Tenía
el concepto de que esta novela era oscura, casi vampírica. Me imaginaba
una ambientación tipo Drácula, con sus noches eternas, sus puertas
chirriantes y sus personajes vestidos completamente de negro, pero no es
para nada así. No aparece siquiera un mísero grupo de murciélagos
volando alrededor de una almena la luz de la luna llena. Los escenarios
son bastante afables en apariencia y casi toda la oscuridad se concentra
a nivel interno en el personaje de Dorian Gray. Algo de Drácula sí que
hay, pero con decorados a lo Orgullo y Prejuicio, con las relaciones y
los jolgorios de la alta sociedad inglesa como entorno donde crecen las
paranoias de Dorian.
Con esos ingredientes, Wilde escribió una
novela muy interesante con ese contraste entre la luz externa y la
oscuridad interna. Convencido de que la juventud y la belleza son las
únicas cosas que hacen que la vida merezca ser vivida, Dorian llega a
desear quedarse siempre igual que en el retrato que le está haciendo un
amigo pintor al inicio de la historia. Es poco más que un adolescente y
quiere verse siempre así, la decrepitud y la alopecia no le molan mucho.
En el mundo real lo normal es que deseos de ese tipo no pasen a
mayores y que por mucho que pienses en ello acabes hecho un adefesio
más pronto que tarde, pero por alguna razón ese cuadro adquiere
realmente el poder de envejecer en su lugar. El rostro del retrato se va
demacrando con los años y el Dorian de carne y hueso se queda como a
los veinte años: Inglés, siempre joven y con una belleza digna de
aplauso que genera más incomprensión que envidia. Es decir, estamos aquí
ante el David Beckham de su tiempo.
Una novela que deja huella y
que explora las consecuencias de lo que creemos desear. Es la versión
irlandesa de querer caldo y acabar recibiendo dos tazas, tazas que no se
pueden dejar a medias porque hasta que las termines no te puedes
levantar de la mesa. Dorian tiene lo que deseó, la juventud eterna, pero
se encuentra con que vivir sin consecuencias no casa bien con el mundo
real. Y aún así nos encontramos con una novela que es un elogio a la
belleza y a la juventud, pero más por su valiosa condición de efímeras
que por su existencia en sí.
Oscar Wilde - El retrato de Dorian Gray
Rubén Pedreira
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