Bram Stoker - Drácula


 

“Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae”. Cuando un elegante anciano te saluda de forma tan entrañable al abrirte la puerta de su casa lo normal es que continúe haciéndote una ruta rápida por las habitaciones, describiéndolas mucho mejor de lo que tus propios ojos te dicen, y termine diciéndote que si te quieres quedar a vivir allí tienes que pagarle siete meses de fianza por adelantado. Quizás también te pida enseñar las nóminas de los últimos cinco años para demostrar que no eres un muerto de hambre que no merece su lujoso zulo. Lo que no te esperas es lo que se encontró Jonathan Harker.

Al ser recibido con esa frase, Jonathan también tenía ante él a un anciano que quería chuparle la sangre, pero en un sentido más literal. El hombre que lo saludó con esas educadas palabras no era otro que el Conde Drácula abriéndole las puertas de su castillo de Transilvania, pues lo había llamado allí para cerrar unos trámites para su mudanza a Londres. Eran otros tiempos en los que no servía enviar un pdf por correo para arreglar ciertas cosas, sino que tenías que recorrerte Europa para que un vampiro rumano te firmase papeles.

Harker se hospeda unos días en el castillo mientras cierran las gestiones, pero pronto empieza a ver cosas raras. El castillo es enorme pero parece que no hay sirvientes, y Drácula solo se deja ver por las noches y en estados físicos muy fluctuantes. De vez en cuando se cruza también con seductoras mujeres que no tiene sentido que estén allí. Vivir en ese castillo, a grandes rasgos, era como ser compañero de piso de Charlie Sheen.

Drácula resulta ser lo que todos sabemos que es, y Jonathan no tarda en darse cuenta de que el castillo es una cárcel en la que lo mantiene con oscuras intenciones. Llega a desesperarse, pero de manera milagrosa consigue escapar. No obstante, lo que pensaba que era el final de la pesadilla resulta ser solo el principio, porque a su vuelta a Londres descubre que las gestiones que le había ayudado a hacer convirtieron al conde en un vecino más de una Inglaterra que aún no había votado para complicar la entrada a los extranjeros.

Un NOVELÓN increíble.

Rubén Pedreira

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