Siempre
se habla de este libro con las mismas palabras. “Una reinterpretación
de la historia de Caín y Abel”. Leas donde leas una referencia a él,
siempre estará la mención a ese mito. Y es cierto que las referencias
son claras, en la propia novela se menciona la historia de los hermanos
bíblicos, el título es una referencia a la tierra a la que fue
desterrado Caín e incluso el padre de los hermanos se llama Adam. “¿Qué
más quieres para que la gente pueda decir a gusto que esto es una
reinterpretación de esa historia?”, pensará alguno. Pues no quiero nada,
es solo que creo que lo relevante es todo lo demás.
Esta novela
es sorprendente en muchos sentidos, y ya que estamos hablando de esas
cosas podría decirse que es una Biblia contemporánea. Porque sus tramas
son parábolas y generan la sensación de estar conociendo una sabiduría
antigua. Sorprende sobre todo por su capacidad para dar verosimilitud a
la naturaleza humana, pero también por desafiarla de manera inesperada. Y
es que una de las cosas más increíbles de este libro es aparentemente
trivial, pero significativa. En Al este del Edén ocurre una cosa que no
pasa nunca, y es que el escritor se mantiene en un discreto segundo
plano pudiendo no hacerlo.
Esta novela tiene ciertas pautas de
realidad, sale el lugar en el que Steinbeck creció y algunos de los
personajes son miembros de su familia. Aparecen sus abuelos, sus padres e
incluso él mismo. Pero, por algún motivo, en un arrebato
incomprensible, fue capaz de limitarse a ser alguien que simplemente
merodeaba por los alrededores de los escenarios. Creo que es la primera y
única vez en la historia que un escritor se metió a sí mismo dentro de
una de sus novelas dejando el ego a un lado para simplemente darse un
rol tan importante en su trama como el que podría tener un extra de
Física o Química. John Steinbeck, hijo de Olive Hamilton, simplemente se
menciona porque su abuelo Samuel Hamilton es uno de los protagonistas. Y
su voz es la del narrador, pero no tiene protagonismo ni para dar los
buenos días. No quiso competir con sus personajes ni contar que él era
más gracioso que nadie, solo sintió una tranquila indiferencia hacia sí
mismo. Un genio.
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