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Rubén Pedreira | Autor de Zona de habitabilidad

Escritura · Ciencia · Curiosidades

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Este libro nos lleva a una selva en la que nadie querría vivir. Una selva oscura, que más que un hogar para quien la habita es un lugar en el que la ley del más fuerte impera sobre todo lo demás. Un lugar en el que las mujeres están hechas para traer al mundo nuevas personas con el único fin de que sirvan de alimento para un sistema voraz que solo quiere engullirlos para saciar su necesidad de sangre nueva.

Nadie querría vivir en esa selva, pero desafortunadamente es la selva en la que vivimos, una metáfora de este sistema nuestro que genera personas de manera compulsiva para exprimirlas física y mentalmente. En esta novela alegórica, una mujer escapa con su hija buscando alejarse del conflicto en el que vivía su pueblo y acaba adentrándose en la selva en busca de refugio, pero encuentra algo muy diferente. La selva, dentro del realismo mágico de esta obra, es capaz de darle regalos como una casa que encuentra abandonada pero lista para ser habitada en mitad de la nada. Además de un nuevo hogar le entrega animales que puede usar como alimento, y protección contra los peligros ajenos a ella. No obstante, la selva no da sin pedir.

La mujer, que originalmente llegaba con sus sentimientos y ética en un estado normal dentro de lo humano, aprende rápidamente que si quiere sobrevivir necesitará renunciar a todo ápice de humanidad. Porque la selva, a cambio de sus regalos y de su protección, quiere sangre. Se alimenta de carne joven, y si la mujer quiere tener un lugar seguro en el que vivir con su hija tendrá que darle de comer siempre que tenga hambre.

La selva también guía hasta la casa a personas aleatorias que aparecen sin más. Una de estas personas es Chola, una mujer aparentemente bonachona pero que tiene mucha vida selvática a sus espaldas y sabe latín (no es que sepa latín como idioma, sino como unidad de medida de conocimiento). Es ella quien le explica que si quiere que la selva no le castigue con mano dura tendrá que ofrecerle niños para comer. La mala noticia es que la única niña que tiene cerca es su hija, pero la buena noticia es que pronto la selva empieza a poner en su camino a más gente. Aparecen hombres desconocidos que se hospedan en la hacienda durante cortos períodos y después se marchan de manera tan repentina como llegaron. La mujer, que sufrió experiencias traumáticas que le fueron diciendo que las terribles palabras de Chola eran ciertas, aprovecha las visitas con resignación para fabricar nuevos niños con esos hombres y poder usarlos más tarde como ofrendas alimenticias para su selva.

Y es que esta mujer se convierte en eso, en una fábrica de niños. Niños que al poco de nacer son marcados por la selva, ya sea con insectos que se comportan de manera extraña cerca de su cuerpo o fenómenos extraños que suceden a su alrededor. La mujer sabe entender perfectamente los signos que evidencian que la selva está reclamando como alimento a cada bebé que nace. Eso sí, cuando los marca no los está pidiendo de inmediato, sino que está diciendo que se lo cuiden bien para dárselo unos cuantos años más tarde, cuando esté crecido y tenga más chicha donde comer.

La mujer acaba convirtiendo su resignación ante esta terrible situación en costumbre, al final se insensibiliza en su papel y todo pasa a ser pura burocracia. Para ella el acto de tener un hijo, almacenarlo junto a los demás como si fuesen gallinas a la espera de la matanza y sacrificarlos en medio de la selva llegado el momento pasa a ser algo tan normal como hacer la declaración de la renta. De hecho podría decirse que es su declaración de la renta, es el trámite que pone en orden sus deudas con la selva que la gobierna.

Nosotros llegamos a una historia que tiene este bagaje, pero que empieza en un presente en el que la mujer ya es vieja y es ya su hija, Santa, la que asume el papel de parturienta compulsiva. Santa ya está también en los últimos compases de su fertilidad, y además es mucho más insensible todavía que la madre al haber vivido desde niña esta realidad. Tiene taras mentales sociópatas debido a la normalización temprana de toda esta locura y va quedando claro poco a poco que cuando ella tome el control del lugar todo será incluso más inhumano. Poco a poco vamos conociendo todas las costumbres de esta peculiar casa en mitad de una selva que no hace prisioneros, y nos vamos metiendo en un cuento de terror crudo, directo y que en el mismo lenguaje deja clara la rabia con la que se escribió. 

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LL Pegasi observada por el Atacama Large Milimeter Array (ALMA)

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Zarif, Muhamed y Hans, tres de los caballos de Elberfeld, frente a la puerta de su "aula"


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En mi opinión existen dos tipos de novelas de terror. Por un lado están las que intentan asustar y dar miedo real al lector, que suelen acabar fracasando siempre en el intento porque la novela no es el soporte adecuado para generar reacciones viscerales e inmediatas como el pánico y el susto. Por otro lado están aquellas que aceptan que generar miedo real en un lector no es una opción factible y crean un hilo argumental inmersivo, en el que el misterio y la tensión están presentes y que consiguen con éxito llevar al lector a ese mundo. Ninguna de las dos variantes consigue generar pesadillas, pero las novelas que se encuadran en la segunda sí consiguen ser una buena obra literaria.

