discapacidad mental al que su esposa colma de atenciones fraternales.

El caso es que esta historia empieza engañando. En un primer momento, Corey parece un palurdo cualquiera del que la gente se aprovecha y que incluso se esfuerza por complacer demasiado a gente que solo quiere utilizarlo para sus propios fines. Pronto descubrimos que nada más lejos de la realidad, sino que esa es solo la fachada que le interesa adoptar para aprovecharse de todo el que cree que es un tipo simplón e incapaz de nada productivo. En realidad es un hombre frío, calculador e inteligente.

Según avanza la historia nos enteramos de todas las artimañas que tiene montadas en su cabeza, tanto aquellas que utiliza para engañar con éxito a su mujer con múltiples vecinas del lugar como las que usa para hundir a sus rivales políticos. Incluso cuando lo pillan haciendo las cosas mal se las arregla para sacar algo de rédito gracias a su falta de escrúpulos y su desfachatez a la hora de lanzar balones fuera sin pararse a pensar si no será excesivo acusar a aquellos que le molestan de cosas que pueden acabar con ellos en la cárcel.  Aquel tipo poco espabilado que nos mostraba el autor en los primeros capítulos va quitándose poco a poco la fachada hasta convertirse en un individualista extremo y sin empatía con nadie salvo, quizás, la mujer de la que se cree enamorado. Eso sí, es probable que ese enamoramiento sea solo debido a que la ve capaz de elevar su situación social y económica gracias a su riqueza.

Si bien el argumento de un sheriff corrupto, vago y mala gente pueda parecer más propio de un thriller oscuro, lo cierto es que el autor se las amañó de manera muy adecuada para contar la historia en tono de comedia. Valiéndose de la tendencia de Corey por hacerse el tonto y de la vecindad extravagante de Potts County, se teje una historia llena de humor negro y absurdo que nos engancha a la incerteza sobre si alguien será capaz de pillar al protagonista en sus tejemanejes que implican asesinatos, tráfico de influencias y engaños a discreción o si simplemente conseguirá salirse con la suya.

Una historia sorprendente en esta especia de western crepuscular que acaba convirtiéndose en una especie de película de Clint Eastwood dirigida por Jerry Seinfeld.

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Este libro nos lleva a una selva en la que nadie querría vivir. Una selva oscura, que más que un hogar para quien la habita es un lugar en el que la ley del más fuerte impera sobre todo lo demás. Un lugar en el que las mujeres están hechas para traer al mundo nuevas personas con el único fin de que sirvan de alimento para un sistema voraz que solo quiere engullirlos para saciar su necesidad de sangre nueva.

Nadie querría vivir en esa selva, pero desafortunadamente es la selva en la que vivimos, una metáfora de este sistema nuestro que genera personas de manera compulsiva para exprimirlas física y mentalmente. En esta novela alegórica, una mujer escapa con su hija buscando alejarse del conflicto en el que vivía su pueblo y acaba adentrándose en la selva en busca de refugio, pero encuentra algo muy diferente. La selva, dentro del realismo mágico de esta obra, es capaz de darle regalos como una casa que encuentra abandonada pero lista para ser habitada en mitad de la nada. Además de un nuevo hogar le entrega animales que puede usar como alimento, y protección contra los peligros ajenos a ella. No obstante, la selva no da sin pedir.

La mujer, que originalmente llegaba con sus sentimientos y ética en un estado normal dentro de lo humano, aprende rápidamente que si quiere sobrevivir necesitará renunciar a todo ápice de humanidad. Porque la selva, a cambio de sus regalos y de su protección, quiere sangre. Se alimenta de carne joven, y si la mujer quiere tener un lugar seguro en el que vivir con su hija tendrá que darle de comer siempre que tenga hambre.

La selva también guía hasta la casa a personas aleatorias que aparecen sin más. Una de estas personas es Chola, una mujer aparentemente bonachona pero que tiene mucha vida selvática a sus espaldas y sabe latín (no es que sepa latín como idioma, sino como unidad de medida de conocimiento). Es ella quien le explica que si quiere que la selva no le castigue con mano dura tendrá que ofrecerle niños para comer. La mala noticia es que la única niña que tiene cerca es su hija, pero la buena noticia es que pronto la selva empieza a poner en su camino a más gente. Aparecen hombres desconocidos que se hospedan en la hacienda durante cortos períodos y después se marchan de manera tan repentina como llegaron. La mujer, que sufrió experiencias traumáticas que le fueron diciendo que las terribles palabras de Chola eran ciertas, aprovecha las visitas con resignación para fabricar nuevos niños con esos hombres y poder usarlos más tarde como ofrendas alimenticias para su selva.

Y es que esta mujer se convierte en eso, en una fábrica de niños. Niños que al poco de nacer son marcados por la selva, ya sea con insectos que se comportan de manera extraña cerca de su cuerpo o fenómenos extraños que suceden a su alrededor. La mujer sabe entender perfectamente los signos que evidencian que la selva está reclamando como alimento a cada bebé que nace. Eso sí, cuando los marca no los está pidiendo de inmediato, sino que está diciendo que se lo cuiden bien para dárselo unos cuantos años más tarde, cuando esté crecido y tenga más chicha donde comer.

La mujer acaba convirtiendo su resignación ante esta terrible situación en costumbre, al final se insensibiliza en su papel y todo pasa a ser pura burocracia. Para ella el acto de tener un hijo, almacenarlo junto a los demás como si fuesen gallinas a la espera de la matanza y sacrificarlos en medio de la selva llegado el momento pasa a ser algo tan normal como hacer la declaración de la renta. De hecho podría decirse que es su declaración de la renta, es el trámite que pone en orden sus deudas con la selva que la gobierna.

Nosotros llegamos a una historia que tiene este bagaje, pero que empieza en un presente en el que la mujer ya es vieja y es ya su hija, Santa, la que asume el papel de parturienta compulsiva. Santa ya está también en los últimos compases de su fertilidad, y además es mucho más insensible todavía que la madre al haber vivido desde niña esta realidad. Tiene taras mentales sociópatas debido a la normalización temprana de toda esta locura y va quedando claro poco a poco que cuando ella tome el control del lugar todo será incluso más inhumano. Poco a poco vamos conociendo todas las costumbres de esta peculiar casa en mitad de una selva que no hace prisioneros, y nos vamos metiendo en un cuento de terror crudo, directo y que en el mismo lenguaje deja clara la rabia con la que se escribió. 

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