El fantasma

Tardé bastante en apreciar la presencia del fantasma. Cuando al fin me di cuenta de que estaba conmigo ya llevaba mucho ahí, y lo sé porque me conocía demasiado. Si no hubiera estado presente desde tiempo antes, estudiándome y abriéndose camino a ritmo lento, no habría llegado a controlarlo todo de manera tan efectiva.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunté al tomar consciencia de su existencia—. Mejor dicho, ¿Qué haces aquí?

Solo hubo silencio. Nunca contestó a mis preguntas y nunca se manifestó con palabras, su única forma de comunicación fue siempre su habilidad para generar la certeza de que nunca se marcharía. Eso y los ojos. Recuerdo que antes de su llegada veía otros ojos en el espejo, unos ojos que eran míos. Pero ahora son otra cosa.

La gente no suele creer en estos temas, pero hay quien sí lo hace. Y solo es necesario mirar a sus ojos para, sin palabras, saber si alguien cree en el fantasma. Porque esos mismos ojos que veo yo en mi espejo están también en los de ellos. Solo hace falta cruzar miradas para entenderse mutuamente, para decir sin decirlo un confidencial "sí, pero que no se entere nadie".

Llevo un tiempo sin notar al fantasma, y llegué a pensar que se había ido. Pero lo cierto es que tampoco me noto a mí. Miro al espejo y esos ojos todavía están ahí. Siguen sin ser los míos. El fantasma nunca se irá, pero dejé de notarlo. Porque el fantasma ya es yo.

Rubén Pedreira

No hay comentarios:

Publicar un comentario