Este libro está perfectamente encuadrado en esa segunda clase de novelas de terror. Logra generar un ambiente muy realista en el que la sensación de que hay algo que no cuadra está siempre presente, y eso es clave para un buen libro de este tipo.  Nos lleva al ficticio pueblo de Montmorts, una aislada población en Francia con una tétrica historia detrás relacionada con brujas. Siglos atrás, la población empezó a acusar a sus mujeres de brujería y la condena preferida ante esa acusación era la de lanzarlas desde lo alto de la montaña del pueblo, con caída directa al cementerio. De ahí salió el nombre del pueblo, una abreviatura de 'Monte de los Muertos'.

El pueblo acabó por deshabitarse después de que la tradición de perseguir la brujería se fuera de las manos y la población femenina descendiese de manera drástica. No obstante, en los tiempos modernos un multimillonario decidió resucitar el lugar e invirtió buena parte de su fortuna en ello, convirtiéndose en el alcalde de facto. Julien, protagonista de la novela, acaba de llegar a Montmorts para convertirse en el nuevo jefe de policía de la localidad, y lo que se encuentra es un lugar casi idílico. Pronto se pone al día y se encuentra la singularidad de que en ese sitio parece no existir la criminalidad. La comisaría tiene abiertos solo un puñado de expedientes, que además son en su mayoría minucias. Para colmo, la comisaría está equipada a todo lujo y la casa que ponen a su disposición para vivir mientras ejerce el cargo es gigantesca. 

Parece el empleo soñado para Julien, que además se lleva perfectamente bien desde el principio con sus compañeros de trabajo, Franck y Sarah. Todo el cuerpo de policía del pueblo se compone de ellos tres, que para el poco trabajo que les dan parecen incluso demasiados efectivos. Aún así, no todo es de color de rosa, ya que su llegada al pueblo no fue por cosa buena. Su predecesor en el puesto, que además tenía una relación sentimental con Sarah, falleció poco antes en un accidente de coche. Cuando Julien habla por primera vez con el alcalde, este le desvela además un secreto inquietante, y es que el accidente en el que murió el anterior jefe de policía se produjo cuando iba a llevarle los resultados de una investigación que el propio alcalde había encargado: La búsqueda del asesino de su hija, que alguien tiró desde el monte diez años atrás, como en los tiempos de las brujas.

Cuando el multimillonario pide a Julien que continúe la investigación inconclusa de su predecesor, la tarea le abruma. Más aún cuando ve el pueblo parece volverse loco y lo que hasta ese momento era un lugar tranquilísimo se convierte en una sucesión incontrolable de muertes y sucesos extraños que hacen imposible no pensar que algo paranormal está sucediendo. Una historia que sabe mantener la incertidumbre hasta muy avanzada la historia y que engancha desde el primer momento.

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Este libro llegó a mí como llegan a mí la mayoría de los libros que leo: De casualidad pura. No lo conocía de nada, ni al libro ni al autor, hasta que me crucé con él y me llamó la atención. Las opiniones que leí dejaban claro que era un libro atípico, y como lo atípico me gusta me lancé a darle la oportunidad. Después de leerlo creo que la palabra "atípico" se le queda hasta un poco corta, pero en el buen sentido.

La premisa del libro empieza de manera bastante simple. Un escritor prometedor pero aún carente de éxitos acaba de ver reconocida una obra suya con un premio de medio pelo. Durante el evento posterior a la entrega del galardón, un hombre misterioso llamado Guy Courtois aparece y se queda un rato hablando con él, explicándole que pertenece a una sociedad que lleva siglos creando la inspiración inicial de las obras de los escritores más importantes de la historia. Ellos, le explica, llevan facilitando las primeras frases de las novelas de casi todo gran éxito del que se tiene noticias. Desde Kafka a Camus, raro es el gran escritor que no comenzó uno de sus trabajos con una frase memorable sacada del maletín de esta empresa.

El hombre que vende comienzos de novela le dice al recién premiado escritor que lo tienen en su radar y que es posible que se vuelvan a encontrar, lo que hace que se ilusione con la idea de recibir un comienzo genial para su próxima obra que lo lleve al estrellato. Al fin y al cabo, como Courtois le explicó, la frase inicial es una pieza clave que hace que la chispa aparezca y todo fluya. 

Hasta aquí todo más o menos normal, dentro de lo original de la idea de que exista una empresa centenaria dedicada a tal actividad. Pero a partir de esta premisa el libro nos enreda en una trama con mil matices y mundos de fantasía y realidad que a lo largo de la obra dan signos de quererse entrelazar sin llegar a hacerlo del todo hasta encontrar el momento adecuado. Va apareciendo la historia de un hombre que se queda solo en la ciudad de manera inexplicable, la de un escritor haciendo uso de una futurista máquina capaz de ayudar a escribir novelas, historias sobre el contexto del mundo literario rumano... Y por el camino se emborrona la historia que creíamos principal, incluso llegamos a dudar si el protagonista inicial está o no está en algún que otro episodio.

