¿Cómo de fácil es?

Creías que era real, pero después te despertaste. Creías que todo aquello estaba delante de ti, pero ahora te das cuenta de que era un total sinsentido. ¿Qué hacías tocando la batería, si nunca supiste hacerlo? ¿Qué hacías actuando en un bar de Tokio, si llevas años sin salir de Europa y no actúas desde el baile de fin de curso de sexto de primaria? ¿Desde cuándo los japoneses hablan alemán?

Cuando te despiertas y recuerdas el sueño que acaba de terminar eres capaz de encontrar de inmediato sus incongruencias, tomas consciencia de que nada de lo que sucedía en él tenía lógica alguna. Todo lo que estabas seguro de estar viviendo un rato antes se desvela como una auténtica gilipollez carente de toda verosimilitud, pero al mismo tiempo no puedes obviar que tu cabeza estaba totalmente absorbida por esa insensatez un rato antes. Te ríes, pensando en cómo es posible haber estado en ese mundo absurdo como si nada pasara, pero lo cierto es que ahí estuviste, autoengañado como un palurdo.

Suena a locura pensarlo, pues aquí somos todos gente cuerda, infalible e inteligentísima, pero cabe como mínimo plantearse si esas negligencias mentales no ocurrirán también con frecuencia (aunque de manera más sutil) cuando estamos despiertos. Si el cerebro es capaz de aceptar con tal facilidad cuando nos quedamos dormidos que podemos vivir en realidades que no se sostienen ni con pinzas, ¿cómo no va a ser capaz de llevarnos a aceptar pequeñas aberraciones lógicas en otros momentos? Con los ojos abiertos es más complicado hacer vivir a nuestra cabeza en el engaño, las mentiras deben ser menos evidentes, pero no estamos libres de asentar la idea de que algo es muy coherente cuando no lo es.

¿Cómo de fácil es vivir engañado en el mundo real pensando que la mentira es perfectamente lógica?

Rubén Pedreira

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