Cada capítulo va saltando entre narradores, personajes e incluso poemas que a priori dejan al lector algo desconcertado, pero conforme avanza el libro empezamos a ver anclajes entre ellos. Es en el sprint final cuando el autor hace que todo confluya y nos hace ver el sentido de ese entramado de decenas de relatos que a priori parecían independientes pero que al final tienen un nexo común. Un libro efectivamente atípico, que al terminar deja pensando e incluso deja también la sensación de que se necesita leer una segunda y tercera vez para entenderlo bien. Recuerda a Murakami en su realismo mágico, a Foster Wallace en cierto ánimo de diversión al vacilar un poco al lector, pero tiene originalidad propia. Y, sobre todo, una belleza formal muy interesante que hace que leer el libro sea una experiencia diferente y con atmósfera, de esas que dejan poso.

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Estamos a mediados del siglo XX. El príncipe Ugo Conti, un noble italiano, se encuentra de vacaciones en el yate de la acaudalada Liz Avrell, viuda de un millonario estadounidense y por ello heredera de toda su fortuna. Conti es un tipo muy bien parecido, casi perfecto si nos fiamos del narrador. No obstante, a pesar de eso, de su elegancia y de su título nobiliario ahí está, intentando camelar a la casi anciana Avrell para buscar una boda que le asegure beneficiarse de su fortuna.

Las cosas no parecen cuadrar demasiado con el tal Conti, pero ahí está el tío, siendo tratado de Alteza allá donde va. Mientras están fondeados en la costa de México, el yate es amigablemente abordado por unas personas que le dicen al príncipe que la gente ilustre de la zona se enteró de su presencia allí y quieren invitarle a una fiesta en su honor, a lo que su majestad no puede negarse.

Al llegar a tan distinguido evento es recibido como una estrella de rock por empresarios, políticos y gente notoria de toda clase. Quieren conocer a todo un príncipe europeo y ser vistos junto a él, porque compadrear con un tipo que como mínimo, piensan, tendrá diez castillos y un par de coronas siempre da buenas anécdotas que contar.

Conti queda prendado de lo fácil que es que la alta sociedad mexicana lo trate con todas las atenciones sin exigirle más que su presencia, y después de que los hijos de la señora Avrell decidan tomar medidas para que deje de camelarla y expoliar sus ahorros, el italiano decide escapar de ella para evitar problemas y radicarse definitivamente en México en busca de otra ricachona de la que vivir.

Qué forma de vida más rara para un príncipe, puede pensarse. Andar por ahí seduciendo a gente pudiente al otro lado del globo en vez de, como cualquier miembro de la realeza que se precie, limitarse a dar su número de cuenta al Estado correspondiente e ir viendo entrar riquezas sin más actividad necesaria para ello que la de respirar y lucirse por ahí en público. Pero es que Conti no es un príncipe cualquiera, sino un plebeyo al que un noble de verdad le hizo ver que siendo guapísimo y elegantísimo se puede hacer creer a cualquiera que tienes sangre azul con solo decirlo.

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Mi principal proyecto literario de 2025 no se basó en escribir, sino en leer esto. No me refiero a la lectura en sí (que también, porque son 700 páginas), sino a todo lo que conllevó. Porque cuando empecé este libro, que es a la vez tanto una biografía como unas memorias, tenía claro que lo iba a ir leyendo mientras veía de nuevo toda la filmografía de Lynch.

David Lynch no sabía hacer nada como el resto de los mortales, así que el libro en el que se cuenta su vida entera tampoco es normal. Hay gente que cree que no sabe escribir bien y le cuenta sus experiencias a otro para que le escriba una biografía y hay gente que sabe (o cree que sabe) escribir y se escribe sus propias memorias. En el caso de Lynch, como comenté antes, decidió que por qué no mezclar ambas cosas.

Cada capítulo del libro trata una época de la vida del director. Muchos de esas épocas se marcan a partir de la obra que estaba grabando en ese momento, por eso era muy relevante ir viendo cada película según se llegaba al punto en el que se hablaba de ella, pues el libro añade contexto, comentarios y anécdotas que hacen que la experiencia de lectura sea mucho mejor si el argumento está fresco en la memoria.

Lo curioso de los capítulos es que tienen dos partes. En la primera, la periodista Kristine McKenna cuenta de manera muy profesional el contenido biográfico correspondiente, con una cantidad ingente de comentarios y anécdotas extraídos de conversaciones con cientos de personas del entorno del director. Después de esto, se abre una sección en la que es Lynch quien empieza a hablar sobre los tiempos narrados y a comentar lo que se leyó en la parte de McKenna. Y en ningún momento se hace repetitivo aunque vuelva a repasar la misma época, porque lo hace con su capacidad innata para llevarte a un munudo distinto.

El libro es espectacular, tanto para alguien que algún día construirá una catedral dedicada a Lynch como yo como para alguien que simplemente le gusta su trabajo. Y creo que no estoy siendo subjetivo si pienso que incluso a alguien a quien no le gusta lo disfrutaría, pero reconozco que leerse casi mil páginas sobre alguien que no te apasiona no es habitual.

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